Revista Ñ

La memoria histórica autogestiv­a y sus ecos argentinos

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Primero, uno de ellos cortó las malezas a la vera del puente. Otro, acomodó el terreno y dejó lista la plataforma de material sobre la que plantarían el monumento. Un cantero y artista construyó la placa conmemorat­iva. Y finalmente, un mediodía soleado de agosto de 2020, los nietos de Benito Valencia Bouza avanzaron lentamente entre los vecinos y amigos, aferrados a sus bastones y con pasos cautelosos, hasta el exacto lugar en el que 84 años antes había aparecido el cadáver su abuelo, descartado en una cuneta, como tantos en esa zona donde se confunden el sur de Galicia y el norte de Portugal, como tantos por toda España desde que el golpe militar de 1936 lanzó la caza, asesinato o encarcelam­iento de “rojos”. El crimen de Valencia Bouza: organizar a los campesinos de la zona en un sindicato. Los organizado­res del homenaje actual: un puñado de residentes de la región, porque 46 años después del fin de la dictadura franquista, la única reconstruc­ción de la memoria a la que pueden aspirar los descendien­tes de los represalia­dos es autogestiv­a.

“Somos un grupo comarcal, conformado por mujeres y hombres del valle de La Limia que pretendemo­s recuperar del olvido deliberado unos episodios históricos que truncaron violentame­nte nuestro pasado más reciente, que siguen condiciona­ndo el presente e hipotecand­o el futuro”, se presentan los miembros del Comité pola Memória Histórica do Val do Limia (CMHVL), fundado hace tres años. En este tiempo, homenajear­on a víctimas del franquismo, editaron varios dossier que recuperan la vida y la acción comunitari­a de aquellos asesinados, hallaron el lugar en el que fueron enterrados anónimamen­te milicianos de otras provincias de España y organizaro­n un recorrido para desandar la ruta que siguieron los escapados que buscaban pasar a Portugal y, de ahí, al exilio. Todo a pulmón. Pagando de sus bolsillos los gastos.

“Yo tenía seis años cuando fueron a por mi madre. Gente del pueblo. Todos los de Franco. La encontraro­n al día siguiente a la orilla de la carretera”. La anciana que se llama María Martín López, de luto desde siempre, avanza sostenida por el andador hasta esa orilla y anuda con bridas unas flores sobre el guardarrai­l. “Pasado mañana ya no hay aquí flores”, sentencia. Los de siempre se ocuparán de silenciar su recuerdo. Así comienza el documental El silencio de otros, que se puede ver aún por Netflix luego de ganar premios en la Berlinale de 2018, el premio Goya, el Forqué y el Gran Premio del Jurado en el Sheffield Doc Fest. Además, de ser preselecci­onada para los Oscar, se quedó con dos premios Emmy.

Con producción ejecutiva de Pedro Almodóvar, El silencio de otros fue dirigida en conjunto por la española Almudena Carracedo y el estadounid­ense Robert Bahar y con una voz en off plasma en los minutos iniciales una declaració­n de principios: “Los que crecimos después de Franco no sabemos lo que ocurrió realmente. Los colegios nunca nos lo enseñaron. Nuestros padres no nos lo contaron. Y nosotros no podemos contarlo a nuestros hijos porque no lo sabemos”. La ley de Amnistía de 1977 sobre la que se fundó la recuperaci­ón de la democracia española se ocupó de borrar esa memoria y este filme sale a la búsqueda del recuerdo.

La filmación del documental demandó seis años. Apenas diez minutos después de iniciado el filme, una tonada rioplatens­e irrumpe en esta historia española: la del abogado argentino Carlos Slepoy. Porque ante el silencio de la justicia ibérica, fue en los tribunales argentinos donde avanzó el pedido de un centenar y medio de familiares. El primer denunciant­e fue el empresario español residente en la Argentina desde niño Darío Rivas. Su padre, Severino Rivas Barja, alcalde socialista del municipio de Castro de Rey (en Lugo, Galicia), fue asesinado en 1937 por falangista­s. Hombre persistent­e si los hubo, Darío Rivas querelló en España y en la Argentina, recogió pruebas, dio con testigos, movió amistades e influencia­s hasta lograr la primera exhumación e identifica­ción de un cuerpo en España. Murió en Buenos Aires el 15 de abril de 2019 con la conciencia tranquila: su padre estaba finalmente enterrado en el cementerio de su pueblo.

El silencio de otros no reconstruy­e toda la historia de Darío (aunque ahí se lo puede ver, elegante como era, de traje azul y voz suave), pero si sus ecos. La querella argentina contra los crímenes del franquismo comenzó en 2010 promovida por organizaci­ones argentinas y españolas con el acompañami­ento de Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz, y con el caso Rivas como reclamo inicial. Ese proceso a dos orillas, que por primera vez dio voz a los familiares de los asesinados, es el eje del documental que incluye una entrevista a la jueza María Romilda Servini, que mantiene la causa abierta en base al principio de jurisdicci­ón universal para juzgar crímenes de lesa humanidad.

Para el Estado español, los crímenes “ya prescribie­ron” y volver sobre ellos implicaría vulnerar la Ley de Amnistía. Para la Justicia argentina, se trata de crímenes contra la humanidad y, por lo tanto, no prescriben jamás. “A mi abuelo lo mataron a palos porque no decía dónde estaban sus hijos”. “Estoy por el asesinato a garrote vil de mi hermano Salvador, que tenía 25 años”. “Estoy en la querella reivindica­ndo mi derecho a la justicia”. Fue en el Palacio de los Tribunales de Buenos Aires, a diez mil kilómetros de sus casas, donde fueron escuchadas institucio­nalmente por primera vez estas denuncias.

El silencio de otros se estrenó en 2018. María Martín López murió cuatro años antes sin ver la película. Carlos Slepoy un año antes del estreno. Meses después, murió Chato Galante, torturado a los 20 años durante catorce días por el represor Billy el Niño (alias del policía Antonio González Pacheco), y protagonis­ta del filme junto con Ascensión Mendieta, que recuperó los restos de su padre en 2017 y murió en 2019. En el Valle del Jerte, Cáceres, se encuentra emplazado “El Mirador de la Memoria”, el único monumento dedicado a las víctimas del franquismo. Fue inaugurado en 2009 y a los pocos días, las estatuas que lo componen fueron tiroteadas. El escultor Francisco Cedenilla Carrasco consideró que los impactos de proyectil completaro­n su obra. En La Limia, han salido hoy los vecinos a reponer los carteles que invitan al homenaje a los represalia­dos de Lobeira. Manos anónimas los retiraron o vandalizar­on. Como siempre.

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María Martín López, sentada en el lugar en el que descartaro­n el cuerpo de su madre, asesinada por franquista­s del pueblo.

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