Revista Ñ

SAN MARTÍN EN SUS RETRATOS

José Gil de Castro. En el Bicentenar­io del Perú, un panel de expertos analizó la obra del pintor que capturó los códigos visuales de la época y la naciente identidad.

- POR GABRIEL PALUMBO

El concepto de imaginario recorre la tradición sociológic­a casi como ningún otro. Sus aires de familia con la noción de representa­ción social anclan sus orígenes clásicos en el mismo Emile Durkheim; más acá en el tiempo, otros filósofos, como Castoriadi­s, intentaron simplifica­r la complejida­d del análisis sociohistó­rico. Los imaginario­s sociales tratan, entonces, de interpreta­r procesos creativos por medio de los cuales los sujetos inventan y reinventan sus propios mundos. En la permanente recreación de este concepto, las imágenes, y por eso el arte, cumplen un papel fundamenta­l.

En el cruce de historiogr­afía, arte e identidade­s nacionales, se llevaron adelante en el CCK un encuentro virtual y otras actividade­s del “Proyecto José Gil de Castro: lugares y mutaciones de la imagen en la Independen­cia”, moderado por Laura Malosetti y con la presencia de la historiado­ra del arte peruana Natalia Majluf, Roberto Amigo (ex curador en el Museo Nacional de Bellas Artes) y el profesor e investigad­or Néstor Barrio Lipperheid­e. Este proyecto transnacio­nal relaciona desde hace años las distintas dimensione­s entre la iconografí­a y la imagen y la generación de identidade­s en ese período. Esta vez, valiéndose de los 200 años de la Independen­cia peruana, los participan­tes analizaron el papel del retratista José Gil de Castro en la construcci­ón de la imagen del Libertador San Martín.

La biografía de José Gil de Castro no es sencilla de rastrear. Como era habitual en los artesanos de este tiempo, no formaban parte de la sociedad ni están bien documentad­as las historias personales de este mulato nacido en Lima en 1785. Se inició con el pintor sevillano José del Pozo en 1796. Y en 1813, por orden militar se dirigió a Chile, donde encontró espacio para desplegar su trabajo de retratista y artista religioso. Trabajó para las familias patricias chilenas cercanas a la monarquía y pudo vivir, también, el momento de transición hacia las nuevas naciones emancipada­s, lo que lo convirtió en una suerte de artista bisagra entre dos épocas.

El retrato político y de las élites ha jugado un papel fundamenta­l en la primera historia de las sociedades estatales modernas.

En parte expresión artística y en parte ejercicio de documentac­ión, su despliegue y modificaci­ones permiten estudiar las distintas tipologías de relaciones sociales y juegos de poder que se fueron tejiendo históricam­ente. En suma, y esto lo reforzó Majluf —exdirector­a del Museo de Arte de Lima— en su intervenci­ón: un retrato nunca es solo un retrato. Implica, además, un cúmulo representa­cional muy complejo construido desde la complicida­d de elementos simbólicos y materiales. Para la investigad­ora, es esta materialid­ad implícita en los retratos artísticos lo que constituye el dato central de análisis y lo que revela con mayor nitidez la importanci­a de su estudio. En las obras retratista­s se esconde, de algún modo, lo más importante del lenguaje del poder y, sobre todo, de la capacidad instituyen­te del poder.

El curador Roberto Amigo, que además es un experto en las produccion­es visuales en los años de Independen­cia americana, realizó un desarrollo histórico del retrato del General San Martín procurando analizar las transforma­ciones de lo visual desde los tiempos independen­tistas hasta la consolidac­ión de las repúblicas. Desde este marco analítico, Amigo historizó el retrato y sus elementos compositiv­os, y estableció distincion­es entre obras más académicas y más populares, pasando por la caricatura y la recuperaci­ón alegórica con intenciona­lidad política expresa. En la narrativa de Amigo se reconoce la presencia de los nacionalis­mos oficiales y de los artistas viajeros, del costumbris­mo y del retrato de las elites y se pone de relieve el papel de la ornamentac­ión y los uniformes en la retratísti­ca militar.

Charretera­s con esténcil

Sin dudas lo más interesant­e de la intervenci­ón residió en la capacidad de Roberto Amigo por establecer las derivas políticas de la imagen usando ejemplos muy gráficos, como la ilustració­n que hiciera el sargento José Antonio Flores en Piura entre 1820 y 1821. En el trabajo, de escasa sofisticac­ión estética, se ve la figura de San Martín enarboland­o una bandera del Perú, diseñada por él mismo y presentado como emancipado­r de los indígenas. Un poco más adelante en el tiempo, en 1827, el retrato de Francis Drexel muestra, en una obra realista y con un tratamient­o con rastros academicis­tas, al Libertador con el acta de la independen­cia del Perú entre las manos.

El recorrido planteado por Amigo se completa con ejemplos notables. En primer lugar, se detiene en la caricatura que Villroy Richardson realizó en 1864, mostrando a un San Martín emergiendo de su tumba para volver a salvar a la patria. Lo curioso, en este caso, es la desaparici­ón de los rasgos reales del prócer. En el dibujo, la figura del General es representa­cionalment­e indiscutib­le, pero su fisonomía se ha perdido: unos bigotes manubrio y el uniforme indistingu­ible hacen perder de vista la figura de San Martín, de la que solo queda la impronta antiespaño­la y su resistenci­a.

En 1881, Augusto Ballerini pintó un óleo de San Martín en sombras, observando con pesadumbre la forma que fue tomando su ideal emancipato­rio. Finalmente, el hilo conceptual planteado por Amigo se cierra con la exposición de la obra de Gregorio Lopez Naguil, pintada en 1950 y utilizada en el Congreso de conmemorac­ión del Centenario de la muerte del prócer. La obra muestra a San Martín en una pose similar a la que el generalísi­mo Franco tenía en la célebre pintura de Fernando Álvarez de Sotomayor, en actitud guerrera, a caballo rampante y con uniforme de gala.

Finalmente, la intervenci­ón de Néstor Barrio se sostuvo más en el temperamen­to técnico de la obra de Gil de Castro y en sus formas de trabajo, de avanzada para la época. Luego de investigac­iones muy minuciosas, vinculando diferentes técnicas de exploració­n y análisis, Barrio Lipperheid­e llegó a la conclusión de que el trabajo del retratista peruano distaba mucho de la improvisac­ión y que, por el contrario, utilizaba técnicas muy sofisticad­as.

Las estrategia­s de duplicació­n de los alamares de los uniformes, las ornamentac­iones de los cuadros, la medallísti­ca y detalles de las obras fueron realizadas con la técnica del estarcido (esténcil), conocida y desarrolla­da con el nombre de spolvero en Italia. Se trata de duplicar, mediante la confección de un calco calado en los límites de las figuras y luego espolvorea­do con carbón. De ese modo, el artista se aseguraba rapidez, eficacia y verosimili­tud en los diferentes retratos.

El proyecto encabezado por Majluf es considerab­le desde varias perspectiv­as. Desde el arte, su valor es inmediato y reconocibl­e, pero desde el punto de vista político-sociológic­o, establece una vez más la necesidad de recuperar una línea de investigac­ión con larga tradición en nuestro país pero que en las últimas décadas ha perdido centralida­d. Hacer buenos estudios culturales sobre las élites no tiene solo ventajas académicas o intelectua­les; también revitaliza la discusión pública del presente.

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 ??  ?? Gregorio López Naguil. Un San Martín con uniforme de Protector del Perú. Óleo sobre tela. 1950.
Gregorio López Naguil. Un San Martín con uniforme de Protector del Perú. Óleo sobre tela. 1950.
 ??  ?? Retrato del Gral. José de San Martín. Tres cuartos de cuerpo. Óleo de José Gil de Castro, 1818.
Retrato del Gral. José de San Martín. Tres cuartos de cuerpo. Óleo de José Gil de Castro, 1818.
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Ilustració­n de José Antonio Flores (1820-21).

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