LOS TESOROS DE BENÍN SIGUEN EN CASA AJENA
Resabios coloniales. Las luchas internas entre las élites de esa región nigeriana, y antiguo reino, demoran la restitución y prolongan el saqueo.
Cuando uno encuentra hablando en estos días a dos ciudadanos de Benín (capital del estado nigeriano Edo), lo más probable es que estén hablando de reliquias de arte. No es que las cuestiones de fondo hayan desaparecido de las conversaciones. Ni que la seguridad no sea ya una preocupación. Es sólo que la noticia de la posible restitución de reliquias robadas al reino de Benín hace más de 120 años opaca la miseria actual, aunque sea temporalmente.
Tales conversaciones, sin embargo, son también una indicación de lo mucho que el mundo se ha alejado de Robin Hood, el laureado ladrón de la leyenda inglesa.
Parte de la tradición de la esclavitud y el colonialismo era que el botín pertenecía al vencedor. Los seres humanos eran bienes muebles y los objetos, menú secundario. En el mundo de los saqueadores de la época, humanos, animales y objetos formaban parte del botín de guerra.
Los aborígenes de América del Norte y Australia, los negros de África y minorías de distintas partes del mundo fueron víctimas de esta farsa durante siglos.
El mundo ha avanzado mucho pero los vestigios de aquella horrible época persisten. No sólo en nuestra memoria sino también en colecciones privadas y museos de los ladrones particulares e institucionales que siguen ganando dinero y al mismo tiempo esgrimiendo excusas para retrasar la restitución.
Según estimaciones actuales, el valor de los objetos artísticos robados tan sólo en África asciende a miles de millones de dólares. Pero ese valor es aún mayor en moneda espiritual. Un informe de la BBC de hace tres años decía —citando al New York Times—, que el coleccionista de arte estadounidense Harry A. Franklin había comprado la Reina Bangwa, una talla en madera, de Camerún, por 29.000 dólares en 1966. Tras la muerte de Franklin, la pieza se vendió en US$ 3,4 millones.
En Sotheby’s, la Cabeza de Colmillo de Clyman, una obra maestra de Gabón, salió a la venta entre 2,5 y 4 millones de dólares el año pasado.
En una visita a África en 2018, el presidente francés Emmanuel Macron afirmó que, aunque había explicaciones históricas del robo de obras de arte africanas, no hay justificaciones válidas que resulten duraderas e incondicionales. “El patrimonio africano”, declaró, “no puede estar solamente en colecciones privadas y museos europeos”. Ahí es precisamente donde han estado durante siglos. Tres años después de las declamaciones de Macron, las obras saqueadas siguen languideciendo en colecciones privadas y museos.
Macron no es el único problema. A partir de diversos debates en curso en Nigeria, la afrenta de los objetos de arte pirateados se vería agravada no solo por promesas vacías, sino también por disputas innecesarias sobre su procedencia, su patria original.
Nigeria espera desde 1897 los bronces de Benín saqueados ese año. Dos altos ministros alemanes le dijeron a una delegación nigeriana que el gobierno alemán planeaba una repatriación “sustancial” de los objetos saqueados. El gobierno nigeriano exige, y con razón, que la devolución sea “total” e “incondicional”. El botín saqueado incluye colmillos de elefante tallados, estatuas de leopardo en marfil, cabezas de madera y al menos 900 placas de latón que datan de los siglos XVI y XVII.
Dicen los informes que en Europa y Estados Unidos hay abandonados más de 3.000 bronces de Benín robados en el siglo XIX. Los museos alemanes albergan casi la mitad de esta cifra.
El debate entre la gente de Benín no es sobre si el botín debe ser devuelto, sino acerca de a quién debe serle devuelto. Las posiciones están divididas.
El gobernador del estado de Edo, Godwin Obaseki, quiere que las piezas vuelvan a estar bajo su custodia y, en un golpe maestro subversivo, ha reclutado al hijo del Oba, máximo gobernante en las culturas yoruba y beniana, para presionar por su caso.
Obaseki, un regalo del sector privado al servicio público, rebosa de ideas sobre cómo hacer que los objetos de arte hablen el lenguaje de las divisas atrayendo a cientos de turistas. La sospecha es que su motivación sea secuestrar la colección y privatizarla como beneficio jubilatorio.
Por su parte el Oba de Benín (rey del antiguo reino), Ewuare II, quiere que las piezas sean devueltas al palacio de donde fueron robadas, mientras que el ministro Mohammed ha dicho que la prioridad del gobierno nigeriano es que las obras estén en suelo nigeriano.
Como los objetos artísticos no hablan ni entienden el alemán, encuentro que el antecedente histórico más cercano en apoyo del palacio del Oba es el caso de los Huevos Fabergé, saqueados del palacio de la familia imperial rusa por los bolcheviques durante la revolución soviética.
Alrededor de 2004, cuando Roman Abramovich codiciaba adquirir el Chelsea Football Club en el Reino Unido, su homólogo, Victor Vekselberg, hizo una inversión de 90 millones de dólares en los Huevos Fabergé.
Aunque Vekselberg no precisó qué quería hacer con la colección, segunda más grande después de las del Kremlin, se refirió a ella como una redención que captaba la esencia religiosa y espiritual del pueblo ruso. Debido a que la revolución barrió a la familia imperial rusa, no podemos decir cuál podría haber sido su disposición acerca de la recuperación de los Huevos Fabergé.
El punto es que la recuperación de las piezas fue una inversión de un jeque petrolero ruso. Lo que haya hecho con ellas no es asunto de nadie.
Sin embargo, cuando algunos países han participado en negociaciones para la devolución de obras saqueadas, los registros indican que se devuelven directamente al país de origen, antes que nada.
India recibió repatriaciones por parte de EE.UU., Australia y el Reino Unido, no de particulares ni de los dominios de donde fueron expoliados los bienes. Los Países Bajos hicieron otro tanto con antigüedades robadas en Indonesia y devolvieron objetos que se remontan al año 5000 de nuestra era.
Parecería, no obstante, que una vez que las colecciones pirateadas han sido devueltas en ciertas jurisdicciones, puede presentarse argumentación válida para la repatriación a la escena del crimen. En Estados Unidos, una ley de 1990 establece un proceso para que museos y organismos federales reintegren a los descendientes directos determinados objetos culturales de estadounidenses nativos, tales como restos humanos, objetos funerarios, objetos sagrados y objetos de patrimonio cultural.
Desde la época de Erediauwa, padre del Oba actual, el palacio de Benín ha invertido en la devolución de piezas pirateadas. El gobernador no debería dar la impresión de que quiere cosechar donde no ha sembrado ni de que está desesperado por poseer la colección como otro lote de trofeos en su mostrador.
Parece como que el desacuerdo entre el palacio del Oba y la Casa de Obaseki en la avenida Osadebe sobre los objetos artísticos fuese una continuación de la guerra por otros medios.
Que Obaseki gane las elecciones y, para colmo, se esfuerce por convertirse en curador de objetos de valor incalculable robados del palacio posiblemente con ayuda de sus antepasados, es demasiado para el Oba. Por desgracia, la política del gobernador según la cual “el ganador se lleva todo” reaviva la preocupación de que pueda estar poseído aún por el espíritu subversivo que ayudó e instigó la campaña de saqueo del reino de Benín.
Las partes deben cerrar filas. Primero tienen que colaborar con la capital Abuya, para desarrollar un programa de preservación cultural y luego recuperar las piezas lo antes posible para a su hogar ancestral. Nada hay que le guste más a un Robin Hood renuente que una casa dividida en contra de sí misma.
Las luchas y las diferencias irreconciliables entre los miembros de la élite sugieren que los objetos robados podrían estar más seguros en el exilio.
Rescatémoslos para su lugar de origen, donde deben estar.