La que se muerde las palabras
Narrativa argentina. La primera novela de Luciana de Luca retrata a la última mujer “de las de antes”.
En la última etapa de su vida, cuando pareciera no ser ya posible disimular con la misma eficacia la sensación de fastidio que corroe su triste existencia, una mujer mayor empieza a manifestar señales de inestabilidad y deterioro. Repite las cosas, las olvida, se confunde. El médico propone, para contrarrestar ese tipo de desavenencias, hacer listas. “Anote para aliviarse, para volver a ser buena”, dice. “Hágase escribiendo”, aconseja.
Como si se tratara de un modesto incumplimiento de una de las tareas domésticas que tiene a su cargo, hay algo en ella que hace ruido, consecuencia directa de una sobrecarga de frustraciones contenidas durante mucho tiempo. Una falla cuya búsqueda de reconocimiento promueve la narración de su historia.
Carolina, la narradora y protagonista de Otras cosas por las que llorar, la primera novela de Luciana De Luca, no se dispone a escribir, sino más bien a refugiarse en sí misma y a (re) hacerse por medio de recuerdos, a partir de un monólogo reflexivo, levemente rabioso y sentimental.
Ama de casa desde siempre, casada infelizmente con un hombre “acostumbrado a mandar a todo el mundo”, madre de un hijo a quien dejó de ver hace rato, su cotidianidad se resuelve en el estricto mantenimiento del orden de las cosas; el orden del hogar, pero también el orden de sus propios pensamientos.
El patio de su casa, rodeado de plantas y árboles que cuida con esmero, constituye el único lugar que le ofrece cierta satisfacción, aunque su marido ha decidido, sin aviso ni consulta previa, modificarlo íntegramente. Mientras asiste en silencio a la paulatina alteración de su último refugio, Carolina se ocupará de rememorar los acontecimientos más importantes de su vida y, a través de esa íntima evocación, registrar, como si fuera una rigurosa declaración de principios, cada uno de los mandatos y privaciones que tuvo que obedecer y padecer, en tanto mujer en un pueblo chico y de costumbres profundamente conservadoras.
Organizada en capítulos breves, la novela de De Luca deja traslucir desde el principio y sin ambages el fundamento que la sostiene: narrar la historia de una mujer que represente por antonomasia la de muchas otras que deben aceptar, mordiéndose las palabras que podrían ser dichas, su lugar en el mundo. Lo hace mediante una escritura correcta, en algunos pasajes redundante, y sobre todo sin alejarse demasiado de lo justo y necesario para no desentonar.