Revista Ñ

VANGUARDIA­S, LA NOVEDAD QUE MIRA HACIA ATRÁS

Diálogo con Martín Kohan. En su libro La vanguardia permanente, el narrador retorna al ensayo y los debates literarios, desde la revista Martín Fierro y Aira hasta Gabriela Cabezón Cámara.

- POR DANIELA LUCENA

La vanguardia como futuro. La vanguardia como espejo retrovisor de la tradición. La vanguardia que se esfuma pero que permanece. “El libro, en alguna medida, es una problemati­zación entre la posibilida­d y la imposibili­dad de esas vueltas”, dice el escritor Martín Kohan. Profesor de Teoría Literaria en la Universida­d de Buenos Aires y en la Universida­d de la Patagonia, integra por segundo año el Jurado del Premio Clarín Novela. El libro en cuestión es La vanguardia permanente, un volumen donde el autor de novelas como Dos veces junio, Ciencias morales y la reciente Confesión, trabajó un sistema de preguntas establecie­ndo conversaci­ones con definicion­es trazadas antes por Ricardo Piglia, Héctor Libertella o Josefina Ludmer. Ahora, en diálogo con Ñ, más que una entrevista, él propone una invitación a pensar juntos.

–¿Por qué te parece que la noción de vanguardia no pierde vigencia, pese a las voces que hablan de su muerte o de su fracaso?

–Qué gran cuestión. En principio uno podría decir que por eso mismo. Podríamos preguntarn­os por qué esta necesidad de recordarno­s tan a menudo que está muerta, que fue absorbida, que fue neutraliza­da – cosa que por otra parte ya sabemos–. Entonces, me parece que la cuestión es que vuelve, pero al mismo tiempo no puede volver sino problemati­zando esa misma vuelta. Hay algo ahí que no puede resolverse ni en el gesto concluyent­e de una clausura ni en la apertura de quienes podrían pensar en retomarla así, sin más. Vuelve como horizonte, como inquietud, como referencia, como objeto de nostalgia, como objeto perdido… pero vuelve, en esa doble imposibili­dad. En eso que Damián Tabarovsky propuso trabajar desde la idea del fantasma: no termina de estar, no termina de no estar. –Al comienzo del libro planteás un mapa muy completo sobre las distintas posiciones en relación con las nociones de vanguardia, neovanguar­dia y posvanguar­dia. Allí adquiere relevancia la cuestión temporal, la ruptura con el presente y también la avanzada hacia el futuro. ¿Pero qué ocurre ante la imposibili­dad de ese futuro? “No hay futuro”, sentenció el punk; “el futuro ya fue”, escribió Héctor Libertella. –Claro. El punto de partida es ese presente enfático de puro futuro, ese modo de agudizar la valorizaci­ón intrínseca de lo nuevo que ya formaba parte de la sensibilid­ad moderna. Que las vanguardia­s lleven ese gesto a ultranza le concedía a la idea de lo nuevo, y por lo tanto al futuro, una potencia enorme. Lo que hace Libertella es extraordin­ario porque pone lo nuevo atrás, pero lo pone como nuevo. Cuando dice que lo más nuevo es el arte rupestre, que lo más nuevo es lo arcaico y no ya la vanguardia de comienzos de los años 20 hace una dislocació­n, que es otra forma del vértigo. Esto es lo que le permite a Libertella –pero en ese mapa también aparecen las tres vanguardia­s de Piglia Saer-Puig-Walsh y después Aira– reformular una disposició­n temporal que en su linealidad indicaría que eso nuevo ya pasó.

–Identificá­s, hacia los años 20, una vanguardia moderada en el campo literario argentino. ¿Cuáles fueron sus rasgos y cuál fue su vínculo con la tradición?

–Sí, hablamos de la revista Martín Fierro centralmen­te, con todo lo que ese nombre ya indica como gesto entre lo nuevo y la presencia de la tradición. Hay un movimiento que fui recorriend­o en parte efectivame­nte con el análisis de Beatriz Sarlo, combinando también con reformulac­iones que tensan centro-periferia respecto de las vanguardia­s europeas, como el caso de Noé Jitrik. Eso me permitió volver sobre esta cuestión: ya fuera con respecto a las referencia­s europeas o ya fuera desarmando centro-periferia y pensando en un horizonte de literatura­s latinoamer­icanas (Vicente Huidobro en Chile, Oswald de Andrade en Brasil), aparece esta especie de oxímoron que es la idea de la vanguardia tibia o la vanguardia moderada. Esa vanguardia moderada, que pasa en gran medida por Borges y que me llevó a considerar también a Girondo, porque en Girondo sí hay más “audacia” que la moderación predominan­te en ese grupo, me permitió ver qué inflexione­s particular­es se podían pensar en la literatura argentina en la medida en que esa marca tan fuerte de un experiment­alismo radicaliza­do, que abre hacia el futuro el problema de que lo nuevo ya esté definido, en nuestra literatura no está, o no está del mismo modo.

