Revista Ñ

Suspendido­s en el aire

- Hebe Uhart

En 1980, Luisa vivía en un departamen­to que parecía una cajita de zapatos. Si alguien entraba, de una ojeada veía toda la casa, incluso el baño. Era un departamen­to tan chico y tan simpático, que las visitas de mayor confianza tendían a usar todas las instalacio­nes para ver si no eran de juguete; iban al baño, se recostaban en la camita que se veía desde el cuadrado de entrada, corrían una mampara siempre semiabiert­a donde había una cocina muy chica y abrían una alacena que tenía una cortina como de teatro de títeres. La alacena fue hecha por el suplente del portero suplente; era viejo y tomaba vino. Eligió unas maderas en desuso que estaban en el sótano del edificio; como un leñador cansado y despreciat­ivo juntaba las maderas, como si fueran un montón de ramas secas. Era la primera vez quehacía una alacena en su vida, tardó mucho tiempo para hacerla y no cobró nada por el trabajo; la alacena era endeble, la trajo armada desde el sótano y tambaleaba en sus manos.

Las visitas de menos confianza y las personas más mundanas, cuando se movían parecían decir “una casa, grande o chica, siempre es una casa”; se acercaban a mirar por la ventana, desde donde se veía toda la ciudad, y era tal la inmediatez de la ventana que no tenía marco ni separación con el espacio exterior, que creían estar suspendido­s en el aire. Se acercaban a la ventana sin interrumpi­r la conversaci­ón y cuando la sensación de estar suspendido­s en el vacío les producía perplejida­d, algunos insinuaban si la mampara de la cocina no se podría cerrar del todo. Se podía, pero Luisa decía que le parecía que no; ella no quería cerrarla, quería ver la alacena con su cortina de teatro de títeres. A esa casa iba a visitarla su mamá, con un bastón de empuñadura muy elegante, que daba idea de mando y sensatez. El bastón contrastab­a con el tapado marrón claro, de paño muy grueso con el que ella se cubría; ese tapado se había amoldado a su cuerpo gordo de anciana, un poco encorvada, y que ella quisiera proteger su cuerpo con un paño grueso, un cuerpo que hab{ía coqueteado tan poco, le producía piedad a Luisa y deseos de tratarla bien.

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