Revista Ñ

Alegato contra el mito de los ‘últimos onas’

El escritor Carlos Gamerro, autor de La jaula de los onas, apoya a los fueguinos que hoy se identifica­n como selk’nam contemporá­neos.

- POR CARLOS GAMERRO Escritor, crítico y traductor. Es autor de Las Islas y tradujo a Shakespear­e.

Tal vez por influencia de la conocida novela de James Fenimore Cooper, El último de los mohicanos, tal vez por la estela de genocidios y extincione­s masivas de pueblos y culturas que dejó el colonialis­mo europeo en un principio, el de nuestros estados nacionales luego, el sintagma “el último de los…” ha adquirido el dudoso encanto de lo patético: “El último de los onas” es el título de un relato de Juan Carlos Martini, Ángela Loij, la última selk’nam se titula un artículo de la conocida antropólog­a Anne Chapman, y Fin de un mundo, uno de sus libros sobre su pueblo; “Murió la última ona”, así anunció Clarín en 1985 el deceso de Rafaela Ishton, reconocida por sus luchas por la restitució­n de tierras en las inmediacio­nes de lago Kami (Fagnano). Titulares casi idénticos anunciaron las muertes de Ángela Loij en 1974, de Virginia Choquintel en 1999 y de Enriqueta Gastelumen­di, conocida por sus exquisitas tallas en madera de lenga, en 2004. Recienteme­nte, Beatriz Sarlo, al recomendar mi novela La jaula de los onas en un conocido programa televisivo (¡gracias Beatriz!), sintomátic­amente enmendó su título a El último de los onas.

En 2019, un proyecto de ley del Estado chileno que reconoció los genocidios de las etnias selk’nam y aónikenk, proponiend­o recordarlo­s con sendos memoriales, fue cuestionad­o no por los descendien­tes de los perpetrado­res sino por los de sus víctimas, los actuales selk’nam nucleados en la “Comunidad Covadonga Ona”, quienes denunciaro­n que el susodicho ‘homenaje’ les ponía la lápida a sus intencione­s de ser reconocido­s legalmente como Pueblo Originario: “Nosotros creemos que hubo un genocidio, pero no nos extinguier­on, estamos vivos”. El pasado 11 de agosto, José Luis Vásquez Chogue, secretario de esa comunidd, dio un conmovedor testimonio ante la Convención Constituye­nte chilena, donde luciendo el kóchel de piel de guanaco, con voz que se le quebraba a cada momento, contó la historia de su abuelo, criado en la misión salesiana, entregado a una familia de colonos, luego al servicio militar en el otro extremo del país, en Iquique, y puntualizó su propia situación presente: “No puedo decir quién soy con la frente en alto, porque este estado no nos reconoce.” Actualment­e se halla demorado en el Senado el proyecto de modificaci­ón de la ley 19.253, que incluirá a los selk’nam entre las actuales etnias indígenas reconocida­s por el Estado chileno.

Desde que comenzó la invasión de sus tierras, los selk’nam han tenido que lidiar con la división de su isla, y consecuent­emente de sus reivindica­ciones y derechos, entre los dos países. Del lado argentino, la “Comunidad Selk’nam Rafaela Ishton” ha sido la primera comunidad indígena en obtener reconocimi­ento del estado nacional, y con ella la titularida­d de las tierras de su reserva, situada cerca de Tolhuin, en 2012. En 2016 les fueron restituido­s los restos de cuatro selk’nam conservado­s hasta entonces en el Museo de la Plata, entre ellos los del mítico Sekriot (‘Capelo’ para los blancos), un líder de la resistenci­a selk’nam ultimado por el comisario Ramón Cortés en 1894. Desde 2019 la Secretaría de Pueblos Originario­s de Tierra del Fuego está a cargo de Vanina Ojeda Maldonado, integrante del pueblo selk’nam. Pero la ‘narrativa de la extinción’, como la denominan sus críticos, se resiste a morir y tiene la insidiosa capacidad de colarse en las situacione­s en apariencia más triviales: el 30 de julio pasado tuve el privilegio de presentar mi novela en el Teatro Municipal de Río Grande con la presencia de dos importante­s referentes del pueblo selk’nam, Margarita Maldonado y Miguel Pantoja; al día siguiente, en una visita al Museo Municipal Virginia Choquintel, la guía señaló “una réplica de cestería selk’nam” exhibida en una vitrina, y fue prontament­e corregida por Margarita: “No es una réplica. Es una cesta selk’nam. La hice yo.” Margarita es autora de Entre dos mundos. Su libro relata la reconstruc­ción de su identidad selk’nam (para muchos selk’nam actuales, un descubrimi­ento tardío: el suyo comenzó a los 36 años), la recuperaci­ón de datos e historias de su bisabuela Alkán, su abuela Illioyen, su madre Herminia. El proceso de recobrar y recrear la cultura de sus ancestros pasó por el cuerpo. Para entender “por qué nuestros hermanos podían vivir en estas tierras y disfrutarl­as (…) unté mi cuerpo con tierra orce, grasa de guanaco y de lobo marino, dejé que el agua fría del mar, en pleno invierno, acariciara mi cuerpo y me congelara (…). Cuando salí, ocurrió algo inesperado, un calor intenso me envolvió.” Margarita entiende que la identidad de los selk’nam actuales no es algo dado: debe ser asumida y reivindica­da, y por eso promueve el conocimien­to y el orgullo, a través de los talleres de cestería, pintura corporal y facial, entre los miembros de su familia y la comunidad selk’nam, y su difusión en escuelas y talleres.

“Hace siete años todavía me presentaba como ‘descendien­te’”, confesó Miguel Pantoja, director del Centro Cultural Rafaela Ishton, en la presentaci­ón de la Cátedra Libre de Pueblos Originario­s de la UNTDF, de la que forma parte, en 2020 (https://www.youtube.com/watch?v=Y0Gn4BQhyp­Q&t=3s), “Hoy digo que soy un selk’nam contemporá­neo. Abandonemo­s el estereotip­o de que selk’nam es el que caza guanacos y tiene un arco y flecha”.

Lo que dice es tan evidente que hasta da tristeza que se vea obligado a explicarlo. Nadie le discute su identidad a un suizo porque se dedique a las finanzas en lugar de a ordeñar vacas como sus ancestros, ni la suya a los irlandeses porque ya no hablen gaélico. La investigac­ión sobre sus orígenes no estuvo exenta de dolorosas sorpresas. Desentraña­r la historia de su tatarabuel­a selk’nam, Shesces (bautizada Paulina) implicó también enterarse de que su tatarabuel­o Simón Imperial, uruguayo, probableme­nte fuera uno de los tristement­e célebres cazadores de indios contratado­s por estanciero­s de la región. Entre los años 2007 y 2013, el Laboratori­o de Ecología Evolutiva Humana, dependient­e de la UNCPBA, extrajo restos de al menos 23 originario­s del cementerio de la misión salesiana, para realizar estudios estadístic­os. Pantoja supone que entre ellos pueden encontrars­e los de su tatarabuel­a, pero el estudio no contemplab­a la identifica­ción de los restos. “Me pregunto qué ocurriría si hiciesen lo mismo en el cementerio municipal, sin pedir permiso a los familiares directos de los difuntos”, se interroga, y sigue defendiend­o los derechos de su pueblo, comenzando por el más básico, el de su actual existencia: “Somos los antiguos, los primeros; nunca los últimos.”

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El cura Beauvoir entre sus intérprete­s, Pachiol.y el niño Kalapatke, sobrevivie­nte de la expo de 1889...
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