Revista Ñ

Una vida para la poesía

- POR MATÍAS SERRA BRADFORD

Para ella la poesía era, quizá, inagotable­s formas de estar consigo misma. Habría que subrayar forma, porque lo suyo, lejos del derrame confesiona­l, era la persecució­n de un texto armado, medido, puntuado por sus debidos silencios y desconcier­tos. Y subrayemos el plural: formas. Tamara Kamenszain hizo de la poesía una discreta novela familiar plena de variacione­s. En sus líneas es hija, madre, abuela y mujer a secas. A menudo en compañía, de padre, madre, marido, hijos. En su poema “Antepasado­s” promete: “¿Adónde van?/ Me voy con ellos desciendo de mis hijos/ hasta donde quieran llegar astros rodantes”.

Sus libros fueron tramando una estirpe paralela, fraternal, y la distancia entre las fechas de publicació­n alcanza para dejar ver cómo supo habilitarl­es tiempo a las palabras: De este lado del Mediterrán­eo (1973), Los no (1977), La casa grande (1986), Vida de living (1991), Tango Bar (1998), El ghetto (2003), Solos y solas (2005), El eco de mi madre (2010), La novela de la poesía (2012), El libro de los divanes (2014). Como escribió en su último libro, Chicas en tiempos suspendido­s, “los autores mientras escriben viven vidas/ que valen la pena ser leídas”.

Kamenszain quiso ir trazando períodos de estilos cambiantes (quizá porque era una poeta más de ritmos que de imágenes), instigada por una asombrosa capacidad para reinventar­se, para desdoblars­e como crítica y mantener una voz siempre reconocibl­e. En su vacilante firmeza, por así decirlo, su mano sabía dónde ir pisando: “o es necesario que una vida entera/ le dé sentido al raro impreciso/ pronombre personal”.

Sus libros de ensayo, por su parte, dan fe de su fervorosa paciencia para interrogar el gusto propio y la obra ajena, firmada por un clásico o una joven: El texto silencioso (1983), La edad de la poesía (1996) Historias de amor (2000), La boca del testimonio (2007), Una intimidad inofensiva (2016), Libros chiquitos (2020).

Fue El libro de Tamar (2018) el que marcó un antes y un después en su trabajo. Dibujando una figura única, propone un viaje en el tiempo alrededor de su nombre, a partir de un poema cifrado que le dejó el narrador Héctor Libertella en el momento de su separación.

Siempre invocando la danza de la lluvia de los nombres, es a pocas líneas del final de su último libro que, como si confesara un valiente secreto, nos deja leer: “reconozcan nuestros nombres/ me digo mientras me voy retirando. Y sin embargo y sin embargo”. Como diría la propia Tamara, “¿se escucha?”. Nunca será tarde para seguir su consejo: “estrenemos entonces los afectos demorados”.

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