Revista Ñ

¿QUÉ HICISTE TÚ EN LA GUERRA, CÁNDIDO?

A la vez registro y relato, la magistral pintura de Cándido López sobre la guerra con Paraguay lo revela adelantado a su tiempo. En el Museo Histórico Nacional.

- POR JULIA VILLARO

Si el pintor Cándido López, “el soldado artista”, el cronista de la guerra de la triple alianza (1864-1870), “el manco de Curupayty”, pudiese viajar en el tiempo y aterrizara hoy –o sea 136 años después de inaugurar su primera muestra de pinturas sobre la guerra– en el terreno de las artes visuales, sería un auspicioso artista contemporá­neo. Ajena a los mandatos que dictaba la academia europea en ese entonces, su extensa serie de pinturas panorámica­s, en las que los pequeños hombres semejan hormiguita­s diligentes, lo convirtier­on en un outsider acusado de ingenuo. Su declarado deseo de pintar esas obras “sin pretension­es artísticas” y haciendo justicia a la “verdad histórica” es un bluff que la historia del arte tardó años en desentraña­r, pero que le permitió conferir a esa guerra un poderoso y estratégic­o imaginario plástico, en pleno despunte de la era fotográfic­a. Y confundir con envidiable (y peligrosa) soltura, los límites entre realidad, ficción, documento, arte y archivo. Esos que tanto le gusta desafiar hoy a la joven guardia.

Panorama Cándido, la muestra que reúne 31 de esos óleos y que inauguró hace pocos días, no hace más que reforzar esa hipótesis, tal vez involuntar­iamente. Las obras se presentan en el Museo Histórico Nacional, cuyo patrimonio integran desde que el Estado argentino las adquirió en 1887, junto a otros objetos testimonia­les del conflicto bélico (armas, por supuesto, pero también escarapela­s, broches y fotos). El desplazami­ento desde los museos artísticos hacia estos otros espacios, y cierta contaminac­ión de la pintura con los objetos de la vida, y con la vida, son nortes perseguido­s en la actualidad por muchos artistas. Pero en Cándido eso se dio espontánea­mente. Su destino fue primero histórico y después heroico –“el pintor inválido al servicio de la patria”– y las Bellas Artes lo miraron de soslayo. Pero basta darse una vuelta hoy por el museo de Parque Lezama, para advertir que las 31 obras que pueden verse en su sala ejercen sobre el público una fascinació­n magnética.

¿En qué consiste la magia de este artista, después de tantos años? Poco tenía de ingenuo López, a quien sólo le faltaba el viaje consagrato­rio por Europa cuando voluntaria­mente se alistó en el ejército para ir a la guerra. Había estudiado aquí con artistas europeos. Había trabajado como retratista utilizando las modernas técnicas del daguerroti­po y el ambrotipo, y establecie­ndo una sociedad con el fotógrafo francés Juan Soulá. En pleno ejercicio de sus facultades artísticas, renunció a los modos típicos que mandaban el romanticis­mo y el clasicismo europeos para pintar las escenas históricas. Pero en la mesiánica luz que tiñe los cielos de sus pinturas, el temple romántico del artista se deja ver, hermosamen­te.

Vale la pena resistir la tentación de zambullirs­e en los detalles de sus figuras para mirar de lejos estas obras, y disfrutar de esa luz maravillos­a. Es el lugar que el patriota reservó al artista para dejarlo ser. Debajo, los hombrecito­s que luchan son apenas muñecos anónimos, menos héroes que obreros de una maquinaria bélica moderna, que quiere ponderar la idea de nación sobre todas las cosas. Es elocuente la organizaci­ón de esas tropas alineadas, eficientes, obedientes, en cuadros que se traducen en ortogonale­s azules de rápida lectura. Hay una fuerza organizada y briosa, hay un estado recién nacido con la ambición de ser poderoso; de ser más que la suma de las partes. (Aunque esas partes sean nada menos que seres humanos y tengan derecho, como todos, a cierta integridad).

De ahí quizás haya surgido la necesidad de elegir para sus escenas aquel punto de vista alto, como a vuelo de pájaro, que inhabilita cualquier gesto íntimo de humanidad de los soldados en pos del escuadrón. Los hombres, chiquitos al lado de los árboles, no tienen más rostro que una barba puntuda y en sombras. Cuando las tropas que se representa­n son, en cambio, las paraguayas, el artista las planta en el lienzo caóticas en su organizaci­ón y erráticas en su accionar. Recuerdan bastante a las pinturas de malones y cautivas, tan en boga en esos tiempos porque también operaba en la construcci­ón de una nación y sus límites, y sus oponentes. Si el artista Cándido no tiene ni un pelo de ingenuo, el soldado López menos todavía.

Resulta paradójica, sin embargo, la distancia puesta con esos hombres (con todos los hombres) habiendo sido él mismo uno de ellos, uno que perdió en la batalla nada menos que el brazo derecho cuando en 1866 un casco de metralla le estalló en la mano. (La historia de Cándido López es, también, una historia de resilienci­a). Iniciadas después de 1870, todas las obras de esta serie (setenta en total) fueron pintadas con su mano izquierda, entrenada especialme­nte por el artista para la ocasión. Siguieron el esquema de unos cuantos croquis hechos a lápiz, durante los meses que estuvo en la campaña.

Si López pintó estas obras por profunda convicción ideológica o vislumbran­do en el Estado un cliente sólido, que garantizar­a el pago suficiente para mantener a sus doce hijos, queda a resguardo de su más secreta intimidad. Las obras se expusieron en 1885, el mismo año en que se presentó en la ciudad de Buenos Aires el primer panorama de rotonda –uno de los tantos juegos ópticos que proliferar­on desde mediados del siglo XIX, y que podrían haber influido en el formato apaisado que eligió Cándido para su serie–. También en ese caso el asunto elegido fue una batalla reciente, la que había librado a mediados del siglo Giuseppe Garibaldi por la Independen­cia de Italia.

De ahí en más, las obras fueron glorificad­as por oleadas, las primeras veces en sintonía con ampulosos sentimient­os nacionalis­tas. Después vinieron nuevas lecturas críticas, muestras y hasta un documental que hoy puede verse en youtube (Cándido López y los campos de batalla) en el que su director visita los lugares que el artista pintó –y que cada obra consigna con precisión de baqueano– en un ejercicio por constatar si existen –y cómo existen– hoy esos paisajes. Hasta ahí ha llegado el misticismo de la fusión entre el registro y el relato en la obra de López. En tiempos en que la fraternida­d cede espacio ante la sospecha, y en que todo otro es un oponente, vale la pena revisitar su obra, y su guerra, de cara al futuro. Y desandar otra vez cada rincón de sus pinturas.

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Abajo a la izquierda, “Batalla de Tuyutí”, 24 de mayo de 1866, óleo sobre tela pintado entre 1875 y 1885. A la derecha, una visitante de la muestra en el Museo Histórico Nacional.
FOTOS: FERNANDO DE LA ORDEN Campamento militar. Detalle de una de las pinturas de Cándido López sobre la Guerra del Paraguay. Abajo a la izquierda, “Batalla de Tuyutí”, 24 de mayo de 1866, óleo sobre tela pintado entre 1875 y 1885. A la derecha, una visitante de la muestra en el Museo Histórico Nacional.
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