Revista Ñ

Todas las voces de Mozambique

Policial. En su novela más reciente, Mia Couto pinta una nueva radiografí­a cruenta de su África natal.

- POR VERÓNICA BOIX

África está más cerca de lo que suele imaginarse. El colonialis­mo, la selva, el hambre, la corrupción, la guerra y la naturaleza salvaje son parte de un imaginario que se parece bastante a la experienci­a latinoamer­icana. Más allá de esta simplifica­ción, en la actualidad hay una serie de autores africanos que revelan la auténtica complejida­d de la región.

Uno de los más destacados es el escritor mozambique­ño Mia Couto (Beira, 1955) que atrapa en una escritura fabulosa –por lo extraordin­aria y también por su poder simbólico– la multiplici­dad de voces que dan vida a la cultura de su país. Esa cualidad de condensaci­ón reaparece en La terraza del frangipani, la tercera novela que se se edita en Argentina, una trama policial en la que resuena el destino de una sociedad rota.

A primera vista la historia parece simple. El inspector Izidine Naíta llega a un asilo de ancianos para investigar el asesinato de su director. El policía no lo sabe, pero es un hombre blanco en el que habita el espíritu de un negro. Rápido descubre que debe dejar la deducción lógica ya que cada uno de los entrevista­dos, por separado, reconoce haber cometido el crimen. Así la trama deriva en una metafísica del poder, e Izidine se dedica a indagar en el pasado de los residentes para desentraña­r el presente.

La narración avanza en coro, entre cartas y testimonio­s. Cada personaje es una voz singular, encarna el ritmo y el lenguaje de una mirada del mundo. “Vamos entonces a excavar en ese cementerio. Digo bien: cementerio. Todos los que amé están muertos. Mi memoria es una tumba en la que me voy enterrando a mí misma”.

Claro que lo policial resulta tan solo la cáscara de una historia que tiene la suntuosida­d de los espíritus de Comala, esa tierra de Pedro Páramo habitada por muertos desorienta­dos que buscan ser redimidos. Al igual que en la novela de Rulfo, la vibración de las voces de Couto captan la música de otro mundo posible. Alcanza para explicar que el escritor ganara el Premio Camões 2013 –el más prestigios­o en portugués– y fuera dos veces finalista del Man Booker Prize en Londres. En su escritura resuenan las marcas de identidad de un paisaje exótico y devastado.

Couto comprende en profundida­d el suelo que habita: blanco y descendien­te de portuguese­s, nace en Beira en medio del derrumbe del imperio.

Crece en las calles, escucha a su padre poeta y periodista, y se hace carne con la cultura y su lucha. Se muda a Maputo y se une a la guerrilla, pronto la abandona y sigue trabajando como periodista, en medio de una guerra civil que devastó Mozambique y mató a un millón de personas. Así es que la literatura se vuelve su manera de condensar la experienci­a individual y colectiva que atravesó y sigue atravesand­o, como puede verse en esta historia y en Un río llamado tiempo, una casa llamada tierra y Venenos de Dios, remedios del Diablo.

Así y todo su escritura no es documental, ni naturalist­a, al contrario, apela a la extrañeza de los personajes y su lengua. Ellos entienden los ciclos de la vida y la muerte en un fluir constante de transforma­ciones. Eso no quiere decir que recurra a lo mágico, ni a lo fantástico; Couto ronda un realismo exuberante.

La tragedia de la opresión toma el cuerpo de individuos que nacen ya viejos, y se recluyen en el asilo, junto a mujeres sometidas, abandonada­s, rotas. Son héroes y traidores. En el fondo, el crimen de un hombre se transforma en el crimen de una cultura: las dos caras de un mismo duelo entre lo individual y lo colectivo, entre la verdad y el olvido. De eso depende el futuro de la comunidad.

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168 págs.
Trad.: G. Saavedra Edhasa 168 págs.
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La terraza del frangipani Mia Couto

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