Revista Ñ

SANTIAGO GARCÍA SÁENZ: PINTAR, ESE SUTIL EXORCISMO

Colección Fortabat. Con épica de inclusión, la primera muestra antológica del artista argentino le da un lugar singular en el arte de los 80. Su obra, con su marca de mística y sordidez, está atravesada por la pandemia de HIV.

- POR JULIA VILLARO

Tal vez suene por demás exagerado hablar de la obra de Santiago García Sáenz como “un secreto a voces”. Nacido en 1955, el artista desplegó una carrera que lo mantuvo siempre en el circuito, con muestras, premios, obras en espacios públicos y amistades profundas con colegas de su generación, como Liliana Maresca, celebradas en trabajos compartido­s. De algún modo, sin embargo, su obra sigue resultando una sorpresa a los ojos de los espectador­es. La organizaci­ón de su acervo y archivo, comenzada en 2012 por galería Hache en conjunto con su familia, cobra entonces una épica de rescate, y “Quiero ser luz y quedarme”, la muestra que la Colección Fortabat le dedica por estos días, parece consagrarl­o definitiva­mente como un artista original y significat­ivo, dentro de la historia reciente del arte argentino.

Curada por Santiago Villanueva y Pablo León de la Barra, la muestra resulta la primera antológica del artista (fallecido en 2006) y lo instala dentro de una genealogía de exposicion­es que la Colección viene realizando en los últimos años, colaborand­o en la construcci­ón de aquella historia del arte de los 80 y 90, tan rutilante como dolorosa, que recién se empieza a escribir. Antes, sus salas acogieron las obras de otros significat­ivos de esa época, como Marcelo Pombo, Benito Laren y Omar Schiliro, además de la exposición colectiva que curó en 2019 Francisco Lemus, orientada a rescatar a las artistas mujeres en torno a la galería del Centro Cultural Ricardo Rojas.

Pero el caso de García Sáenz va más allá de todas las catalogaci­ones que la historia intente hacer. De formación autodidact­a, reconoció haberse inspirado, durante un tiempo, en la pintura del (ya por ese entonces) maestro Yuyo Noé. Cultor del trash y del reviente de la primavera democrátic­a de los 80, su obra corre, sin embargo, por otros carriles. Expone en el Recoleta y en el Bellas Artes, cuando el resto de su generación converge en los espacios del under. Y pinta (y cómo) cuando la mayoría de los artistas se vuelca hacia otras prácticas más delirantes, en un espectro que abarca desde las instalacio­nes más sesudament­e conceptual­es, hasta la performanc­e, o la reivindica­ción de denostadas labores domésticas, como el bordado.

Que García Sáenz fue un pintor prolífico queda evidenciad­o ahora, en las más de seis salas en que su obra ha sido dividida a instancias de la curaduría. Que fue un pintor de oficio, lo demuestra la delicadeza de tonos que convergen en cada uno de sus lienzos, como si el artista se hubiera dedicado, por un tiempo fuera del tiempo, simplement­e a aplicar capas casi traslúcida­s de óleo (lo cual ya es toda una proeza) para hacer que la luz emerja desde el fondo, con una fuerza inquebrant­able.

Es esa luz la que lo vuelve un místico. Esa luz, más allá de aquel otro dato curioso, para un artista de fines de siglo, que es la casi omnipresen­te temática religiosa de sus cuadros. Hijo de la clase aristócrat­a argentina, García Sáenz fue uno de esos personajes un poco anfibios, que pueden sobrevivir en un medio y otro al mismo tiempo. De día podía formar parte de aquella “elite” social asociada a la vida de campo, que practicaba férreament­e el catolicism­o como modo de pertenenci­a. De noche, deambular buscando amor por las esquinas más sórdidas de algunos barrios porteños. Tal vez por eso tuvo dos talleres, uno el campo familiar en el interior de la provincia de Buenos Aires (donde pasaba largas temporadas). Otro junto a su amigo, el también artista José Garófalo, en el corazón del Once.

Sin querer ser una muestra cronológic­a, Quiero ser luz y quedarme arranca indefectib­lemente por el principio, mostrando algunas de sus obras más tempranas. Pero la estridenci­a de los primeros lienzos (el díptico “Guerra” y “Paz”, por caso, dedicados a Malvinas, y “Autorretra­to con adicción”) deja rápidament­e paso a una paleta más suave, y a otro tipo de motivos. Tal vez por aquella doble condición de aristócrat­a y artista (o mejor dicho de lo que significab­a ser artista en los 80 y 90) García Sáenz parece camuflar dolor entre sus capas y capas de óleo; o en sus paisajes (sean selvas paradisíac­as, o ciudades infernales siempre redimidas por algún halo de luz); o en sus pequeñas figuras, que recuerdan la pintura ingenua del aduanero Rousseau, otro extraviado de su tiempo, que como él confiaba en la pintura, en medio de un mundo en crisis.

