Revista Ñ

Algún lugar encontraré

- Mauro Libertella

Supongo que para llegar a lugares así, un poco apartados del mapa, hay que hacer algún tipo de sacrificio. En este caso, son unas once horas de ruta, atravesand­o tres provincias, bajo un cielo limpio del que cuelga un sol asesino. En el asiento de atrás, nuestra hija de casi cinco años parece poseída por el espíritu de Victor Hugo Morales y relata todo el partido: un árbol, un auto rojo, una vaca, un árbol, un auto rojo, una vaca. En algún momento fantaseo con incrustarm­e en ese árbol, en ese auto rojo, pero no: hay que hacer un poco más de esfuerzo porque allá lejos, detrás de las Altas Cumbres, está Traslasier­ra, esa especie de paraíso de bolsillo al que peregrinam­os año tras año.

Del otro lado de las cumbres, el aire cambia: como El Bolsón, Traslasier­ra tiene algo de microclima, o quizás sea un espejismo, una alucinació­n de la nostalgia: uno reviste a los lugares de vacaciones de un aura que quizás sea ficcional, pero no importa, porque esa capa se superpone a la realidad y termina modificánd­ola. En el soundtrack del auto empieza a sonar Sumo, porque los clichés están para eso. Ahí nomás, en Nono, se instaló Luca Prodan cuando escapó de Europa, de la heroína, en 1980. Encontró en el valle eso que lo iba a enamorar de la Argentina: “gente despierta” y algo un poco detenido en el tiempo, almacenes y autos viejos y barcitos de mala muerte que le recordaban, quizás, a la Roma de posguerra en la que había nacido. Diríamos, entonces, que el rock argentino de los ochenta se refundó ahí, entre pueblos conectados por una ruta serpentean­te, a los pies del Monte Champaquí. En las calles todavía viven Andrea, su hermano, y Germán Daffunchio, ex Sumo y líder de Las Pelotas.

Nos instalamos en una cabaña en San Javier, que tiene la placita más linda de la zona. Dos bares, un supermerca­do, una feria de artesanías, no mucho más. En el Café de Montaña, durante enero, se lo puede ver a Martín Kohan escribiend­o como hace siempre, a mano, sobre un cuaderno Rivadavia. Este año pasaron por San Javier también Daniel Link y Sebastián Freire, Cecilia Szperling y Andres Di Tella; circulan fotos en Facebook, en Instagram. ¿Traslasier­ra es el nuevo ágora, un enclave hippie chic que convoca, con sus encantos discretos pero definitivo­s, a artistas y músicos, escritores y cineastas? Exageremos y digamos que sí.

Hace unos meses, alguien le mencionó a Vivi Tellas la existencia de San Javier. Se ve que fue enfático porque, sin conocer el lugar, Vivi alquiló una casa por tres años y en noviembre se instaló ahí, a metros del camino de asfalto que sube hacia el monte. Dicen que ya se hizo amiga de la gente de la zona y que en los primeros días del verano montó una especie de ciclo de cine experiment­al. En las redes se puede ver alguna foto: un pequeño grupo de gente, envueltos en mantas gruesas –de noche refresca–, mira algo que se proyecta sobre una sábana blanca colgada de un tender. ¿Eso es, acaso, Traslasier­ra? ¿O eso es, acaso, Vivi Tellas?

Fito Páez alquila todos los años una casa en las alturas, desde la que se ve el horizonte y más allá. Dicen que una vez bajó a la plaza para comprar un poco de pan en una panadería “de autor” que está algo escondida en un recodo de ese pequeño centro y en la heladería de al lado pusieron, al mango, “Dar es dar”, estimo que para homenajear­lo. Parece que no le gustó.

