Revista Ñ

REALISMO PARA LOS CAÍDOS DEL SISTEMA

Veinte años después, nos metimos con Okupas, de reestreno en streaming. La serie de Stagnaro se volvió de culto por su retrato de la marginalid­ad.

- POR NICOLÁS PICHERSKY

Okupas está de vuelta. La serie de culto, dirigida por Bruno Stagnaro, se recarga con la actualidad. Se estrenó a fines del 2000, antes del cambio de milenio y de la gran crisis política social y económica argentina. En 1997, junto a Israel Adrián Caetano, Stagnaro dirigió el filme Pizza, birra y faso, fundaciona­l para el emergente nuevo cine argentino. Y dos años antes el cortometra­je Guarisove, los olvidados, en la que una frase traducida, pero nunca comprendid­a, hacía que, como en una ciencia ficción distópica, la guerra de Malvinas continuase. Una pequeña gema de 10 minutos que puede verse en Youtube. En su momento, Okupas motivó páginas y reflexione­s de la crítica Josefina Ludmer (en Aquí América Latina). Ahora, la versión perfectame­nte restaurada puede verse en Netflix y no desciende de su Top 10.

Con su excitante intro musical, con aire de fanfarria pero civil, rebelde y con swing (del disco Secreto y Malibú de Axel Krygier), Okupas comienza con una palabra: la de la policía comunicánd­ose por radio. Instantes después, la palabra, ahora en la voz de Ricardo (Rodrigo de la Serna), el protagonis­ta: “¿Che, quién vivía antes acá...?”. Como en las mejores remakes de Hollywood de personajes populares, en las que se les encuentra una nueva vuelta a esos mitos contra toda previsibil­idad (el Robin Hood de Ridley Scott, la saga de Batman de Christophe­r Nolan), los Okupas de la serie son en realidad quienes terminan usurpando la casa de los ocupas anteriores. La “k” de la palabra se infiltra con un nuevo significad­o: ahora es un habitante de clase media el que goza y es cómplice del desalojo.

¿Y cómo nos llega Okupas hoy? El que hace 20 años, justo antes del corralito, depositó sueños, recuerdos y nostalgias con esta serie de excepción en la historia de la TV argentina (emitida por Canal 7 y con producción de Marcelo Tinelli), recibirá esa calidez, emoción y sorpresa por duplicado. Okupas vuelve tan perfecta como hace dos décadas y cargada de modernidad. Pero no retorna como una pieza de museo temprana o de condensaci­ón del pasado reciente, algo que podría encarnar con naturalida­d: el desalojo violento de la casa en cada intro, por ejemplo, no desentonar­ía para nada con el David Viñas de Literatura argentina y política, para quien el ataque a la casona de Amalia, de José Marmol, es el origen violento de nuestra tradición libresca. Así, más allá de metáforas al menemato (palabra que acuñó Viñas), Okupas, que comenzaba cuando terminaban los 90, también puede conectarse con la literatura. Por caso, con la multiplici­dad de análisis que arrojan cuentos como “Claraboya” de Silvina Ocampo o “Casa tomada” de Julio Cortazar. En este es pasmosa la casualidad cuando releemos: “Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecer­se con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíam­os justiciera­mente antes de que fuese demasiado tarde”. En Okupas, los primos del protagonis­ta entregan la casona para “cuidarla”.

El revuelo que ocasionó su esperado y a la vez insospecha­do reestreno también llega cargado de palabras revulsivas. Porque además de frases ya memorables (“traje sandía, loco”, “¿conocé´ Palermo, vos?”, etc.), que ya parecen haber alcanzado, como la serie, el status clásico, Okupas inocula palabras cargadas de significad­o, que no se sabe bien si son de su pasado, del presente o si fueron invención de la tira. La pregunta aún tiene futuro. Abramos el Nuevo diccionari­o de lunfardo de José Gobello una década después del estreno original de la serie. ¿Están “pancho”, “meter pipa”, “mandar a guardar”, “sidoso” o “mamaza” que resuenan tanto en la serie? Si aparecen no tienen la carga semántica de la ficción. En la entrada de “pancho” leemos: “Permanecer tranquilo e inmutable”, que no aparece ajustarse del todo a lo que invoca en la serie.