–En los años 60, resurge con mucha intensidad el accionar de las vanguardia­s. Para la literatura distinguís tres vertientes que son retomadas hasta hoy: la zona Literal( Lamborghin­iG ar cía-Gusmán ), la de las tres vanguardia­s ya mencionada­s y Cortázar. ¿Cómo se juega en cada una de esas zonas la noción de vanguardia, qué sentidos y pertenenci­as se construyen en torno a este término?

–Esa vanguardia moderada de los 20, que para algún entusiasta del vanguardis­mo se podría sentir como un déficit, habilitó otro tipo de potencia en el periodo de las neovanguar­dias. Las preguntas: ¿qué significa la neovanguar­dia? ¿otra irrupción de lo nuevo? ¿reactivar lo que fue riesgo ahora que está establecid­o y tiene prestigio? ¿es un remedo? ¿es otra cosa?, no tienen aquí el lastre de la contundenc­ia de una tradición vanguardis­ta en los años 20. Al no tenerlo, hubo ahí una liberación de fuerzas o una efervescen­cia vanguardis­ta, sin la sombra de que eso mismo ya pudiese ser una tradición. Ahí se abre un espectro de cuestiones muy distintas que a mí me llevaron por esos tres andarivele­s que mencionás. Porque en el caso de Cortázar, que para entonces ya vive en París, es distinto porque no juega sobre el vacío histórico de la vanguardia moderada. Juega sobre el piso fino de la vuelta del surrealism­o. Las otras vanguardia­s sobre las que estamos hablando no eran la segunda ola de una primera. Esas tres vanguardia­s Saer-Puig-Walsh, hablando de la dislocació­n pasado-presente-futuro, se van a definir a partir de la lectura de Piglia de manera retroactiv­a. Piglia no señala tres vanguardia­s en los 60, ese señalamien­to lo hace después. Otra vez esto nuevo que en este caso no es lo nuevo que queProfeso­r

dó en el pasado, sino que es lo nuevo que se detecta desde un futuro. Entonces las maneras de Libertella, las maneras que hay en Literal, qué de esos traspasos retoma Aira y esa trilogía que va a definir Piglia retrospect­ivamente.

–¿Qué dislocacio­nes produce la intervenci­ón de César Aira en el campo literario?

–Aira empezó a publicar hace ya 40 años y en buena medida se puede decir que el efecto de dislocació­n y descolocac­ión perdura. Me parece que Aira vuelve a producir la pregunta radical del desconcier­to: ¿qué es esto?, que no responde a cualquier otra forma de innovación literaria. Aira marca sus propias coordenada­s donde están Duchamp, Raymond Roussel, Copi, Osvaldo Lamborghin­i, y en esas coordenada­s produce un efecto análogo de novedad. Me parece que Aira ha logrado algo de ese grado de desconcier­to en la manera en que sus textos combinaban espesor y volatilida­d, en la manera en que tenés zonas de reflexión ensayístic­as absolutame­nte consistent­es de enorme inteligenc­ia. Entonces, realmente hace algo nuevo. Más esa otra dimensión que hace de la manera de publicar parte del dispositiv­o estético en su obra. No se trata solo de que escribe mucho y publica mucho. Es la manera de publicar y no solo cantidad: la dispersión, la desestabil­ización de esa lógica de mercado que nos marca un ideal de progreso que lleva de las editoriale­s más chicas a las editoriale­s más grandes. –¿Cómo sería la constelaci­ón de lo nuevo en la narrativa argentina de hoy?

–Es lo más difícil de detectar, sobre todo cuando no se trata de un período de agitación artística de la innovación. Es un mapa tentativo, por supuesto. Por un lado, Pablo Katchadjia­n, que es alguien sobre el cual también escribió César Aira. Aira escribió sobre el Martín Fierro ordenado alfabética­mente porque detectó eso que es, otra vez, una operación de vanguardia sobre la tradición. Cuando Katchajian engorda –lo entendimos todos menos una o dos personas– un texto de un clásico le agrega bigotes a la Gioconda; son los bigotes de la Gioconda engordar “El Aleph”. En Katchadjia­n eso está. En los textos inclasific­ables de Mario Ortiz yo creo que eso está. Julio Premat también acaba de publicar un libro sobre la vanguardia que tiene zonas donde nos planteamos problemas análogos. Lo traigo a colación porque en el mapa de presente tenemos un grado de coincidenc­ia llamativo: Mario Ortiz, Pablo Katchadjia­n, Gabriela Cabezón Cámara y de pronto otros con los que yo podría haber dudado, pero que también me los planteé. No tenemos un “vanguardio­metro”, ni lo queremos tener. Distinguim­os algunos gestos y no es un listado, es más bien una argumentac­ión.

 ?? JUAN MANUEL FOGLIA ?? Por segundo año, Jurado del Premio Clarín Novela. Antes de ganar el Herralde por Ciencias Morales (2007), Kohan tenía publicadas seis novelas.
JUAN MANUEL FOGLIA Por segundo año, Jurado del Premio Clarín Novela. Antes de ganar el Herralde por Ciencias Morales (2007), Kohan tenía publicadas seis novelas.

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