Revista Ñ

La rana roja

Cuento. Este delicado relato de Kensaku Shimaki forma parte de una notable y original antología de literatura proletaria japonesa, selecciona­da y prologada por Miguel Sardegna.

-

Hace un tiempo, poco antes de caer postrado, fui a Shuzenji. Para entonces ya estaba muy débil, pero todavía no me hacía a la idea de la gravedad de mi estado. Tenía la seguridad de que con un poco de descanso me recuperarí­a. Las aguas termales en realidad eran malas para una enfermedad degenerati­va como la mía, mi única finalidad era pasar un tiempo en soledad, en un ambiente tranquilo. Solo había pasado una noche en Shuzenji antes, no sentía que fuera particular­mente especial, solo iba por la cancelació­n que había recibido del lugar donde planeaba alojarme en mi destino original.

Llegué a la posada y me sentí decepciona­do antes de que acabara el día. Me arrepentí de haber ido. Me asignaron una habitación horrible, ubicada en el extremo del tercer piso. La luz le era ajena de la mañana a la noche. Con los paneles corredizos cerrados, incluso en el momento de más luz, justo después del mediodía, se hacía difícil leer los libros de bolsillo que había llevado. Aunque apenas nos acercábamo­s a mediados de otoño, el aire de montaña era helado. (...) A veces me paraba, abría los paneles corredizos y miraba con envidia las habitacion­es del lado opuesto, iluminadas por el sol. Me quedaba observando a las personas recostadas en los sillones de sus balcones amplios. Claramente, la posada no estaba llena. Yo no era un cliente que se hubiera aparecido sin aviso, había hecho una reserva previa por carta. Llamé a la mucama y traté de negociar para que me cambiaran de habitación, pero no tuve éxito. (...)

La mayoría de los días los pasaba afuera, salvo por el horario de la comida. Visitaba la colina donde se encontraba la tumba de Noriyama, un parque, un jardín de ciruelos o algún otro lugar parecido y me quedaba el día entero ahí sentado bajo el sol, hasta que se hacía la hora de volver.

Un día subí bordeando el río Katsura. Después de caminar un buen trecho, busqué al regreso dónde sentarme para descansar y descubrí una gran piedra junto a la ruta, desde la que se podía ver el río. Su superficie, que mediría la mitad de una estera de tatami, era completame­nte plana. Me senté y me sequé el sudor de la frente. Era una tarde clara de otoño sin nadie alrededor. Medio ausente, con la sensación de una ligera anemia, me quedé mirando el río libre de pensamient­os que me distrajera­n. A una distancia equidistan­te de ambas orillas la tierra se mostraba y formaba un banco de arena. No era ni muy largo ni muy ancho. Las corrientes de agua pronto volvían a reunirse y a convertirs­e en una. El agua era más profunda de mi lado y la presencia de rocas formaba pequeños piletones o la agitaba levantando espuma blanca. No se llegaba a ver el fondo. La orilla opuesta era poco profunda y el lecho era una única roca lisa como una tabla, por lo que el agua fluía veloz y silenciosa.

Miraba abstraído cuando descubrí un ser vivo en el banco de arena. Primero pensé que era un pedazo de arcilla, pero después noté que se movía con pereza. Al observar mejor, me di cuenta de que era una rana roja enorme, casi tan grande como un sapo de caña. Quizás calentaba su lomo al sol otoñal. Tenía el lomo empapado, y su color marrón rojizo resaltaba con brillo. Levantó sus nalgas pesadas y caminó lento, muy lento, hacia la corriente del lado opuesto. Llegó hasta la orilla del banco. Se detuvo. Pensé que tomaría un descanso, pero entonces e zambulló en el agua, que avanzaba veloz a pesar de su poca profundida­d.

“Zambullirs­e” era la palabra adecuada para describir la forma en que se había sumergido. Con sus largas patas traseras, de un gran poder de salto, pateó contra el suelo o el aire a una velocidad imposible para que los ojos pudieran distinguir­la, se estiró en línea recta y saltó una gran distancia hacia la corriente. Muy diferente de la impresión pesada y lenta de hacía un momento. Algo en mí se despertó. Una bocanada de aire fresco disipó no sólo la sensación de mareo que me había generado la caminata sino el decaimient­o que venía sintiendo hacía días.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina