La marxista menos eurocéntrica
Análisis. Rosa Luxemburgo está viva en América Latina, dice el autor, y destaca la actualidad de su mirada anticolonialista a comienzos del siglo XX.
Sin duda, Rosa Luxemburgo está más viva en América Latina que en cualquier parte del mundo. En una coyuntura en la cual los gobiernos europeos insisten en imponernos el Tratado MercosurUnión Europea, su análisis de las relaciones Norte-Sur es de una actualidad sorprendente.
En los años previos a la Primera Guerra Mundial (1914-1918), luchó contra el colonialismo europeo y la amenaza creciente de una guerra intraimperial contra la cual quiso organizar, junto a Clara Zetkin, Lenín y Jean Jaurès, una alianza internacionalista socialista. Como oradora y profesora de la Escuela del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), en la prensa obrera y en obras teóricas analizó, explicó y movilizó contra la indiferencia y el apoyo disfrazado o declarado de los jerarcas del SPD al gobierno en la política colonial.
Rosa tomó partido por las víctimas de las tropas alemanas en África austral, en la represión de la rebelión Maji-Maji (en la Tanzania ocupada por Alemania) y el genocidio de los hereros y namaquas. en la actual Namibia en 1904, considerado el primero del siglo XX. Antes del congreso del SPD de 1911 pidió infructuosamente que su partido se opusiera a la ampliación “pacífica” de los territorios colonizados por el Imperio Alemán y que tuviera en cuenta los intereses de los pueblos originarios.
Dos años más tarde, estas batallas de militancia se traducían en su libro más ambicioso, La acumulación del capital (1913). Rosa utiliza y amplía a Marx, explicando, con numerosos ejemplos, como “el incremento de la productividad del trabajo, que es el método más importante para aumentar el beneficio, encierra la utilización ilimitada de todas las materias y condiciones que la tierra pone a nuestra disposición”. Según ella, “la acumulación capitalista necesita, para su desarrollo, formaciones sociales no capitalistas y su entorno; va avanzando en constante metabolismo con ellas, y sólo puede subsistir mientras dispone de este contexto”.
En Anticrítica, escrita en 1915, manifiesta que “el imperialismo moderno es el período de la competencia exacerbade da de los estados capitalistas que se disputan las últimas áreas no capitalistas de la tierra. En esta fase final, la catástrofe económica y política es un elemento vital, una forma normal de existencia del capital”. E insiste: “Después que la expansión del capital había entregado, la existencia y la civilización de todos los pueblos no capitalistas de Asia, África, América y Australia a incesantes convulsiones y a aniquilamientos en masa, ahora precipita a los pueblos civilizados de Europa en una serie de catástrofes, cuyo resultado final sólo puede ser el hundimiento de la civilización, o el tránsito a la forma de producción socialista”.
En Brasil se la aprecia como la marxista “menos eurocéntrica”, como dijera el crítico de arte Mario Pedrosa, quien también fue el primer luxemburguista brasilero. El economista Paul Singer, uno de los padres de la economía solidaria, observaba que para Luxemburgo, y a diferencia de Lenin, “el imperialismo no es un estadio del capitalismo, es una característica central del propio capitalismo desde siempre”. El ecosocialista Michael Löwy destaca “su visión las comunidades precapitalistas y su crítica muy original al concebir la evolución de las formaciones sociales desde una perspectiva orientada, como diría Walter Benjamin, a cepillar la historia a contrapelo”.
Por su feminismo vivido, por su amor a la naturaleza y por su “optimismo de la voluntad” gramsciano, Rosa sería hoy, sin duda, una ecofeminista. Estaría junto a las organizaciones del feminismo popular que están tejiendo redes de cuidado, de lxs migrantes, de lxs luchadorxs urbanos, de lxs campesinxs que reclaman por sus tierras y transitan hacia la agroecología. Apoyaría a los movimientos por la justicia ambiental, impulsados por jóvenes en todo el mundo. Una verdadera Rosa del Sur.