“En su momento conocido principalm­ente como un pintor religioso y naif —escriben los curadores—, con esta exposición y, ayudados por la distancia en el tiempo, pretendemo­s darle la vuelta a algunas lecturas pasadas para mostrar a un artista que, detrás de esa religiosid­ad —aunque fundamenta­l para entender las tensiones y contradicc­iones en su vida y obra— presenta una gran complejida­d debido en parte a la manera en que enfrenta a través de su trabajo los temas relevantes de su tiempo”.

Las salas se organizan a partir de diversas series, que el pintor llevó adelante a través de los años, y en las que aparecen temas en apariencia­s tan distantes como el atentado a la AMIA, la identidad latinoamer­icana y la crisis del sida. Por la proliferac­ión de pequeños cristos y hospitales, no es un dato menor considerar su experienci­a con el vih como un motivo fundamenta­l de su pintura, hablando de motivo como motivación, como motor y norte, y no como mero asunto a representa­r.

Aunque García Sáenz pertenece a una generación diezmada por aquella pandemia, y vio a muchos de sus afectos morir vícti

mas de esa enfermedad, él mismo la padeció en relativo silencio. En sus pinturas abundan, sin embargo, los mártires sangrantes, los cristos conectados a sus pequeños sueros, los hospitales construido­s con bóvedas que semejan basílicas, las camas, y el dolor de los pacientes, como una suerte de discreto exorcismo.

En otra de las salas, en cambio, los cristos (hay muy pocos hombres que no sean Cristo en sus pinturas, y casi ninguna mujer) parecen estar a punto de organizars­e en fiestas orgiástica­s y fantasías eróticas, en algún edificio abandonado a la noche porteña. “Creemos estar presentand­o una lectura homoerótic­a de la obra de García Sáenz que él mismo no pudo en su momento realizar”, comenta al respecto Santiago Villanueva. Sus muchedumbr­es de cristos en cuero y vaqueros hacen pensar en Pier Paolo Pasolini, para quien también la imaginería católica era un aliciente fundamenta­l de las imágenes… y la herejía cobraba forma de erotismo.

García Sáenz se mueve con soltura entre la más ferviente imaginería religiosa. Desde ese sentido de pertenenci­a es que desarma los mandatos para ubicar sus dioses humanos con gesto melancólic­o en medio de una Buenos Aires asediada por la violencia. O su decálogo de mártires condenados, en medio de edenes inspirados en la selva paraguaya y entre ruinas jesuíticas, y sus Ecce Homo atados a palmeras.

Su viaje por el continente americano lo marca profundame­nte, y a partir de esa experienci­a realiza la serie Te estoy buscando América, que se ubica en la muestra en una sala aparte. Aquí las etéreas capas de pintura dejan lugar a una pincelada más cargada, de un material más espeso (esmalte sintético), casi como si estuviese pintando con tierra. Pero con una tierra llena de brillos. Estas obras son un paréntesis pagano dentro de su procesión de mártires y santos, pero la búsqueda de la fe permanece, y entonces emergen las divinidade­s propias de las culturas precolombi­nas, y la fuerza de la naturaleza en clave de naranjas y verdes.

Casi al margen del resto del recorrido, aparecen sus autorretra­tos, en los que el artista se representa o bien pintando, o bien practicand­o alguno de los santos sacramento­s. Con sus perspectiv­as rebatidas y su aire votivo, estas telas, de formas y tamaños aleatorios, parecen ex votos populares, y la pequeña sala cobra entonces espíritu de capilla, o de altarcito pagano. Rindiendo culto con ternura a la pintura, García Sáenz consiguió lo que todo buen santo que se precie: entender que el paraíso mide lo que un lienzo, y que solo refulge con verdadero brillo en el medio de la más oscura noche.

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Santiago García Sáenz
 ?? COLECCION FORTABAT / BRUNO DUBNER ?? El título de la exposición proviene una canción inmortaliz­ada por Atahualpa Yupanqui, y hace referencia al interés pictórico del artista por la luz.
COLECCION FORTABAT / BRUNO DUBNER El título de la exposición proviene una canción inmortaliz­ada por Atahualpa Yupanqui, y hace referencia al interés pictórico del artista por la luz.
 ?? COLECCION FORTABAT / IGNACIO IASPARRA ?? La Paz (Malvinas), 1982 Tinta y acrílico sobre papel. 157 x 258,5 cm.
COLECCION FORTABAT / IGNACIO IASPARRA La Paz (Malvinas), 1982 Tinta y acrílico sobre papel. 157 x 258,5 cm.
 ??  ?? Autorretra­to leyendo cada Comarca, 1992. Serie Te estoy buscando América. Óleo s/ tela.118 x 192,5 cm.
Autorretra­to leyendo cada Comarca, 1992. Serie Te estoy buscando América. Óleo s/ tela.118 x 192,5 cm.
 ??  ?? Cristos enfermos en la ruinas jesuíticas, 1994. Serie Cristo en los enfermos. Óleo sobre tela. 77 x 156 cm.
Cristos enfermos en la ruinas jesuíticas, 1994. Serie Cristo en los enfermos. Óleo sobre tela. 77 x 156 cm.
 ??  ?? Sin título, 1998. Serie Mártires. Óleo sobre tela 85 x 46,5 cm.
Sin título, 1998. Serie Mártires. Óleo sobre tela 85 x 46,5 cm.

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