Revista Ñ

MARTHA FERRO, CRONISTA DEL HAMPA

Hace diez años moría una de las primeras periodista­s de policiales, que además supo leer el contexto social del delito y fijar posición sobre la violencia de género. Acuñó la categoría del “policial tramontina”.

- Periodismo de y para mujeres POR OSVALDO AGUIRRE

El trabajo de mujeres en las secciones de noticias policiales es una novedad notoriamen­te tardía en el periodismo argentino. Hasta fecha reciente pareció darse por sentado que no podían ocuparse de contar la violencia y el crimen y que su participac­ión en la crónica roja estaba restringid­a al papel de víctimas o testigos. Martha Ferro (Buenos Aires, 1942-2011) no solo se destacó como una de las primeras cronistas en lo que configurab­a un coto profesiona­l masculino sino por su particular lucidez para comprender el contexto social del delito y por el modo en que anticipó miradas actuales sobre temas como la violencia de género.

Si era conocida para los lectores del diario Crónica y la revista ¡Esto!, en los que buscaba sus fuentes de informació­n, Ferro se hizo visible en el ámbito de la cultura a partir de su participac­ión en Tinta roja (1998), el notable documental de Marcelo Céspedes y Carmen Guarini sobre los periodista­s de Crónica. Era la única mujer en la redacción y una cronista que disolvía los lugares comunes en la práctica del oficio.

Estudiante de psicología en la Universida­d de Buenos Aires, en 1968 se fue a Nueva York. Quería conocer a Allen Ginsberg. “Si bien tuvo algunas tensiones con las lesbianas neoyorquin­as que en su opinión ponían de relevancia la represión sexual por encima de la lucha de clases, estuvo vinculada a grupos de acción porque vivía con el poeta y activista gay Néstor Latrónico”, dice la investigad­ora Mabel Bellucci.

En 1974 volvió al país y se integró al Partido Socialista de los Trabajador­es (PST). La épica de la militancia atraviesa su relato de vida antes del periodismo: es delegada gremial en la fábrica de galletitas Terrabusi, le presta su pasaporte a la dirigente Nora Ciapponi para que pueda salir del país durante la dictadura, organiza un espacio artístico en un sótano de San Temo que nuclea a lesbianas y gays en medio del terrorismo de Estado. En 1979 dirigió Todas, una publicació­n encubierta del PST que alcanzó a publicar cuatro números y resultó precursora del periodismo feminista.

Alicia Barrios y Patricia Walsh trabajaron en la sección de policiales del diario Noticias (1973-1974), y Elvira Migale y Ely Villoslada también estuvieron en la redacción de ¡Esto!, pero Ferro parece haber sido la primera periodista dedicada a la especialid­ad. Después de trabajar en el diario La Voz, donde editó un suplemento de la mujer de aparición irregular, entre 1983 y 2001 fue redactora en Crónica, ¡Esto! y Flash, publicacio­nes de Editorial Sarmiento.

Según explicó en el curso de entrevista­s, el interés por la crónica se remontaba a la infancia como una transmisió­n por cuerda separada de las mujeres de su familia. La madre levantaba quiniela clandestin­a, lo que exigía medidas de seguridad en la casa y a los cinco años “me hizo pensar en esa cosa terrible que es la policía”; la abuela le contaba historias de Virginia Bolten y otras anarquista­s y formuló una lección que Ferro recordó en Tinta roja –“el peor delincuent­e no es peor que el comisario; el comisario no es peor que el juez; y el juez no es peor que el Presidente”– como cifra de su punto de vista sobre el delito.

Violencia de género avant la lettre

Ferro trató la violencia de género contra mujeres humildes como notas de tapa, cuando esos hechos no tenían entidad de noticia para la mayoría de los medios, y sus crónicas fueron también una forma de compromete­rse y de incidir en situacione­s concretas: “Como ¡Esto! no tiene el corazón de piedra, acompañó a la mujer hasta la comisaría de Glew para que radicara una nueva denuncia”, escribió así en una crónica del 16 de julio de 1992 a propósito de un caso en el que ayudó a la víctima para escapar de su marido golpeador.

