Revista Ñ

Mapamundi imperial

- POR PAULA BRUNO Historiado­ra y Directora del Grupo de Estudios sobre Diplomacia­s y Culturas.

Hoy día, ante nuestros dispositiv­os tenemos referencia­s sobre habitantes, productos y costumbres en latitudes remotas con una simple búsqueda. La sensación de tener el mundo a mano, si bien ilusoria, es parte de nuestro cotidiano. Sin embargo, durante siglos, ante la curiosidad que impulsaba a conocer el mundo, las alternativ­as disponible­s eran acotadas. La primera eran los viajes. La segunda, la lectura de las crónicas de esos viajeros. A mediados del siglo XIX, se configuró un tercer modo de acceso.

En 1851, en Londres, se realizó la primera Exposición Universal. Si bien no eran una novedad en el siglo XIX, ya que tenían lugar ferias por áreas productiva­s (ganadería, industria) o ramas creativas, la exposición londinense fue más allá e intentó dar cuenta de oficios, industrias y consumos cercanos y lejanos. Con el correr de las décadas, el formato se fue agigantand­o y se estandariz­aron ciertas dinámicas. Las exposicion­es devinieron maquetas del mundo conocido, pero también propiciaro­n nuevas formas de turismo, ocio y sociabilid­ad. Se convirtier­on en espacios en los que la industria, las ciencias y la literatura convivían con atraccione­s y rarezas, el peregrinaj­e y el ocio.

Algunas ciudades europeas y americanas que alojaron exposicion­es universale­s se transforma­ron profundame­nte. Algunas ofrecieron a las capitales que las alojaron la oportunida­d de proyectar edificios, avenidas o monumentos que hoy forman parte de su fisonomía urbana. El ejemplo más acabado es la Torre Eiffel, inaugurada para la Exposición Universal de París de 1889. También la construcci­ón del Grand Palais y el Petit Palais se asocian a la exposición de 1900.

En un sentido más estructura­l, la Exposición Universal de Chicago, en 1893, permitió a la ciudad reconstrui­r su traza urbana y fisonomía, arrasada en el llamado Gran Incendio de 1870. Las exposicion­es universale­s se replicaron por décadas y cada ciudad anfitriona intentaba superar las obras de ferias precedente­s. Así, comenzaron a surgir eventos asociados a ellas que pretendían captar al mismo público. Tanto la Exposición de Filadelfia de 1876 (coincident­e con el centenario de la Declaració­n de Independen­cia de los EE.UU.) como la de París de 1889 (que conmemorab­a la Revolución Francesa) escenifica­ron la posibilida­d casi paradójica de ser eventos universale­s, a la vez que reforzaban sus propias identidade­s nacionales. Intentaban mostrar modernidad, progreso y superiorid­ad frente al resto.

Recordemos que estas exposicion­es estaban encuadrada­s en un clima general de carrera imperialis­ta. Con casi toda América ya independiz­ada, persistían las disputas europeas por el control de territorio­s en Asia y África, mientras el impulso expansioni­sta de EE.UU. acompasaba las pugnas geopolític­as. Este hecho no es casual: la “edad de oro” de las exposicion­es universale­s, como la consideran los historiado­res, coincidió con las décadas del cambio de siglo XIX.

En este clima, las exposicion­es universale­s fueron también arenas de disputas entre países. Las rivalidade­s nacionales y la competenci­a se tradujeron en dinámicas maximizada­s a partir de la Exposición de Chicago de 1893. Esta fue la feria que, junto con los pabellones por artes y oficios, inauguró la tradición de la organizaci­ón de pabellones nacionales que persiste hasta hoy.

Las nomenclatu­ras de las exposicion­es también evidenciab­an la intención de mostrar imperios coloniales y se escenifica­ban relaciones de opresión de las potencias europeas sobre otros territorio­s. Las nociones eurocéntic­as sobre civilizaci­ón, progreso y atraso se replicaban en representa­ciones que, bajo las formas del exotismo y el romanticis­mo, naturaliza­ban la dominación y explotació­n. Este rasgo se manifestó con claridad en la Exposición Colonial de Marsella de 1906, y la de París de 1931. En esta, de hecho, se montaron pabellones de antiguas y nuevas colonias.

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Afiche de la Exposición de Génova de 1892.

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