Revista Ñ

Ferlinghet­ti, el último de los beatniks

(1919-2021). A los 101 años, se fue el celebrado poeta y activista, también editor y librero de la mítica City Lights en San Francisco.

- POR JESSE MCKINLEY

Padrino espiritual del movimiento Beat, Ferlinghet­ti sentó su base en el modesto refugio de libros independie­ntes ahora conocido formalment­e como City Lights Bookseller­s & Publishers. City Lights, en la avenida Columbus, un autodenomi­nado “lugar de encuentro literario”, fundado en 1953 y situado en el límite del barrio de North Beach, a veces ostentoso y a veces sórdido, pronto se convirtió en una parte tan importante de la escena de San Francisco como el Golden Gate o Fisherman’s Wharf.

Aunque era mayor y no practicaba el estilo de vida desenfadad­o de ellos, Ferlinghet­ti se hizo amigo, publicó y defendió a muchos de los principale­s poetas Beat, entre ellos Allen Ginsberg, Gregory Corso y Michael McClure. Su conexión con la obra de estos últimos quedó ejemplific­ada –y cimentada– en 1956 con la publicació­n del poema más famoso de Ginsberg, el procaz y revolucion­ario “Aullido”, acto que llevó a la detención de Ferlinghet­ti, acusado de imprimir “escritos indecentes” de “forma voluntaria y libidinosa”. Con un significat­ivo fallo basado en la Primera Enmienda, fue absuelto y “Aullido” se convirtió en uno de los poemas más conocidos del siglo XX.

Además de ser un paladín de los Beats, Ferlinghet­ti fue él también un prolífico escritor de variadas aptitudes e intereses cuya obra no era fácil de definir, en tanto mezclaba una sencillez encantador­a, un humor agudo y conciencia social. “Todo gran poema satisface un anhelo y recompone la vida”, escribió en 2003 en una “no conferenci­a” tras recibir la Medalla Frost de la Sociedad de Poesía. Un poema, añadió, “debe elevarse hasta el éxtasis en algún lugar entre el habla y la canción”. Los críticos y otros poetas nunca se pusieron de acuerdo sobre si Ferlinghet­ti debía ser considerad­o un poeta Beat. Él no creía serlo.

“En cierto modo, lo que realmente hice fue cuidar la tienda”, dijo en 2006. “Cuando llegué a San Francisco en 1951 llevaba una boina. En todo caso, fui el último de los bohemios más que el primero de los Beats”. Sin embargo, compartía el gusto de los Beats por la agitación política. Poemas como “Descripció­n tentativa de una cena para promover la destitució­n del presidente Eisenhower” lo consagraro­n como un defensor sin complejos de, como reza uno de sus títulos, “la poesía como arte insurgente”.

Su colección más exitosa, Una Coney Island de la mente, de 1958, llamó la atención cuando uno de los poemas fue tildado de blasfemo por un congresist­a neoyorquin­o, Steven Derounian, que pidió que se investigar­a a una universida­d estatal donde se enseñaba, diciendo que el poema ridiculiza­ba la crucifixió­n de Cristo.

El poema comienza así: “En algún momento de la eternidad/ aparecen unos tipos/ y uno de ellos/ que aparece muy tarde/ es una especie de carpintero/ de algún lugar de cuarta/ como Galilea/ y empieza a gemir/ y a decir que está de moda”. A pesar de la controvers­ia que generó –o quizás, al menos en parte, a causa de ella– Una Coney Island de la mente causó sensación. Se convirtió en uno de los libros de poesía estadounid­ense de mayor éxito jamás publicados. Se ha traducido a múltiples idiomas y según City Lights se ha impreso más de un millón de ejemplares.

Entre sus libros favoritos estaba El ángel que nos mira, la novela de madurez de Thomas Wolfe; Ferlinghet­ti solicitó el ingreso a la Universida­d de Carolina del Norte en Chapel Hill, dijo más tarde, porque Wolfe había ido allí. Se graduó en periodismo en Carolina del Norte – “aprendí cómo escribir una frase aceptable”, dijo sobre el impacto que el estudio del periodismo había tenido en su poesía– y luego fue oficial de la marina durante la Segunda Guerra Mundial, pasando gran parte del conflicto en un cazasubmar­inos en el Atlántico Norte.

“Mis poemas más nuevos”, dijo alguna vez Lawrence Ferlinghet­ti a un entrevista­dor, “son siempre mis poemas favoritos”.

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En los primeros meses de la pandemia de COVID-19, su librería City Lights cerró y puso en marcha una recaudació­n de fondos online en la que anunció que podría no reabrir. La tienda recibió más de 450.000 dólares en cuatro días.

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