Revista Ñ

PEDRO LEMEBEL: BRILLA, BRILLA ARDIENTE ESTRELLA

Pedro Lemebel. El documental de Joanna Reposi es un buen catálogo de su obra como performer, de la que es referente en la región.

- POR JULIA VILLARO

Hace frío (al menos para andar desnudo por la calle) pero a Pedro Lemebel no le importa. Camina de modo solemne por la escalinata, se adentra en una enorme bolsa de tela que lo cubre desde los pies hasta la coronilla, se acuesta en el borde y se deja caer sobre el fuego. Aunque el traje es ignífugo la imagen es conmovedor­a. Las llamas lo tocan, pero no lo queman. Pedro cae escaleras abajo como un capullo de seda. Es el final de su carrera y de su vida.

Quizás por esa fuerza, o porque de algún modo confirma algo parecido a una hipótesis sobre su obra, la imagen de esa performanc­e, que el artista y escritor chileno Pedro Lemebel realizó por última vez en 2014, aparece dos veces en el documental que Joanna Reposi Garibaldi le ha dedicado. Lemebel es un homenaje franco. No busca ser otra cosa, ni se propone esgrimir, entre su directora y el protagonis­ta, una distancia objetiva (si es que eso fuese posible en algún caso). “Me dijiste que te filmara, que no dejara de hacerlo”, se la escucha decir a Reposi más de una vez como voz en off. Se dirige a Lemebel, pero nos habla a nosotros, porque él ya ha muerto.

Sobre sus palabras la imagen lenta y porosa del artista postrado en su silla de ruedas, bajando por la rampa del hospital Arturo López Pérez de Providenci­a, es de una elegancia trágica, sin lugar para conmiserac­iones. Estrenado en 2019, el filme ha tenido un vasto recorrido por salas y por festivales (incluido el de Mar del Plata) ganando en ese mismo año el Teddy Award en la categoría LGBT+ en el Festival de Cine de Berlín. A través de la plataforma Amazon, desde este año puede verse en Argentina. Su estreno allí se adelantó apenas a la reedición de Tengo miedo torero, la novela de 2001 que la editorial Planeta acaba de reeditar.

Pero más allá del homenaje a un artista semejante, político sin ser partidario, poético sin ser condescend­iente (“la literatura no recoge la basura con la que se topa cada día —confiesa en una parte de la película—. Yo sí la recojo y la hago brillar”), el documental de Reposi adquiere su mayor fuerza al poner el foco en la parte menos visitada de Lemebel, su actividad como performer, que comenzó de la mano del colectivo “Las yeguas del apocalipsi­s”, integrado junto a su amigo, el actor y poeta Francisco Casas.

En Chile, en los 80, a la dictadura de Pinochet se le sumaba el asedio del sida, todavía llamado por esos años “la peste rosa”. El clima apocalípti­co reinaba en Santiago; a los amigos que no secuestrab­a el ejército los mataba la epidemia. Pedro y Francisco no querían ser jinetes, como los del libro final de la biblia. Sino yeguas bien plantadas, en el margen de los márgenes, echadas hasta de los partidos de izquierda (“nadie quería un marica en sus filas”, cuentan) oponiendo, con coraje y desenfado, sus cuerpos desnudos a la violencia y la discrimina­ción. En sus pequeños actos triunfales quedó fundado un sólido trabajo colaborati­vo que duró casi diez años (entre el 87 y el 95), en los que los artistas realizaron más de 15 performanc­es.

El documental de Reposi Garibaldi repasa varias de ellas, a partir del propio testimonio de Lemebel, de Casas, de amigos como la poeta Carmen Berenguer. También de videos, archivos de entrevista­s, fotos y diapositiv­as, que la directora elige proyectar en distintas fachadas de las calles de Santiago, en una nueva vuelta de tuerca. Ahí están Pedro y Francisco llevando a cabo “La conquista de América” (1989), bailando una cueca sobre un mapa lleno de vidrios, dejando sobre el contorno del continente pequeños restos de sangre. O en peregrinac­ión por los barrios bajos de Santiago en “Bajo el puente” (1988); o vestidos como Frida Kahlo, con sus cuerpos conectados por una sonda, en “Las dos Fridas” (1989), una de las varias escenifica­ciones de pinturas de la artista mexicana que realizaron. Muchas de estas acciones fueron también recogidas y exhibidas en la exposición que Fundación Proa le dedicó a las Yeguas en 2019.

Pero en Lemebel también hay lugar para aquellas acciones que Pedro realizó solo, después de 1995 (como “Corazón afeitado”, Return aids”, y “Abecedario”), ya arrojado a su labor como cronista para distintos medios. “Mi trabajo con el cuerpo tuvo que ver con la crónica —se lo oye contar, invitado a dar una charla en la Universida­d de Harvard—. Porque yo antes escribía unos cuentos que me iba bien… algo de mi escritura estaba ahí, al barbecho, pero me faltaba ese empujón”. El mérito de Reposi no sólo consiste en evidenciar esa conexión fundamenta­l entre cuerpo y escritura que palpita en su obra, sino en señalar (organizánd­olo) su trabajo como performer, y situarlo en el lugar que se merece: el de un referente fundamenta­l de esta práctica en Chile, y Latinoamér­ica.

Por su carácter de inasible (en un momento germinal de su historia, en que todavía estas prácticas no contaban con la regulación, conceptual y un tanto marketiner­a, que hoy las regulan “de pe a pa”) Reposi decide abordar estas performanc­es realizando un trabajo lento (más de ocho años) que consiste en tardes y noches enteras sentada junto a Lemebel mirando fotos, escuchando música, hablando de bueyes perdidos o dando definicion­es concisas: “la performanc­e era un salto al vacío, había que estar abierto al imprevisto aunque el imprevisto fuese suicida”. Hay algo de arqueológi­co en el trabajo que encaran. Con el sonido del proyector de fondo y el carrito con bebidas en el primer plano, construyen entre ellos esa intimidad amorosa que sólo se puede cocinar despacio.

Reposi terminó su película después de la muerte de Lemebel, y en la hora y media que dura el documental puede verse cómo esa llama, que no es otra cosa que él mismo, se apaga. Ese fuego que aparece en muchas de sus acciones nos hace pensar más en un ritual que en una obra, y en el artista como una suerte de brujo en medio de un conjuro. “Pensé que alguien me iba a amar, pasó el tiempo y nadie me amó”, confiesa Lemebel, la voz floja por las copas. Quizás la película le devuelva un poco, al menos, de ese afecto que ha faltado. El de su directora y amiga, pero también el de un público que necesita continuar conociéndo­lo y pensando su obra, para que el fuego no deje de azuzar.

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Sin título, 1990. Lemebel en una fotografía de Pedro Marinello.
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Pedro Lemebel en una de las varias escenifica­ciones de pinturas de Frida Kahlo.
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ARCHIVO CLARIN Junto a Francisco Casas, las Yeguas del Apocalipsi­s en 1990.

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