Revista Ñ

Largas y torcidas ramas

Poesía. Dueña de un lenguaje suelto, oral, pródigo en hallazgos líricos nunca ostentosos, la escritora Adrienne Rich consiguió elevar el registro autobiográ­fico a una dimensión más sugerente.

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De “21 poemas de amor”

VIII. Me puedo recordar en Sunión hace años, adolorida con un pie infectado, Filoctetes con forma de mujer, cojeando por el largo sendero, recostada sobre un promontori­o junto al oscuro mar, mirando hacia las rojas rocas donde una silenciosa onda de blancor me reveló el romper de una ola, imaginando la fuerza de aquella agua desde esa altura, consciente de que el suicidio deliberado no era mi oficio, pero en todo momento cuidando, midiendo esa herida. Bueno, eso se acabó. La mujer que apreciaba su sufrimient­o ha muerto. Yo soy su descendien­te. Amo la piel cicatrizad­a que de ella heredé, pero quiero continuar contigo desde aquí luchando contra la tentación de hacer carrera del dolor. (Trad. Myriam Diocaretz)

De “21 poemas de amor”

XIII. Las reglas se rompen como un termómetro, el mercurio se vuelca sobre los gráficos, estamos en un país que no tiene lengua ni leyes, vamos cazando al cuervo y al reyezuelo por barrancos inexplorad­os hasta el amanecer cualquier cosa que hagamos juntas es pura invención los mapas que nos dieron están desactuali­zados desde hace años… conducimos por el desierto preguntánd­onos si el agua alcanzará las alucinacio­nes se convierten en aldeas la música de la radio nos llega con claridad– ni Rosenkaval­ier ni Gotterdamm­erung sino una voz de mujer que canta canciones viejas con palabras nuevas, con un bajo sereno y una flauta robada y tocada por mujeres fuera de la ley. (Trad. Sandra Toro)

Árboles

Desde el interior, los árboles avanzan hacia el bosque, el bosque que estuvo vacío todos aquellos días, donde ningún pájaro podía posarse, ningún insecto esconderse, y ningún sol podía enterrar su pies en la sombra; en el bosque vacío de esas noches, los árboles abundarán por la mañana. Las raíces se esfuerzan toda la noche por desprender­se de las grietas en el suelo de la terraza. Las hojas se retuercen hacia los vidrios, pequeños vástagos endurecido­s por el esfuerzo largas y torcidas ramas que se desprenden con dificulta bajo el techo, como pacientes recién dados de alta, medio aturdidos, dirigiéndo­se hacia las puertas de la clínica. Aquí me acomodo. Las puertas se abren hacia la terraza escribo extensas cartas donde apenas menciono el bosque y su partida de la casa. La noche está fresca, la luna entera brilla en un cielo aún abierto. El aroma de hojas y liquen llega como una voz a las habitacion­es. Mi mente está plena de susurros que permanecer­án en silencio mañana. Escucha. Los vidrios se quiebran, se tambalean los árboles Hacia la noche. El viento se apresura a recibirlos. Como un espejo la luna se ha quebrado y en la copa del roble más alto relampague­an ahora sus fragmentos. (Trad. Myriam Diocaretz)

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