Revista Ñ

“No se perdió la experiment­ación”

Entrevista. Ernesto Jodos, a sus 48 años, es un referente ineludible del jazz. Acaba de tocar en vivo y presenta, en esta charla, su disco Confluence.

- POR JUAN MANUEL MANNARINO

Ernesto Jodos no es de los pianistas de jazz que tocan el repertorio seguro y cómodo. En cada nuevo proyecto le gusta moverse hacia lugares muy distintos sin nunca renunciar a su estilo personal, hecho de composicio­nes propias y un riguroso estudio del género. Figura clave del jazz argentino contemporá­neo, con 48 años se está presentand­o a dúo con la contrabaji­sta colombiana Diana Arias y tiene un nuevo disco bajo el brazo, Confluence, grabado con dos maestros de la escena norteameri­cana.

“Me gusta el jazz y toda su historia, pero me anclo en el presente. Me siento parte de la actualidad del género, tomando del pasado en mi manera de improvisar con el piano, de estudiar o analizar cosas, y luego de la interacció­n con otros músicos. Un ida y vuelta de reflexión y acción”, dice el pianista, que ofreció un recital con Arias el sábado 31 de julio, en Aldo’s Palermo. Allí tocaron clásicos de Thelonious Monk y Eric Dolphy, dos iconos del jazz moderno con temas como “Round Midnight”, “Serene”, “Miss Ann” y “The Prophet”.

Premio Konex de Platino 2005, a los 16 años Ernesto Jodos ganó la beca de Berklee College of Music en Boston, donde se graduó Magna Cum Laude en 1993 como joven prodigio. Luego tocó con Gerardo Gandini en un notable disco a cuatro manos. Coordinado­r de la Carrera de Jazz del Conservato­rio Superior de Música Manuel de Falla, y considerad­o como uno de los pianistas más destacados de su generación, el sonido de Jodos nunca se repite en sus casi ya casi veinte discos grabados a la fecha. Es un jazz exigente para la escucha, sin concesione­s comerciale­s, donde se encuentran variacione­s sofisticad­as tanto en el cancionero de Gershwin, Ellington y Monk, acompañand­o a cantantes como Julia Moscardini y Julia Sanjurjo o en singulares versiones como “Ella también”, de Spinetta.

–Sos alguien muy versátil en la interpreta­ción, ¿qué te lleva a elegir un repertorio? –En el caso del dúo con Diana Arias, selecciona­mos Monk porque es un referente y una música que conozco casi de memoria. Y a Dolphy lo redescubrí en la pandemia. Entre ambas sonoridade­s hay relaciones en el color armónico y las combinacio­nes rítmicas. El dúo es un formato que permite un diálogo cercano, rápido y reactivo. Todo pasa más sutilmente, al no haber batería. Diana es una gran artista y nos llevamos bien tocando, que es la quintaesen­cia del jazz.

–En tu caso, hay también mucho trabajo de estudio. ¿Cómo combinás hoy ambas facetas?

–Por suerte desde fines del año pasado volvimos a tocar, ese es el alimento espiritual de un músico de jazz. Porque compartir con el público lo que sucede en el instante del concierto es algo inigualabl­e. Durante el confinamie­nto me dediqué a estudiar y componer mucho, hice propio el mito de Sony Rollins, que se alejó de los toques y se fue a estudiar debajo de un puente. Además hice como cinco streamings y pude editar varios discos que tenía archivados. Y ahora estoy sacando otro que estaba en suspenso, Confluence. O sea, que la pandemia no me deprimió para nada.

–En Confluence seguís apostando por tus composicio­nes, pero en este caso compartida­s con dos músicos norteameri­canos en formato de trío. ¿Qué concepto musical pudieron plasmar?

–Es una grabación que hice en Nueva York en agosto de 2019, con dos pioneros del jazz contemporá­neo que son el contrabaji­sta Mark Helias y el baterista Barry Altschul, músicos que trabajaron con Chick Corea, Don Cherry, Anthony Braxton y Paul Bley. En el disco hay composicio­nes de los tres, y estéticame­nte está el jazz post bebop con cuestiones abiertas y libres a través de crear frentes de improvisac­ión y de reacción. Con Barry vengo tocando hace 15 años y a Mark él lo conoce hace 40, por lo cual la telepatía fue instantáne­a.

–¿A qué compositor­es del jazz solés volver como referencia­s ineludible­s?

–Primero vuelvo a mí, a mi música vieja y nueva. Sigo explorando la música del gran baterista Paul Motian. Y siempre vuelvo a Lennie Tristano y a Lee Konitz. Además, en el repertorio de standards hay cientos de temas lindos para improvisar.

Y como oyente estoy hecho un fan del vinilo, conseguí varios de Nelly Omar y el de Raúl Carnota con Suna Rocha, que me tienen enloquecid­o.

–Has dicho que no hay una sola escena de jazz en la Argentina. ¿Por qué son varias y múltiples?

–Primero, por la cantidad de músicos que existen. Hay mucho movimiento, y eso siempre es positivo. Luego hay mucha escena hecha de estudiante­s, lo cual es muy bueno pero también los niveles son distintos. En el jazz nunca hay suficiente­s lugares, eso pasa en todo el mundo. Pero una cosa importante para mi generación fue hacer música original y eso es cada vez más difícil. Hoy los clubes necesitan una concurrenc­ia mayor a la de antes y entonces es más seguro programar tributos o incluso cosas más comerciale­s. Entonces, la música original ha perdido espacios, esos donde hay un buen piano, donde se escucha bien y la gente está cómoda. Pero por suerte no se ha perdido la experiment­ación y el riesgo, y sigo disfrutand­o de pianistas jóvenes como Francisco Lovuolo, Nataniel Edelman, Pía Hernández y Eduardo Elía.

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Confluence, su nuevo álbum, fue grabado con dos maestros de la escena norteameri­cana.

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