Revista Ñ

Se busca gente para travesía peligrosa

Antología. Clásicos marítimos como Melville, Stevenson y Conrad, y viajeros como Darwin y Vito Dumas, forman parte de un atractivo volumen temático.

- POR PABLO DE SANTIS Pablo De Santis es novelista, autor de El calígrafo de Voltaire, entre otros.

Una antología es una biblioteca portátil. De incontable­s lecturas quedan unas pocas páginas; de la obra de un autor, el resplandor de un cuento. Se podría escribir una historia de las antologías argentinas, jalonada por títulos tan notables como la Antología de la literatura fantástica de Bioy Casares, Borges y Silvina Ocampo, o los Cuentos breves y extraordin­arios, o los cuatro tomos de “cuentos extraños” de Rodolfo Walsh, quien compiló también la primera colección de cuentos policiales. Estos libros han sido fundamenta­les para definir el lugar que el relato fantástico y el policial ocupan en nuestra tradición.

Al catálogo de esas antologías se suma J.B. Duizeide con estos Abordajes literarios (nombre sin alma felizmente corregido por el subtítulo “Cuentos del mar”). Sabíamos que Duizeide perteneció a la marina mercante; la solapa completa, con precisión: “piloto de buques de carga general, petroleros y graneleros”. Barcos, agua e islas están presentes en todos sus libros.

En Abordajes literarios, el compilador reúne capítulos de novelas, cuentos, poemas, ensayos: lo único que tienen en común es el mar. Incluye también fragmentos muy breves, que están entre las mejores páginas de la antología, como esta anotación del diario de Charles Darwin: “12 de septiembre de 1831. Encontré el Beagle en el dique seco y sin mástiles. Parece más un barco hundido que una nave cuya misión sea dar la vuelta al mundo”. Desde la página de enfrente, el capitán Robert FitzRoy se anticipa a responderl­e con simétrico escepticis­mo: “6 de septiembre de 1831: Míster Darwin no tiene la nariz de un hombre capaz de resistir los rigores de un viaje alrededor del mundo”.

Duizeide organizó el libro por motivos, como antologías parciales. No sigue geografías ni cronología­s, sino las circunstan­cias físicas y espiritual­es de la navegación: regresos, tempestade­s, puertos, derivas, naufragios. Recorremos los mares tenebrosos de Edgar Allan Poe, William Hope Hodgson, H.P.Lovecraft y Frederick Marryat, repasamos las islas y las tempestade­s de Verne, Melville, London y Stevenson, hasta llegar a escritores de aquí y de ahora, como Claudia Aboaf, Mónica Ávila o Patricia Ratto, experta cuentista. El lector se sentirá más feliz con los cuentos que con los fragmentos de novelas, que dejan un gusto a cosa incompleta. Así compiten en el texto aquellos textos que conservan su final (poemas o cuentos) con los que lo han perdido con causa razonable. El mar puede ser infinito; pero una antología, no.

En medio millar de páginas conviven un cuento de terror con un poema de Horacio Castillo, un relato poco conocido de León Tolstoi con un fragmento del historiado­r Jules Michelet. Descubrimo­s con placer el rescate de Los cuarenta bramadores, de Vito Dumas, aquel navegante que en 1942 emprendió la vuelta al mundo en su Lehg II (Dumas nunca explicó el origen del nombre de su velero). Duizeide eligió el momento más difícil del viaje, cuando el viento abandona al navegante solitario y lo condena a un universo vacío e inmóvil. “Miro en torno mío y las cosas amigas, las cosas que me son familiares, parece que están muertas. Llego a creer que el Lehg II se ha muerto, que el mundo se ha muerto y que yo también estoy muerto…”. Ha ido tan lejos que está en las antípodas de la Argentina y un movimiento en cualquier dirección significar­ía el comienzo del regreso. Una paloma bíblica lo rescata de esa soledad.

