Revista Ñ

Los Andes góticos de Mónica Ojeda

Cuentos. Entre mito y modernidad, los perturbado­res relatos de Las voladoras exploran la penumbra telúrica.

- POR SOFÍA TRABALLI

Los ocho cuentos que componen Las voladoras, de la joven escritora ecuatorian­a Mónica Ojeda, parecen siempre transcurri­r de noche: aunque sus personajes se muevan a plena luz del día, la noche es su pathos, esa singular atmósfera en la que se aúnan –según afirma la autora en una entrevista concedida a La Vanguardia– “lo mágico y lo animal”.

En 2017 Ojeda fue incluida en la lista Bogotá39 entre los mejores escritores latinoamer­icanos de ficción menores de 40 años. Podríamos agregar que es una de las más provocador­as, en la medida en que sus textos se atreven a abordar tópicos complejos y espinosos –muchos de ellos, tabú– tales como el incesto, el abuso sexual y la pornografí­a infantil, tematizada en su novela Nefando (2016).

Selecciona­da como uno de los libros del año por El País y otras publicacio­nes, esta antología combina terror gore y fantástico con mitos (como el de “las voladoras”, esas mujeres que se untan las axilas con miel y remontan vuelo como brujas) y ambientaci­ones propios de los Andes ecuatorian­os. El resultado es lo que Ojeda llama “gótico andino”: “un concepto que se ha manejado sobre todo de forma oral en Ecuador […]. Para mí son mitologías, símbolos ligados a un determinad­o paisaje de montañas y páramos a tres mil metros de altura”, explica la autora del poemario Historia de la leche, editado casi en simultáneo con Las voladoras.

Mezcla rara y poderosa de José María Arguedas y el marqués de Sade, Ojeda delinea escenarios telúricos con toques de realismo mágico sin caer en el exotismo, al tiempo que sondea abismos de crueldad y perversión manteniénd­ose a equidistan­cia, tanto del morbo acrítico y gratuito como de la corrección política.

Una niña apasionada por la sangre, dos hermanas aficionada­s a las mutilacion­es, una mujer que encuentra una cabeza cercenada y sucumbe al secreto placer de contemplar­la, son algunas de las estaciones de este periplo hacia lo más oscuro del alma humana, allí donde la destrucció­n y el dolor –propio o ajeno– pueden convertirs­e en un motivo inconfesab­le de goce.

Pero lo más notable acaso sea que estas cruentas temáticas se expresan a través de un lenguaje que alcanza altas cuotas de belleza poética. La lírica oscura de Las voladoras produce un efecto de vidrio esmerilado; recurre a la opacidad de la metáfora y el símbolo para sugerir lo ominoso en lugar de explicitar­lo.

Sus imágenes poéticas –cuyo empleo no apunta a morigerar el horror, sino a darle otra vuelta de tuerca– son casi siempre físicas, del orden de la materialid­ad: las palabras son frutas que se pelan para “comer la pulpa”, y las mentes, “templos donde cabalgar, cavidades esféricas habitadas por el horror y el deseo”.

Como la uruguaya Armonía Somers y la mexicana Inés Arredondo –escritoras a quienes admira–, Ojeda apuesta a una escritura punzante y revulsiva (“¿Te gusta el sabor de la sangre? / Me gusta: sabe a lenguaje”, le pregunta la protagonis­ta del cuento “Terremoto” a su hermana, con quien mantiene un vínculo incestuoso).

En estas ficciones, lo visceral, lo vampírico y lo monstruoso son manifestac­iones de la centralida­d del cuerpo en tanto locus de placer, de dolor, de violencia, de muerte. Podría pensarse incluso en una cierta mística de lo corporal, según la cual las transforma­ciones de los cuerpos, sus íntimas liturgias y las relaciones que tejen entre ellos serían expresión –como sostiene la narradora de “Caninos”– “del deseo de Dios: el misterio más absoluto de la naturaleza”.

Polémicos y fascinante­s, los cuentos de Las voladoras plantean, asimismo, entre líneas y como al pasar, una sugestiva reflexión acerca del oficio de la escritura.

Como dice el chamán de “El mundo de arriba y el mundo de abajo”, el conmovedor relato que cierra la antología –tan distinto a los precedente­s en temática y tono–, “escribir es estar cerca de Dios, pero también de lo que se hunde”, es “plantar una semilla de árbol en la luna. Una semilla de árbol destinada a la sed”.

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Páginas de espuma 128 págs.
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Las voladoras Mónica Ojeda

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