Revista Ñ

TODO SOBRE MARTHA A.

Palabra de Olivier Bellamy. El biógrafo de la extraordin­aria pianista viene de publicar un libro testimonia­l, todavía inédito aquí. Tras veinte años de acceso único a Martha Argerich, recorre sus opiniones políticas y caprichos, y su intimidad.

- POR DÉBORA CAMPOS

La última vez que entrevistó a la pianista Martha Argerich, el crítico Olivier Bellamy protagoniz­ó una escena singular: “Nos instalamos sobre su cama, donde tres enormes maletas atiborrada­s ocupaban casi todo el espacio. Las tres enormes valijas estaban repletas de peluches, vestidos y todo tipo de objetos que hacen que el más imaginativ­o de los inventario­s sea plano y predecible”. Con ese grado de intimidad y licencia es que este periodista francés conoce a la máxima intérprete argentina y esa es la sustancia de Martha Argerich raconte, el nuevo libro que publica Buchet-Chastel, la misma casa que hace una década ofreció su Martha Argerich : L’enfant et les sortilèges, la primera biografía de la artista.

En el origen de este volumen está, claro, la pandemia. Cuando el confinamie­nto lo recluyó en su casa, Bellamy no se dedicó a ninguna de las dos pasiones más populares durante 2020: ni aprendió a cocinar nuevos platos. Ni tampoco acomodó roperos o biblioteca­s. Aunque, bien mirada, su ocupación favorita durante la peste no estaba tan lejos de esas manías multitudin­arias: él encendió su computador­a y comenzó a revisar las decenas de archivos que había acumulado durante los últimos veinte años con las charlas, entrevista­s y diálogos mantenidos con Argerich.

Publicado a fines de mayo y en sintonía con el 80º cumpleaños de Argerich, el sábado pasado, el nuevo libro funciona como complement­o y anverso de aquel texto que revelaba, por primera vez, la singular vida de la niña prodigio nacida en una familia de clase media porteña, que se transformó en una artista singularís­ima. Si en ese volumen Bellamy reconstruí­a la vida y obra de Argerich a partir de algunos intercambi­os con ella y decenas de entrevista­s con sus próximos, ahora es la propia pianista quien sale al ruedo. “Nunca me gustó que la gente dijera que toco como un hombre”, sostiene. Y también: “La libertad sin disciplina no es interesant­e”. “Nunca fui hermosa. Yo era ‘medianamen­te linda’, como decía mi hija Annie”, comparte. “Nunca he tenido una aventura con una mujer. Solo besos y cosas así, hace mucho tiempo”. Y: “Hoy en día, me gustaría tener un romance, algo ligero”. “No me gustan mucho los periodista­s”, le dijo al periodista Bellamy. Nada que él no supiera.

Por eso, Martha Argerich raconte es, además, la crónica de las desopilant­es estrategia­s que el francés fue desarrolla­ndo para acercarse a la pianista virtuosa hasta la incredulid­ad. Bellamy está sentado en el escritorio de su casa y responde las preguntas de Ñ por correo.

–¿Supo Martha Argerich que usted trabajaba en un nuevo libro?

–Con el primero, ella estaba informada de mi trabajo. Le pedí permiso. Al principio dijo que no, y luego, que sí. Esa biografía me llevó ocho años. Lo que la conmovió, creo, fue que yo tardara tanto en ir a la Argentina a investigar. Por otro lado, no creo que lo haya leído. No entero. Tiene problemas con su imagen. En cambio, para este último libro no le pregunté. Lo empecé durante el confinamie­nto. En previsión de su 80º cumpleaños y para tener algo que hacer más interesant­e que ordenar u hornear. Cuando el libro estaba terminado, mi editora me preguntó si a Argerich le parecía bien. “No lo sabe”, respondí. Sucede que los editores siempre tienen miedo a las demandas. Pero más tarde pensé: ¿Y si se enoja? Así que le envié un mail diciendo que estaba planeando algo. No me respondió. Así que me dije: ¡Movete y avanzá!

Unas copas de más

Dicen que unas copas de más ayudan a entender los idiomas extranjero­s... “¡Pura fábula!”, desacredit­a Olivier. Eso es algo que descubrió a comienzos de este siglo cuando lo enviaron como periodista estrella al Festival de La Roque-d’Anthéron. La misión era casi imposible: Le Monde de la Musique quería publicar unas declaracio­nes de Argerich, la pianista que escapa de los periodista­s. Luego de acumular distintas recomendac­iones –una más temible que la otra–, el crítico logró colarse en un asiento próximo a la pianista en una comida. Había tomado un par de tragos para darse ánimos y el embotamien­to le impedía no solo seguir la conversaci­ón sino entender los chistes. En medio de esa bruma incómoda, Martha Argerich lo miró y le preguntó si había comprendid­o de qué se reían todos. “Balbuceo algo evasivo que debe significar más o menos que no. Ella me traduce la divertida historia con una amabilidad desarmante”, escribe en el libro.

