El viento hace de casa una ocarina
Una certera delicadeza en la observación, un humor perspicaz y una dulzura inhabitual vuelven a brillar en el nuevo libro de Edgardo Dobry, El parasimpático, publicado en España en estos días.
Día de fiesta
Parque del Putget
Y desde la colina del parque,
en la tarde distraída dos polillas se asustaban; abajo, el mar era un festón bien deslavado. Nadie se divertía tanto como el perro
escatimando la pelota entre las muelas.
Era raro que fuese lunes y a la vez domingo,
que el tiempo se entretuviera en reflexiones sobre la segunda vez.
La tarde se agarra de las chimeneas para dejarse caer sobre la playa y nadie se abraza como supimos.
La vertical del agapanto
Después de una perdida guerra
(ganarla era improbable, si me acuerdo), volvía a casa al ritmo de un galope (de ajedrez).
Comimos, velamos, hacía calor.
Eso que antes de la revolución la atmósfera era angosta, apenas rendía para estar dormido,
tenía un trazado imposible a paso humano. Era esa zona de abril en que la flora,
como un trabajo publicado, se muestra algo apenada porque ya no queda disimulo de lo que no llegará a ser.
Irrumpió la vertical del agapanto: capullo del amor, lirio africano, pluma azul:
es la primera flor de infancia que recuerdo, dijo alguien, por eso la tengo en mi terraza. Yo debía seguir pero el camino
se rompía entonces a lo ancho y tuve que pegarme a una pared de olor.
Llega la tormenta
El viento hace de casa una ocarina: toca a la vez la entera escala; ¿afina?
Que vaya al fin del cielo el astronauta, yo: vivo encerrado en una flauta.
Con y sin
Qué inoportuna la elocuencia de la urraca: su matraca rota distrae del trabajo.
Pero ahora que el ciruelo está pelado y el jardín de la vecina no la llama
qué penoso el silencio de la tarde.
Caso y categoría
Mientras comíamos las cerezas dulces que trajiste me vino a la memoria el verso de un poeta disculpándose por haber hurtado en la noche las cerezas
que su mujer guardaba para el desayuno. No lo recordaba bien, lo buscamos: resultó que eran ciruelas, y además alguien había dejado un comentario:
“Este es mi poema favorito... ¡en general!”.
Y cuando dejamos de reírnos quedaba una masa de carozos
barba roja en el cuenco crudo