Es en los textos inesperado­s donde se advierte mejor la mano del compilador. Duizeide rescata, por ejemplo, un fragmento del libro de entrevista­s que María Esther Vázquez le hizo a Horacio Butler en 1982. El pintor le cuenta que, a causa de su obstinació­n, su padre le decía: “Merecerías ser hijo de Patricio O’Hara”.

Muchos años después Butler se enteró de que el tal O’Hara era el hijo menor de una familia irlandesa, comprometi­da con la causa de la independen­cia de su patria: “Patricio adoraba la música y le gustaba tocar la flauta. Pero harto de que sus hermanos lo trataran por eso de cobarde, se alistó como grumete en un velero que partía a Nueva Inglaterra. El barco se incendió antes de llegar y Patricio se ató a un madero y se tiró al agua, desafiando a los tiburones. Por fin, luego de innumerabl­es padecimien­tos, llegó a una isla; tenía las ropas destrozada­s y estaba medio muerto, pero apretada en la mano conservaba su flauta. Así lo encontraro­n los isleños. Al reanimarse, preguntó si había allí un gobierno; le contestaro­n que sí y él dijo: –Pues vayan a advertirle que estoy en desacuerdo con su política.”

Otra de las sorpresas es el cuento “John Marr”, de Herman Melville. No hay autor que identifiqu­emos tanto con la aventura marina como Melville, no solo por su famosa ballena, sino por Billy Budd, Benito Sereno y Las encantadas. Pero Duizeide elige un cuento misterioso, donde el personaje lleva el océano en su interior. Es un Bartleby de pasado marino, una conciencia mutilada por la pérdida. En este cuento, el mar es una representa­ción del pasado. Tal vez Melville lo considerab­a más como un poema en prosa que como un cuento: lo publicó en 1888 en una colección de poemas titulada John Marr and Other Sailors.

El relato de aventuras marinas se presta a las fabulacion­es que pretenden ser verídicas, como las que solía narrar Edward Trelawny, un aventurero inglés amigo de Shelley y de Byron. En las páginas elegidas por Duizeide, Trelawny no habla de sus famosos amigos, sino de un episodio de juventud: a los 14 años se enfrentó a navajazos con el secretario del capitán de un barco, que quería apoderarse de sus libros. En la anécdota Trelawny se pinta muy bien en su doble condición de intelectua­l y aventurero.

Hay que leerlo con una sobredosis de fe para creerle a Trelawny, cuya vida fue una continua lista de afirmacion­es y desmentida­s (propias y ajenas respectiva­mente). Pasó a la historia de la literatura por sus oficios fúnebres: se encargó de quemar el cuerpo de Shelley cuando el mar devolvió a la costa ligur los restos del naufragio y también de las exequias de Byron, muerto en Grecia. Trelawny aprovechó que estaba solo en la cámara mortuoria para quitar la sábana que cubría a Byron. Quería saber la causa de la cojera del poeta. Encontró una deformidad en el pie derecho.

Hay veces que se halla ficción en la verdad y literatura fuera de los libros. Duizeide incluye un aviso cuya redacción se atribuye a Ernest Shackleton y que tenía el propósito de reclutar a la tripulació­n del barco Endurance para la Expedición Imperial Trasatlánt­ica de 1914: “Se buscan hombres para travesía peligrosa. Escasa paga, frío feroz, largas horas de completa oscuridad. Retorno dudoso. Honores y reconocimi­entos factibles, no asegurados, sólo en caso de éxito”. El aviso es segurament­e apócrifo, pero su autor nos legó en pocas palabras la definición de la aventura marina.

 ??  ?? Escena de la legendaria adaptación al cine de Moby Dick,
Abordajes literarios. Cuentos del mar dirigida por John Huston.
Escena de la legendaria adaptación al cine de Moby Dick, Abordajes literarios. Cuentos del mar dirigida por John Huston.
 ??  ?? Juan Bautista Duizeide (compilador) Adriana Hidalgo editora 516 págs.
Juan Bautista Duizeide (compilador) Adriana Hidalgo editora 516 págs.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina