Policial negro, a color y sobre fondo blanco
Novela gráfica. Se publica en Argentina la obra con la que el ilustrador Carlos Nine debutó en el género con una suerte de parodia.
Detective gráfico insobornable, Carlos Nine (1944-2016) rastreó las pistas del policial y el propio obrar en Crímenes y castigos, conjunto hoy recuperado en edición local. Publicado por entregas en revista Fierro y en volumen en Francia en 1991 –debut europeo tardío y de impávido reconocimiento especializado–, el folletín plástico que recoge las andanzas de los sabuesos asociados Parker, Pirker & Babously desprende una libertad rabiosa, entrevista en Fantagás, Keko el mago o El patito Saubón, algunas de las desconcertantes historietas dispersas de quien fue un caricaturista argentino emblemático.
Tan renuente al gesto fácil como al virtuosismo vano, Nine traza pop, barrio y vanguardia en un pincelazo. Las presentes acuarelas replican la conjunción inconfundible de seres antropomorfos de baja estofa y mujeres fatales de dibujo animado, bandoneones y disparos de arma, lunas y autitos de juguete que adornan paisajes de maqueta melancólica.
Como un César Aira del noveno arte, el autor delinea infantilismos grotescos, giros inverosímiles y citas distorsivas en un trasfondo procedimental: la flora y fauna carnavalesca de Crímenes y castigos cobra vida a partir de diseños previos que el dibujante recicla en un collage de electricidad ensimismada. La disección se desdobla: hacia el propio imaginario en las figuras recortadas sobre un blanco absoluto, y hacia la historieta, que ve alterada su linealidad de globos y viñetas en un zigzag de estampas flotantes. El género negro – del que Nine atesoraba inéditas incursiones de cuño clásico que traficó al laboratorio– suministra el tercer y decisivo compuesto de un devenir en cuentagotas: la serie nace de un espacio de doble página en Fierro que lo obligó a comprimir su expansivo universo. Evidencia temprana del acto premeditado es “El crimen no paga”, viejo experimento en Humor que proveyó el molde. Los “crímenes y castigos” son entonces golpes y tiros ensañados, exentos de remordimientos dostoievskianos, con los que Nine sale a ostentar huellas.
Un magnate millonario que se desplaza en rueditas contrata al risueño Pirker, de riguroso sombrero y gabardina, para que siga el paradero de su curvilínea esposa: será el prototípico punto de partida de unas pesquisas en primera persona –compartidas con el estirado Parker y el porcino Babously– picarescas, desquiciadas e impasibles, esbozadas y resueltas en intrincado dípticos marmóreos. Sospechas, traiciones y revelaciones de última hora se acompasan en encabalgamientos abiertos de texto e imagen, ligeramente corridos del cómic tradicional: novela ilustrada o gráfica antes de tiempo (perdida en el caso irresuelto de la modernidad).
Huidas, secuestros, asesinatos y violaciones componen una casuística inclemente y sin correcciones. Freaks circenses, matones y pastores, músicos y meteorólogos, coroneles y gánsteres y un especialmente afiebrado desfile de divas voluptuosas habitan las desventuras vertiginosas de Crímenes y castigos, labradas a medida de un Chandler tanguero y surrealista que extrae de la violencia un matiz entrañable. La conjugación de lunfardo y abstracción arrastra un subrayado sudaca que Nine invoca al mencionar en repetidas ocasiones una “ínfima banda de pajarones amantes de la novela negra” afincada en la Argentina, colada como nota al pie bastarda en las tramas de hemisferio norte con una bombilla de mate y un moño celeste y blanco.
Los mecanismos por lo demás resultan disimuladamente anglosajones en sus ajustes de cuentas, cuerpos ardientes, vidrios rotos y sangre derramada: en su gesto último Nine convierte parodia en suavidad, desprecio en distancia, tinta en porcelana, hurto en homenaje: no existe salto radical sin crueldades ni mordeduras de polvo, parece sugerir el artista, delatando la heroica ilegalidad que se camufla en toda grandeza.