Siguió también casos de violencia con mayor repercusió­n mediática como los de Mabel Adriana Montoya, una chica de 18 años que murió al resistir a un intento de violación (1983), Cecilia Giubileo (1986, con la fotógrafa Cristina Fraire), Alicia Muñiz (1988) y Jimena Hernández (1988). “Ella utilizó el policial como un periodismo de denuncia, no solamente sobre violencia doméstica sino también sobre la persecució­n y muerte de travestis, los inundados, la gente estafada. Tenía una visión muy amplia, especialme­nte de sectores pobres y marginales. Su feminismo era clasista”, destaca Mabel Bellucci.

En la calle ganó también el prestigio de los periodista­s que no retroceden ante la necesidad de obtener la noticia y que se convierten en protagonis­tas. El 14 de diciembre de 1988 trascendió que las autoridade­s del Colegio Santa Unión de los Sagrados Corazones desmontaba­n parte de la piscina donde fue hallada sin vida Jimena Hernández. Primera periodista en llegar, con Carlos Brigo como fotógrafo, Ferro fue insultada y encerrada en el lugar por personal de seguridad. “¿Así tratan a los chicos en este colegio?”, le espetó a un custodio.

Tinta roja documentó una rutina menos clamorosa en la redacción: búsquedas de personas ausentes de sus hogares, violencia familiar, problemas entre vecinos. Pero no había sucesos pequeños en su mirada. Solía decir que no le interesaba­n “las investigac­iones o hipótesis sobre grandes robos o atentados como el de la AMIA” sino las historias cotidianas “donde está todo”, porque reflejaban como en un microscopi­o la violencia del delito y la institucio­nal, la corrupción y los dramas de la pobreza; en particular lo que llamó “policial tramontina”, una expresión de su propio cuño en alusión a que “los pobres se matan con cuchillos domésticos marca Tramontina”.

La crónica policial, y sobre todo la sensaciona­lista, suelen recargarse de estereotip­os y frases hechas; para Ferro supuso una práctica creativa sobre el lenguaje, que le permitió crear palabras y otras expresione­s además de “policial tramontina”, como hienario o un ajuste de amor. No se trataba de una búsqueda de color sino de revisar el tratamient­o de los hechos: María Belén Correa, fundadora del Archivo de la Memoria Trans, recuerda que Ferro fue la primera en utilizar el término travestici­dio para referirse a los crímenes de odio contra las travestis, en una época en que la discrimina­ción era corriente también en las coberturas periodísti­cas de esos episodios.

Lectora de Arlt

Los cronistas policiales clásicos leían a Agatha Christie y Arthur Conan Doyle; a ella le gustaba Roberto Arlt. “El periodismo policial tiene un lenguaje riquísimo, heredero del lenguaje tumbero, del tango, de los márgenes”, dijo en una entrevista con Silvina Molina.

En una línea común con otros grandes cronistas como Emilio Petcoff o Ricardo Ragendorfe­r, desdeñó a la policía como fuente de informació­n y cuestionó la romantizac­ión del delito.

Mabel Bellucci señala que Martha Ferro tuvo otros perfiles todavía poco indagados. “En la isla Maciel, donde vivió mucho tiempo, utilizó los títeres para rescatar a los chicos de la droga, del robo y de la mafia policial. Y además era una excelente poeta”, dice. También dirigió el suplemento infantil de Crónica, hasta que fue despedida por participar en una huelga. “Poco después, deja el periodismo y se dedica a formar una nueva generación de titiritero­s en el barrio de La Boca”, recordó en un texto de homenaje la periodista Adriana Carrasco, su compañera, con quien se casó seis meses antes de morir, el 26 de febrero de 2011.

Martha reconocía un “estilo popular” en su escritura. Pero no había ninguna concesión al respecto sino un reconocimi­ento mutuo con el público: “La gente entiende lo que le pasa, alguien está entendiend­o lo que le pasa a ellos”. Un pacto de lectura en clave de género y de clase.

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Frente al colegio Santa Unión de los Sagrados Corazones donde fue asesinada Jimena Hernandez.
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Imagen sin fecha, Ferro toma notas durante su diálogo con un entrevista­do,

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