Atractivas cajas vacías
Narrativa. Milena Busquets encara lo cotidiano y la pasión amorosa en una radiografía de la vida contemporánea.
Es indudable, la autoficción gana espacio en la literatura contemporánea. Su poder resulta irresistible: une la sensación de verdad que transmite la experiencia personal con la libertad creativa de la imaginación. Esa es la clave del éxito de la escritora española Milena Busquets, que en su segunda novela También esto pasará aborda la muerte de su mamá, la editora Esther Tusquets, y revela el modo en que el sexo y las banalidades cotidianas integran la experiencia del duelo. De ahí las expectativas que despierta la llegada de su tercera novela, Gema, más aún cuando propone un juego similar entre la superficotidiana y los trances más significativos de la vida.
El núcleo de la novela, esta vez, es la propia narradora. No tiene nombre pero sí una mirada aguda y liviana sobre el mundo acomodado que la rodea. No pretende ser profunda, sí inteligente. Ella relata el devenir diario y el recuerdo de una amiga muerta en la adolescencia, que la lleva a averiguar su historia.
Así, el tiempo avanza entre esa búsqueda y el romance en crisis de la narradora con Bruno, un actor de teatro; las idas y vueltas con sus dos hijos adolescentes; las cenas en restaurantes elegantes; las charlas con amigas. Las anécdotas, en verdad, son entretenidas pero intrascendentes. Las escenas se suceden como lindas cajas vacías.
En ese sentido, las dos líneas que establece la narración no llegan a articularse en una trama, Por supuesto, eso no sería problema si el lenguaje, la escritura, el ritmo, es decir la estética de Busquets, encontrara su propia fuerza para sostenerse por sí misma. Cada tanto sucede, y aparecen reflexiones ocurrentes: “Todos tenemos tres o cuatro caminos, que siempre tomamos, para ir al centro, para ir al colegio, para ir a Cadaqués, para enamorarnos, para regresar. Si los marcásemos en un mapa, con un bolígrafo rojo, como se marcan las venas en algunos dibujos anatómicos del cuerpo humano, veríamos que son casi siempre los mismos, que pasamos la vida entera en una misma mano”. En estos espacios lúcidos, la narradora mira de frente la vivencia contemporánea. Aquí terminan las virtudes de la novela.
Es cierto que tiene varios elementos en común con su anterior –y celebrada– novela También esto pasará. La narradora comparte algunas zonas de la biografía de la autora, es escritora, divorciada, inteligente y frívola y relata las pequeñas contingencias de su rutina con mordacidad; una vez más, la ausencia es el núcleo del relato. Así y todo, la amiga muerta de leucemia en la escuela secuncialidad daria, Gema, nunca adquiere la gravitación narrativa que tenía la muerte de la madre de la narradora, la editora Tusquets, poderosa y contradictoria. Dicho más simple: los elementos que en la primera novela lograban un nivel alto de honestidad sobre la experiencia personal que la volvía universal, en Gema se desvanecen en lugares comunes.
Otro punto que no ayuda a sostener la obra son los personajes, una serie de nombres que se despliegan alrededor de la narradora, y solo contribuyen a exaltar su narcisismo. En verdad, ninguno de ellos contiene matices, una mirada, contrapuntos. Ni siquiera Gema, en ese sentido, aparece en el relato con vitalidad suficiente. Más allá de representar a una amiga real de la autora que murió de leucemia en la adolescencia, según contó Busquets, apenas se mueve como un recuerdo persistente. Nunca deja su lugar fantasmal en el sentido menos inquietante de la palabra.
Al menos ofrece momentos entretenidos y la sinceridad suficiente para exhibir sin prejuicio un modo liviano de ver el mundo. Y en esa superficie, con suerte, se filtran algunos espectros del presente.