Una autenticidad sin manierismos
Clásico reeditado. Diversos volúmenes celebran los 100 años de la publicación de “Trilce”, del gran poeta César Vallejo.
César Vallejo (1892–1939) fue sin duda el primer poeta latinoamericano que rompió con la modernidad trillada y eurocentrista de Ruben Darío en pos de perseguir su demonio y vocabulario interior, en busca de una nueva poesía. A cien años de cumplirse el aniversario de Trilce (1922) –acaso su volumen más oscuro, original y desgarrador–, se ha venido publicando material del poeta peruano, desde la reedición de Poesías completas, sus escritos de poética (Ser poeta hasta el punto de dejar de serlo), y recientes antologías, como Ya va a venir el día, compilada por Miguel A. Zapata.
Se agrega a los mencionados la reaparición de Poemas humanos, una suerte de antología publicada póstumamente bajo la supervisión de Georgette Vallejo, viuda del poeta, y que reúne poemas dispersos escritos en Europa, algunos publicados en revistas. Para apreciar de fondo la forma estética e ideológica de este conjunto, es necesario volver a sus primeros trabajos, así como remarcar detalles puntuales de su propia vida.
Vallejo nació en Santiago de Chuco, en un ámbito de pobreza extrema. Fue el onceavo hijo de una familia sin recursos, lo que determinó que buscara trabajo tempranamente en el Asiento Minero de Quiruvilca y que frecuentara a los peones de una hacienda azucarera. Sus idas y vueltas a diversas carreras universitarias (muchas veces abandonadas por problemas financieros), fueron sin embargo abriéndole camino a su labor como profesor escolar y bibliotecario.
Por esa época Vallejo escribió su primer libro, Los heraldos negros (1919), un trabajo que si bien conjuga el gusto modernista (Darío, Herrera y Reissig), se desprende de lo pomposo y de lo trivial, en pos de una expresión más austera, auténtica, que se atreve a los regionalismos. Esta primera etapa de Vallejo, para muchos críticos, nada tiene que ver con la irrupción de un libro tan hermético, discordante y demoledor para la época y la historia de la poesía en lengua española como lo fue Trilce, aparecido en 1922. La explicación, de ninguna manera, puede sólo determinarse por la estructura del sentir de una época, el aire de vanguardias dadaístas y surrealistas que llegaban a Latinoamérica por medio de revistas españolas.
Desde 1918 hasta 1922, de forma sistemática la vida golpea a Vallejo: la muerte de una de sus amadas, en 1918, seguida de la de su amigo Manuel Gonzáles Prada así como la de su querida madre, personaje que aparece a lo largo de todo Trilce (“He almorzado solo ahora, y no he tenido / madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua”).
Lleno de orfandad y desamparo, en Trilce se ejecutan retóricamente invenciones sintácticas y rítmicas, se deforman palabras, se ejecutan modificaciones ortográficas, e introduce la sintaxis desgarrada que permite a Vallejo ir más allá de las limitaciones de las convenciones lingüísticas heredadas para dirigirse hacia un lenguaje fiel a su experiencia.
Hacia 1923, sin trabajo, Vallejo viaja a París, donde afianzará el resto de su vida a expensas de colaborar en diversos medios, traducir obras y maniobrar becas en España. Poemas humanos compila sus poemas europeos, donde continúa trabajando temas que había tratado en sus dos primeros libros y nuevos enfoques: la casa como centro vital, lo urbano y social, la naturaleza, la madre, la soledad del tiempo y el espacio de la palabra poética.
En esta tercera etapa, abandona ciertos manierismos de vanguardia. Síntesis de su experiencia y de sus propios avances estéticos, en Poemas humanos Vallejo además se atreve a escribir textos de carácter proletario y marxista: “la cólera del pobre / tiene dos ríos contra muchos mares”.
Forjador de una gramática personal e intransferible, profeta ahogado en la tinta de su caverna alternativa, sólo le resta esperar el golpe final en Montparnasse con la herida rota del latino: “César Vallejo ha muerto, le pegaban/ todos sin que él les haga nada;/ le daban duro con un palo y duro”. Y no mucho queda por decir cuando un hombre suelta sus lagartos en medio de la fiesta burguesa, cuando el fracturado (en suma) es el corazón de la poesía y la vida misma: “donde acaban en moscas los destinos,/ donde comí y bebí de lo que me hunde”.