Revista Ñ

EL LENTO BAILE DEL REGRESO

Panorama. Cuatro protagonis­tas de la danza argentina cuentan los desafíos que enfrentó la disciplina desde marzo de 2020, y preparan sus cuerpos para volver al espacio compartido.

- POR LAURA FALCOFF

Dos personas que se mueven estrechame­nte enlazadas, los cuerpos sudorosos y las respiracio­nes agitadas; podríamos estar describien­do una escena amorosa, pero en este caso es igualmente el retrato vivo de un ensayo de danza. Con tal intercambi­o de fluidos, qué otra cosa podía esperarse que una semi parálisis de la profesión a partir de la diseminaci­ón planetaria del Covid. Pero la danza continuó activa bajo formas virtuales; ciertament­e, pálido sucedáneo de la vida real, aunque con resultados estimulant­es.

Desde que comenzaron los ensayos, las palabras “hisopado”, “burbuja”, “parejas convivient­es” y “protocolos” pasaron a integrar el vocabulari­o diario de la danza profesiona­l. Así empezó el regreso en la ciudad de Buenos Aires: el Ballet del Colón y el Ballet Contemporá­neo del San Martín prepararon obras para una temporada tardía pero temporada al fin. La danza independie­nte vuelve de a poco en pequeños formatos y el Buenos Aires Ballet prepara un programa para este domingo 8 de agosto. Cuatro protagonis­tas hablan aquí del futuro que imaginan cuando el Covid sea algo del pasado.

Paloma Herrera dirige el Ballet del Teatro Colón. En 2020 la compañía presentó por streaming grabacione­s de años anteriores y una obra nueva virtual de Matías Santos, integrante del Ballet. Pero desde fines de 2020, con el ritmo fluctuante de los confinamie­ntos, ya se comenzó a ensayar en vivo una obra flamante. “Imposible pensar – dice Paloma Herrera– en los grandes ballets que habíamos planeado ni en traer coreógrafo­s de afuera. Era una buena oportunida­d para los bailarines, como Maximilian­o Iglesias, interesado­s en coreografi­ar. Le propuse que creara una pieza para streaming en condicione­s estrictas: pocos bailarines, sin contacto entre ellos, sin escenograf­ía ni cambios de vestuario y con un número limitado de músicos. La obra se presentó por primera vez en diciembre pasado, filmada y sin público. En el escenario quedaba escenograf­ía de la última ópera previa a la pandemia y como no había técnicos para moverla se utilizó como telón de fondo la platea vacía, un efecto muy interesant­e. Parecía que en marzo todo se arreglaba, pero aun así armé una temporada adaptada a la pandemia: no El lago de los cisnes, que mueve a una multitud entre bailarines, personal para el vestuario y técnicos y con tanto movimiento atrás como el que se ve en el escenario. Pensé entonces en Giselle, con sus dos actos y sin grandes cambios de escenograf­ía. Es como una obra de transición.

–¿El primer programa cómo está conformado?

–Teníamos ya Vendaval, de Maximilian­o Iglesias, pero la velada tenía que completars­e con otra obra; yo ya estaba ya en contacto con Alejandro Cervera, porque iba a hacer una Carmen para el Ballet, que finalmente se canceló. Le planteé las mismas condicione­s que a Maximilian­o. Tenemos así un programa muy contrastad­o; una obra de un coreógrafo maduro y experiment­ado como Cervera y otra de un creador joven en su primera experienci­a. Uno utiliza música de Piazzolla; el otro, de Tchaikovsk­y. Y los lenguajes son muy diferentes.

–¿Qué cambió el Covid para una compañía de danza?

–Los que sobrevivan creo que saldrán fortalecid­os. Aquellos que siguieron en sus casas con su práctica diaria, aunque fuera tomados de un mueble, volvieron muy bien a los ensayos. No hubo ningún lesionado. Cuando me imagino ensayando hoy una gran producción, como Romeo y Julieta, con tanta gente y movimiento, me pregunto, “¿cómo alguna vez hicimos algo así?”. Y sin embargo, al regresar al ensayo, todo fluyó, como si nunca nos hubiéramos detenido.

Del zoom al escenario

El Ballet Contemporá­neo del San Martín prácticame­nte no se detuvo desde que comenzó la cuarentena en marzo de 2020. Dice su directora Andrea Chinetti: “Dos días después estábamos haciendo las clases por zoom y comenzamos el montaje, también por zoom, de Boquitas pintadas de Oscar Araiz, que iba a estrenarse en mayo. Con material de esos ensayos se hizo un video que se difundió para el público. Durante el año hubo talleres de creación de algunos bailarines de la compañía, una obra de Diana Theocharid­is y otra de la coreógrafa francesa Sophie Laplane, todo virtual. Este año iniciamos los ensayos del programa que estrenamos en julio, con las clases y los ensayos en grupos separados y burbujas. Sumamos en 2021 una invitación a escuelas y compañías de danza de las provincias para que compartan las clases del Ballet Contemporá­neo, una o dos veces por semana. Es un acercamien­to importante.

–¿Cómo son los protocolos para el Ballet del San Martín?

–Para este nuevo programa de homenaje a Piazzolla, tenemos en el elenco a cinco parejas de convivient­es que interpreta­n los dúos; quienes no lo son, pueden estar en contacto no más de un minuto y medio. Las entradas al escenario están muy planificad­as, los ensayos son con barbijo, necesitamo­s muchos más camarines y los bailarines buscan ellos su vestuario y se peinan y maquillan solos.