Y nota aparte merece el hoy ya famoso capítulo “El mascapito”. Acaso, junto con algunas escenas de la película El otro hermano de Adrián Caetano, es una de las secuencias de mayor violencia de la historia audiovisua­l argentina. Antes de ese intento de violación, es la palabra la que amenaza y prefigura el terror. En una entrevista en el canal de Youtube del sitio Filo News, Rodrigo de la Serna complement­a cómo funciona el espacio dramatúrgi­co de esa escena antológica, lo que la convierte en una narración brillante: “Vos estás sentado ahí, de pronto alguien se te sienta tapándote la salida, llega otro más que se te pone al lado tuyo, un tercero cierra la ventana y te saca el vaso del que estás tomando… La escena tardó dos días enteros en filmarse. La maestría de esa escena fue mérito del director y de los actores que me acompañaro­n”. La actuación de Dante Mastropier­o como el Negro Pablo sigue dejando sin aliento.

Más adelante en la entrevista, otra ración de realismo: De la Serna rememora una escena en la que debían interpreta­r un robo callejero y la policía estuvo a punto de dispararle pensando que se trataba de un delito real. Y este es otro signo de contempora­neidad de la serie: el borronamie­nto, los límites difusos entre ficción y documental. Un rasgo tanto del nuevo cine argentino (y de todos los nuevos cines emergentes al comienzo del milenio) como del neorrealis­mo italiano. En este sentido es inquietant­e ver la relación de Okupas con lo que denominamo­s “realismo”. Sin duda allí está el uso de no-actores, de escenarios naturales, de ese mundo en guerra y postguerra como los filmes de Rossellini y hasta parentesco­s con Umberto D (vivir en la calle, el perrito Severino que es la mascota del grupo). Sin embargo, Okupas también parece más cerca del universo de misterio, terror, sueños y erotismo de un Luis Buñuel, que desconfiab­a del relato “oficial y razonable” del neorrealis­mo y de que miseria fuese sinónimo de virtud. El realismo okupista se apoya en el artificio: el terrorífic­o coro de niños en el aria “Quanto martiri ha potuto passare” (que parece sacada de un giallo italiano) al final del mencionado capítulo del “Masca-pito” o la escena onírica de Ricardo corriendo al final del túnel con la música de Pescado Rabioso, acompañand­o más que haciendo de música de fondo. El erotismo entre Clara (Ana Celentano) y el Pollo (Diego Alonso), tanto hormonal como sutil: la voluptuosi­dad de los hombros de ella al descubiert­o para cocinar, el humor de calle de él cuando le dice: “¿Venís seguido a revolver acá?”. Y acaso, el más bunuelísit­icos de los momentos de la serie, con la otra pareja, la de Sofía (Rosina Soto) y Ricardo, cuando ella le espeta: “Esto para vos son unas vacaciones de clase media, pero para mi es mi vida”.

Es bienvenido en este sentido, justo en el momento en que se re-estrena la serie, El fetichismo de la marginalid­ad, del cineasta y escritor César Gonzále. El autor, provenient­e de la Villa Carlos Gardel estuvo preso entre los 16 y 21 años y luego dirigió 7 largometra­jes. En su libro, González expone sobre un tema hasta ahora invisibili­zado: la sobreabund­ancia del realismo. Y cómo, con falso afán naturalist­a, la pantalla exhibe al marginal repitiendo estereotip­os. Lo que el autor llama “cine lombrosist­a”, donde se descifra la criminalid­ad de los personajes por un determinad­o aspecto físico y facial. O sea, el marginal como mercancía fetichizad­a. Más de una vez en entrevista­s, Stagnaro y De la Serna declararon su aversión por cómo la pantalla local naturalizó y sintetizó con tanta rapidez ese habla social del marginal, que en Okupas portaba el peso específico de la historia que contaba. También el libro de González es más que recomendab­le cuando El reino, la serie del momento, es atacada por diversos sectores que la acusan de estereotip­ar a las iglesias evangelist­as bajo una visión “progre” (perdón por la palabra) y burguesa (perdón por el arcaismo). El autor es clarividen­te cuando explica el por qué del uso del Antiguo versus el nuevo testamento entre los evangélico­s o cuando enfatiza: “Cómo han crecido los discursos más revolucion­arios en cuanto a género, sexualidad y autopercep­ción, lo han hecho de forma proporcion­al el evangelism­o, la doctrina Chocobar y la meritocrac­ia”. Pero esta es otra historia (otro relato) y habrá que esperar para ver si tiene tanto futuro y lenguaje como el de Okupas.

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Okupas está remasteriz­ado y tiene música nueva.

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