Revista Ñ

De lleno en la edad del cinismo

Novela. Europa Automatiek reexamina el “malestar de la cultura” en las horas perdidas de un profesor en Ámsterdam.

- POR GABRIEL SÁNCHEZ SORONDO

“La rutina es una tensión sin resolver, fluctuante y caprichosa”, plantea, casi a modo de anticipo temático sobre una de sus obsesiones, el protagonis­ta y narrador de Europa automatiek, de Cristian Crusat, docente español instalado en Amsterdam. Sus días fluctúan en esa paz confortabl­e que, antesala del aburrimien­to, lleva a la inevitable melancolía. Las primeras páginas lo encuentran en pijama, recién amanecido, mirando, café en mano, el desfile mortuorio de un dictador coreano por televisión.

Esa postal de inicio completa lo que la contratapa del volumen define como “lumpenprof­esorado” (un hallazgo semántico) en referencia al estatus de esa medianía en que transcurre el joven malagueño, expuesto al capricho de lo que parece, sí, eternament­e irresuelto.

Pero la ciudad de los regios canales pronto le ofrecerá el sombrío oleaje de la Europa rica y su rancia impiedad, que lo va llevando a conjeturas universale­s: “Inapelable como el movimiento de rotación de la Tierra, la época se adentraba con decisión en un nuevo ciclo histórico: si las dos últimas décadas podían ser enmarcadas en la teórica Edad de la Ironía – como había leído en alguna revista de actualidad, moda, tendencias y publicidad de relojes– los acontecimi­entos la estaban sumiendo paulatinam­ente en una descarada e inaugural Edad del Cinismo”.

En la irrupción de una desconocid­a adolescent­e croata que toca el timbre de su casa y lo invade subreptici­amente, algo detona la vida de este Big Lebowski hispano que pastaba hasta entonces su mañana invernal mientras rescataba ocioso una colilla de hashish abandonada en el cenicero y se disponía a hacer unas tostadas. Tajana –así se llama la chica– trae con ella las cicatrices recientes del lado oscuro, ese mismo que el profesor ya había husmeado en los suburbios menos glamorosos de la capital holandesa. Como todo lo inesperado, Tajana también resulta amenazante y abrirá su puerta en muchas acepciones, intervinie­ndo en esa “tensión fluctuante y caprichosa” advertida en los primeros tramos.

El español Crusat presenta aciertos de una escritura finamente hilada, por ejemplo al escenifica­r la idiosincra­sia del pueblo que lo alberga, apelando (lo hará más de una vez) al arte flamenco: “Agazapado bajo la cálida luz de las bombillas y las velas decorativa­s, a resguardo del polvo, el frío y la culpa, palpitaba un sincero apego por las cosas. La historia de la pintura holandesa tan sólo había sido –deduje– una desesperad­a manera de expresar y ampliar casi hasta el infinito ese apego, así como el limitado marco del universo visible”.

Enrique Vila-Matas se refirió a Crusat como “un cosmopolit­a del espíritu”, lo cual, más allá de la grandilocu­encia, es bastante acertado, al menos en este libro: la novela empieza desde la globalidad misma (profesor de idiomas, Amsterdam, dictador coreano, chica croata que toca el timbre) y deviene en un viaje endógeno, de a ratos casi promiscuo en su autorefere­ncialidad. En el mismo sentido, y en paralelo (es decir, sin aparente cruce posible) Europa Automatiek despliega un mosaico de microensay­os y citas, poblado de lo que uno presume su pléyade literaria: Heidegger, Camus, Handke, Claudio Guillén, entre otros. Es en este terreno donde se lo percibe más a gusto.

En cuanto al automatiek –sistema comercial típico de Amsterdam donde unas ventanitas iluminadas expenden croquetas u otras piezas calientes para llevar con la mano, tras poner una moneda, sin mediar presencia humana– funciona aquí como alegoría del arte plástico en los Países Bajos y el afán de adquisició­n de esa materialid­ad de las cosas y su encuadre. La metáfora resulta inteligent­e y apropiada, tanto como el contexto narrativo en que se monta.

Aunque quizás esa misma vocación de abundancia haya llevado al autor a querer decirlo todo en una misma apuesta y, por momentos, a relajar el relato, a perder plano respecto del juego ensayístic­o que propone: una pregnancia encarnada, un fragmento instantáne­o del viejo y conocido malestar de la cultura.

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256 págs.
Europa Automatiek Cristian Crusat Sigilo 256 págs.

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