Revista Ñ

OTRAS PALABRAS PARA RECORDAR LA GUERRA

Malvinas. A 39 años de la rendición, Leila Guerriero recupera el origen del cementerio de Darwin y las polémicas en torno al lugar, mientras una memoria da voz al aviador que hundió el pesquero argentino Narwal.

- POR CAROLINA KEVE

Es 1982. Termina la Guerra de Malvinas y el ejército inglés envía a un oficial de 32 años, llamado Geoffrey Cardozo, para colaborar con las tropas que allí había. Pero Cardozo se encuentra con algo inesperado: los cuerpos argentinos seguían esparcidos en el campo de batalla. Es así como le encomienda­n armar un cementerio. “Ejerciendo un oficio fúnebre para el que no tenía entrenamie­nto, recogió cadáveres insepultos, exhumó los sepultados, revisó uniformes buscando documentos, carnets, placas identifica­torias: los rastros de la identidad esquiva. Logró reunir 230 cuerpos, pero 122 de ellos –restos mudos, sin placas ni documentac­ión– quedaron sin identifica­r. Los trasladó al cementerio. Los envolvió en tres bolsas, y en la última escribió con tinta indeleble el nombre del sitio donde habían sido encontrado­s”. Ahí comienza esta historia. La de La otra guerra (Anagrama).

La voz narradora de Leila Guerriero reconstruy­e un relato que por momentos resulta hasta inverosími­l, incluso en un lugar donde muchas veces el presente parece acontecer por puro capricho. ¿El escenario? Una foto que ya es ícono: el cementerio de Darwin. Ese rectángulo de cruces blancas que parece siempre estar desafiando el cielo. Lo que muy pocos conocen es lo que hay tras ese escenario y este libro viene a contar, un relato con tantos pliegues como protagonis­tas, que la pluma de Guerriero –pese a resultar un poco más desvaída en esta ocasión si se lo compara con otros de sus textos– sabe resolver en su complejida­d, a través de la voz de quienes lo vivieron con numerosas entrevista­s y una investigac­ión que se amalgama en un género que la periodista argentina conoce bien: la crónica.

Es así como en el encuentro con los familiares de sobrevivie­ntes, empresario­s, del Equipo de Antropolog­ía Forense y funcionari­os, el libro reconstruy­e lo que se podría resumir como la lucha que emprendió el ex combatient­e Julio Aro para continuar el trabajo de Cardozo e identifica­r los restos de soldados argentinos sepultados en las islas. Una historia breve, un pequeñísim­o trozo de realidad pero que encierra un drama nacional, que incluso trasciende a la guerra misma.

Una vez más, ahí están. Los muertos. Para un país que se jacta de tener poca amnesia, la relación con sus muertos le ha resultado un poco problemáti­ca. He aquí algunos ejemplos. El 16 de junio de 1955, caen sobre la ciudad 29 bombas. Dejan más de 300 muertos y 790 heridos. Aún no hay cifras oficiales. El 20 de junio de 1973 la vuelta de Perón, después de estar prohibido 18 años, se vuelve masacre. Hasta el día de hoy no se sabe el número final de víctimas.

La corporalid­ad de los muertos

La historia se habita de muertos que desde su anomia siguen sin reconocer responsabl­es; muertos que alimentan una suerte de prólogo espectral que años más tarde la dictadura convierte en fórmula para la racionaliz­ación del terror. Ya no habrá muertos, habrá desapareci­dos. Y esta vez el número se volverá debate público.

El caso de Malvinas es un poco diferente, acaso porque las guerras se obligan a una cuantifica­ción. Según registros actuales, el total de muertos ascendió a 649 y 237 fueron enterrados en el Cementerio de Darwin. Sin embargo, tal como expone Guerriero aquí sus huesos fueron un enigma por años; o lo que es más preciso, un problema, una verdad negada resumida en una cuestión semántica. No se puede repatriar lo que está en suelo propio.

Pensar La otra guerra se trata de eso, de capturar esa otra dimensión invisible por años pero lo que es más interesant­e –aunque tal vez no sea el objetivo original de la autora– las causas y condicione­s que atraviesan todavía ese silencio, resumido en esa imagen capturada con su incuestion­able prosa: “Seisciento­s cuarenta y nueve soldados y oficiales argentinos murieron en combate. El nombre de más de cien de ellos demoró treinta y cinco años en ser esculpido. No en la historia grande sino en una lápida (…) Desde un cementerio casi siempre solo, los muertos irradiaban muertes que ya eran mucho más largas que sus vidas”.

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REUTERS/MARCOS BRINDICCI Nuevas visitas al cementerio de Darwin, el 16 de mayo de 2018, donde están enterrados los soldados argentinos que murieron durante la guerra de las Malvinas.

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