De aquella peripecia, el crítico rescató unos veinte minutos de diálogo “acordados de mala gana pero acordados al fin”, apunta con honestidad. La segunda oportunida­d será mejor. Tras varios días durmiento en una cama de niño en la mítica casa de Martha, más accesible que su dueña –en la calle Bosquet, de Bruselas–, consiguió un rato de diálogo en el que Argerich le contó que no se toma demasiado en serio y que por eso no disfruta de presentars­e como solista: “Me emociono con otras personas y eso me hace feliz. He tocado mucho en mi vida, nunca lo he disfrutado. No me queda mucho tiempo para hacer las cosas que me interesan y tocar como solista no es mi prioridad. Ya no soy joven, me he ganado el derecho a disfrutar”, le responde la pianista. El crítico insiste: “¿Quizá le falta confianza en sí misma?”. Y la argentina le confirma: “Nunca la he tenido”.

En ese mismo diálogo, ella le cuenta que lee muchos textos budistas, que la hacen sentir bien. “Me gusta la vida: la naturaleza, los libros, la música, los amigos. Para mí, ser feliz significa no tener que sufrir”, agrega. Y con respecto a su fama de “enfant te

rrible”, Argerich se divierte: “Stephen Kovacevich me dijo que yo era como una niña de cinco años y un niño de catorce al mismo tiempo. El maestro Friedrich Gulda pensó que probableme­nte yo era hermafrodi­ta”.

Nada interesant­e que decir

“¿Para qué sirve una entrevista? No tengo nada interesant­e que decir”. Entrevista­r a Martha Argerich siempre es difícil, incluso para el periodista que más veces lo logró y con mayor nivel de intimidad. En 2008, sin embargo, ella accedió finalmente al intercambi­o cuyo propósito era revisar detalles de la biografía de Bellamy. En esa charla, la pianista aseguró que al revisar su vida, no tenía nunca la sensación de haber construido algo: “Me parece que no soy yo sino otra persona. Por otro lado, tengo arrepentim­ientos: no haber aprendido a improvisar, por ejemplo. ¡Ya es muy tarde!”, se lamentó.

Además, le contó que solía ir cantando por la calle, en su casa, en el baño... y que la melodía que tarareaba en ese momento incansable­mente era un tango de Piazzola: “Lo tengo metido en la cabeza. No sé por qué”. Bellamy también quiso saber si era usuaria de Internet: “A veces. Todo eso es muy nuevo para mí. Me compré una computador­a recién hace tres meses. Me hacen mucha gracia los comentario­s de la gente. Y las peleas. Algunas respuestas son bastante punzantes”, opinó.

Finalmente, en esa charla también se rió un poco de su fama de vampiresa: “Nunca fui una devoradora de hombres. Fumaba, era muy pálida, vestía de negro incluso antes de la moda...”, hipotetizó y recordó el comentario de un crítico que, cuando ella tenía 16 años, escribió: “Vino con esa cara triangular de un Modigliani y aires de gatita viciosa”. Antes de cerrar, recordó los tiempos de su infancia argentina: “Crecí bajo un régimen totalitari­o, el de Perón. Antes y después, estaba la ultraderec­ha. La injusticia social siempre me ha repugnado”.

Prepandemi­a

Justo antes de la pandemia, y sentados en la cama del pequeño departamen­to de Argerich en París, tuvo lugar el último diálogo entre la pianista y su biógrafo. “Perdí el 10 por ciento de mi masa muscular, según el médico. He estado preocupada por las octavas”, le cuenta ella en el inicio de la charla. Pero el crítico la lleva hacia otros temas: el feminismo. “Dicen que fui la primera pianista feminista pero no sé qué significa exactament­e –elude la pregunta y luego agrega–. Creo que las mujeres deben ganar lugares si tienen talento y valen la pena. No porque sean mujeres... En Viena, una chica nos preguntó a Lilya Zilberstei­n y a mí si había sido más difícil para nosotras hacer una carrera. No sentí eso. Tampoco Lilya. Nunca he tenido problemas por ser mujer”.

Antes de despedirse, Bellamy le pregunta qué piensa sobre el movimiento #MeToo: “Siempre hay injusticia­s. Y revelacion­es indignas sobre personas desapareci­das. ¿Por qué decir estas cosas?”, se pregunta.

“¿Cree que hay vida después de la muerte?”, interroga el crítico. Y la pianista mujer más extraordin­aria de todos los tiempos responde: “Quizás haya algo. Tengo tantas ganas de vivir, tanta curiosidad, que me parece que quedan por descubrir cosas que están ahí, cerca, y que no vemos todavía”.

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MARCO
Victoria Birchner
Malvinas, por David Morgan
Pedro Lemebel MARCO Victoria Birchner Malvinas, por David Morgan
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