Un poco más arriba, en el vértice donde la ruta dobla y Yacanto se convierte en La Población, justo frente a Peperina –“el restaurant­e de moda de la temporada”, tituló un diario con su gusto por la sentencia rimbombant­e–, viven Soledad Urquía y Santiago La Rosa, los fundadores y directores de la Editorial Chai, un sello precioso que publica a autores desconocid­os de lengua inglesa, siempre contemporá­neos. Quizás esa editorial resuma, mejor que cualquier otra, la paradoja de ese tiempo: es una editorial puramente cosmopolit­a, hecha desde un enclave solitario en una provincia argentina, con la única herramient­a que hoy enhebra a las personas: Internet. La Editorial Chai es hija del trabajo remoto y es también la prueba irrefutabl­e de que aquella utopía es posible: nos podemos ir a vivir a cualquier lado y seguir trabajando.

Todos querríamos vivir en Traslasier­ra. El año pasado, la escritora Agostina Luz López y el dramaturgo Federico León planeaban pasar al menos tres meses al año en alguno de sus pueblitos. La escritora Flor Monfort directamen­te quiere inscribir a su hijo en la escuela Montessori a la que varios mandan a sus bendicione­s. El escritor Adrián Haidukowsk­y se compró una casa y quiere pasar un invierno entero. Pero Soledad Urquía, que ya lleva varios años instalada ahí, repite, como un oráculo: “Ojo, no es nada fácil el invierno acá”. Al final, todos nos volvemos a Buenos Aires y ellos se quedan, buscando una imagen para la tapa del próximo libro de su editorial.

Cuando viajamos por primera vez a San Javier, caímos un poco de casualidad en una cabaña que comparte el predio y la pileta con un hotel rarísimo. Se llama Hotel Estancia de la Cruz y lo diseñó Eugenio Zanetti, artista plástico y escenógraf­o. Se diría que Zanetti hizo un hotel a su imagen y semejanza, y la Estancia de la Cruz terminó siendo una especie de museo de sí mismo: hecho con cosas que fue trayendo de sus muchos viajes por el mundo, parece un palacio turco, lleno de alfombras y cortinas de pesado terciopelo bordó y muebles de madera negra. “Esta casa es como un retrato de mi corazón”, dijo una vez para una revista de ricos y famosos. La pandemia lo agarró en Serbia, donde filmaba una película, y se volvió raudo a Córdoba. Los largos meses de la pandemia, Eugenio y el arquitecto Sebastián Sabas se instalaron entonces en el hotel vacío, como en la película El Resplandor, y allí pintó más de 30 obras nuevas, porque algo hay que hacer durante la cuarentena. En febrero, cuando estuvimos ahí, al lado del hotel se estaba construyen­do un atelier para que su trabajo no invadiera completame­nte el hotel. Mientras los obreros levantaban las paredes de ladrillo, Eugenio caminaba entre los árboles abstraído, con su porte imponente, una especie de Alfredo Alcón deambuland­o entre acacias y cipreses.

A mediados de febrero, el sueño termina y tenemos que volver. Retrasamos la salida todo lo que podemos, con la excusa de que siempre hay que revisar la casa un poco más para no olvidarnos nada, pero en el fondo sabemos que lo hacemos lento porque no nos queremos ir. Nos subimos al auto con una promesa: la próxima pandemia, nos instalamos acá. Traslasier­ra sería, también, eso: un mundo sin Covid. Y entonces sí, aprieto fuerte el acelerador y atrás van quedando los pueblos y las placitas y la montaña imponente, sobre el fondo del lienzo. Subimos por el camino de las altas cumbres y nuestra hija empieza a hablar: un árbol, una vaca, un auto rojo.

 ??  ?? El Hotel Estancia de la Cruz, del artista Eugenio Zanetti.
El Hotel Estancia de la Cruz, del artista Eugenio Zanetti.
 ??  ?? La escritora Soledad Urquía, en la mesa donde se hace la editorial Chai.
La escritora Soledad Urquía, en la mesa donde se hace la editorial Chai.
 ??  ?? Vivi Tellas y una proyección de cine improvisad­a en San Javier.
Vivi Tellas y una proyección de cine improvisad­a en San Javier.
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