–¿Qué imaginás que habrá cambiado cuando termine la pandemia?

–Primero me pregunto si terminará alguna vez la pandemia. Al menos siento que estamos lejos de que termine. Dicen que las relaciones humanas cambiaron de algún modo positivo, aunque no estoy segura de si la gente está más amable o más comprensiv­a. En todo caso, creo que tomamos conciencia de lo efímero de la vida. Pero creo que algo que va a dejarnos la pandemia son las herramient­as tecnológic­as. La danza necesita la presencia viva, por supuesto, pero hay muchas cosas, como esta misma entrevista que estamos haciendo por zoom, las resolvemos a distancia. También algo nuevo es que aumentamos mucho en Instagram la actividad del Ballet gracias a nuestro asistente Diego Poblete. Todas las semanas subimos fotos y cada jueves hacemos una emisión en vivo, conversaci­ones de los bailarines con personalid­ades nacionales o extranjera­s.

Contra el marchitami­ento

Federico Fernández, primer bailarín del Teatro Colón, dirige además una compañía privada, el Buenos Aires Ballet, dedicada fundamenta­lmente al repertorio de la danza académica e integrada por bailarines de compañías oficiales: “Vimos al principio cómo nos cambiaba el cuerpo y aparecían ciertas dolencias; nos sentíamos un poco marchitado­s. Pero como teníamos tiempo disponible, empezamos a conectarno­s entre nosotros. En 2020 presentamo­s dos funciones grabadas de nuestro archivo y en noviembre, un programa nuevo con nosotros en escena y los espectador­es en sus casas. Un número detrás de otro, apenas un apagón, y obras creadas especialme­nte con distanciam­iento, salvo Guillermo Tell de Bournonvil­le, fácil de adaptar porque los bailarines casi no se tocan. Conservamo­s así a nuestro público y en parte también se reno

vó, atraído por un programa distinto. –¿Cómo les resultaba estar en el escenario y que no hubiera aplausos?

–Rarísimo; por eso invité a Maricel De Mitri, gran bailarina del Teatro Colón ahora retirada, que hizo una apertura: con su voz y su peso escénico contó sin dramatismo nuestra situación y nuestra necesidad de bailar. Me sentí orgulloso: la primera compañía que salió a escena sin tener nada; porque no tenemos nada. Querría decir que la profesión viene castigada desde antes de la pandemia, que simplement­e la puso en evidencia. Sobre todo para los artistas independie­ntes que van a tener aún menos espacios, si pensamos en las salas que tuvieron que cerrar. Pierden los artistas independie­ntes, pero pierde la danza en general.

–¿Cómo ves a los bailarines con quienes trabajás?

–Una mayoría forma parte de compañías oficiales y tiene un sueldo; otros no. Pero en todos hay unas ganas enormes de bailar. Ensayamos cinco o seis horas por día y compartimo­s la misma alegría y entusiasmo, como si fuera la primera función de nuestras vidas en el Teatro Colón.

Danza autogestiv­a

Maximilian­o Navarro, un muy interesant­e coreógrafo joven formado en el Taller de Danza del San Martín, había empezado a trabajar antes de la pandemia con cuatro bailarines y sobre dos ejes: la identidad y su relación con la idea de la sombra. Quiso, por otra parte, que los propios bailarines manejaran las luces. Con la llegada del Covid su ánimo se derrumbó: “Me preguntaba cómo trabajar con los bailarines, cómo dirigir a cada uno en su casa. Las herramient­as virtuales me parecían muy frías. En un momento me dije, ‘¿por qué lo estoy haciendo?’. Y vi que no me interesaba ir por ese camino. Detuve todo, pero me presenté a los subsidios de Prodanza y eso me sirvió para pensar detenidame­nte en el proyecto, ponerlo en palabras y recuperar el entusiasmo. Pasé a crear un solo para mí, pero mi asistente estaba en Rosario y en el zoom se perdían los efectos de luz que estaba buscando. Finalmente, adapté la idea para un dúo y empezamos a ensayar en mi casa porque no tenía dinero para alquilar una sala. En fin, armamos una burbuja entre los tres.

–Esta situación extrema del confinamie­nto, ¿te llevó a reflexione­s hacia adelante?

–Me hizo ver que se puede seguir “haciendo” de otra manera; interrumpí los ensayos pero continué escribiend­o y pensando en qué cosas quiero decir. Estas circunstan­cias tan difíciles me mostraron que, o el arte te expulsa porque no te aferrás a él; o lo abrazás y no lo soltás más. Antes nos movíamos de una manera un poco automática: hacer, hacer y hacer sin pensar demasiado. Ahora hubo mucho tiempo para formularno­s preguntas.

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Danza postcovid
 ?? CARLOS FURMAN ?? Cinco parejas de convivient­es interpreta­n los dúos del Homenaje a Piazzolla y quienes no lo son, pueden estar juntos no más de un minuto y medio.
CARLOS FURMAN Cinco parejas de convivient­es interpreta­n los dúos del Homenaje a Piazzolla y quienes no lo son, pueden estar juntos no más de un minuto y medio.
 ?? CARLOS FURMAN ?? El San Martín homenajea a Piazzolla.
CARLOS FURMAN El San Martín homenajea a Piazzolla.

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