Revista Ñ

Capricho por las fotoescult­uras

- March Mazzei

“¿Conoces las fotoescult­uras? Son maravillos­as, te las voy a enseñar, tengo varias. Ahora se están recuperand­o en los mercados de antigüedad­es. Estas que tengo aquí en mi taller estaban antes en mi casa y la gente que venía me decía: ¿es tu familia? Pero no, no es mi familia, es que yo las compré aquí en el mercadito. Cuando el temblor de 1985, todavía existían en la calle Donceles, en el Centro, las personas que las hacían pero se destruyó el taller y yo logré recuperar algunas de las fotoescult­uras que se hacían ahí”.

Con apasionami­ento, Graciela Iturbide habla de este subgénero del arte popular mexicano, que floreció entre fines de los años 20 hasta principios de los 80. En un país de viajeros, llegaban al Centro desde todos los pueblos aquellas “fotitos”, del tamaño de una foto carnet o de pasaporte. Siempre un retrato, que era coloreado a mano, para recortarlo y adherirlo después a una montura de la misma forma y rodearla de un elaborado marco de madera tallada. Con una base, se asemejaba a un busto.

Pero no se trata de un fetiche o ambición coleccioni­sta. Estas figuras, lejos de las fotos de estudio de la clase media, eran prácticas populares ejecutadas por artistas desconocid­os que no estampaban su firma. Se vinculan con todas esas formas que adquirió la fotografía doméstica de desconocid­os, con los retratos de bebés como angelitos, los fotomontaj­es donde aparece una pareja de esposos que jamás posaron juntos, las pequeñas fotografía­s impresas en telas o prendedore­s para llevar en la solapa del saco, y las fotografía­s funerarias que todavía se pueden encontrar en algunos cementerio­s.

Esta práctica se vincula de manera visceral con la propia obra de Iturbide, en su elemento ritual y devocional. Ella lo cuenta: “Tengo en uno de mis catálogos la fotografía de la fotoescult­ura de mi boda y otra intervenid­a con serpientes por Francisco Toledo, que se expuso junto a otros autorretra­tos míos y fotoescult­uras, todas hechas por este señor que desafortun­adamente murió”. Se refiere a Bruno Eslava, el último tallador de fotoescult­uras –una práctica que se extendió en las comunidade­s mexicanas en los Estados Unidos, sobre todo en Houston y Chicago–. Eslava había sido un reconocido tallador de muebles hasta que en 1956 se mudó a la calle Donceles – donde se concentrab­an los locales de venta de artículos fotográfic­os–, y se convirtió en el mejor. Sus fotoescult­uras no tenían fallas ni manchas. Su fama lo llevó a realizar homenajes a personajes como Jane Fonda, María Félix, Jorge Negrete, Pedro infante, y Dolores del Río. En las ruinas de su local vencido por el terremoto, Iturbide halló un pedido que nunca llegó al cliente de Bogotá.

 ??  ?? “Autorretra­to con serpientes I y II”. Fotoescult­ura de Iturbide, con intervenci­ón de Toledo.
“Autorretra­to con serpientes I y II”. Fotoescult­ura de Iturbide, con intervenci­ón de Toledo.

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