“LA VEJEZ CARECE DE UNA ÉPICA NARRATIVA”
Diálogo con el historiador Hernán Otero, cuyo libro examina qué es ser viejo, en las representaciones literarias y en los derechos y los avances sanitarios.
La vejez no existió hasta la década del 80 del siglo pasado. Eso explica el doctor en demografía Hernán Otero al inicio de su libro Historia de la vejez en la Argentina (1850-1950) para referirse a la (casi) ausencia de estudios sociológios sistemáticos que tematizaran esta cuestión. Pero las cosas cambiaron en los últimos cuarenta años: “Se convirtió en un problema de progresiva visibilidad a partir de la segunda guerra mundial hasta constituir uno de los temas centrales de la agenda demográfica actual, tanto en los países desarrollados como en los en vías de desarrollo”. En este viraje fueron determinantes transformaciones demográficas y procesos políticos que transformaron a los adultos mayores en sujetos de derechos específicos que fueron apareciendo con el tiempo.
“La vejez carece de una épica narrativa ya que, salvo casos excepcionales como las masivas movilizaciones de jubilados en Europa durante el período de entreguerras, los viejos no han constituido un actor colectivo”, reconoce el académico, que es investigador del Conicet.
Y, en diálogo virtual con Ñ, agrega: “Los viejos no han constituido hasta fechas recientes un actor colectivo, un sujeto histórico organizado y activo”.
–¿Por qué el interés por estudiar la vejez empieza en Europa en los años 80 del siglo XX?
–El interés por la historia de la vejez (reflexiones filosóficas y de otra índole existen desde la Antigüedad, desde luego) tiene dos orígenes claros. En primer lugar, una motivación nacida del presente: las crecientes preocupaciones por los efectos socio-económicos del envejecimiento demográfico,producido por la baja de la natalidad y de la mortalidad, que impulsaron investigaciones sobre la vejez en el pasado. En segundo lugar, una razón académica, la crisis de los paradigmas teóricos de los años setenta, como el funcionalismo o el marxismo, que reorientó las miradas hacia sujetos sociales que habían tenido menos visibilidad hasta entonces, como los grupos étnicos, las mujeres y hacia otras las etapas de la vida, en particular la infancia y la juventud, pero también, más tardíamente, la vejez. –¿A qué se debe que en la Argentina, el interés por la vejez tenga su origen en los años 50? –La vejez se instala progresivamente en la agenda pública durante las décadas de 1940 y 1950 que coinciden con el estado de bienestar impulsado por el peronismo. Son varios los factores que intervienen en ese proceso. Por un lado, el temprano envejecimiento de la población argentina, que motivó la preocupación de autores como Alejandro Bunge en su célebre libro Una nueva Argentina de 1940. Si bien Bunge representa una visión extrema y sesgada por su preocupación natalista, tuvo el mérito de instalar el tema en términos simplificados pero contundentes. Por otro lado, las políticas públicas, en particular las jubilaciones, cuya cobertura (básicamente masculina en esa época) se generalizó hacia mediados de la década del cincuenta, tras debates que se remontan a fines del siglo XIX. El peronismo contribuyó, además, gracias a la proclamación de los Derechos de la Ancianidad en 1948, incorporados luego en la Constitución de 1949, y a la creación de Hogares de Ancianos, basados en concepciones diferentes de los antiguos asilos y la beneficencia. Por último, el interés de los saberes médicos en temas como la prolongación de la vida humana o la vejez prematura también tuvo su correlato en la Argentina, como lo evidencian por ejemplo las preocupaciones de Ramón Carrillo, ministro de Salud entre 1949 y 1954; las del premio Nobel Bernardo Houssay y la creación de la Sociedad Argentina de Gerontología y Geriatría en 1951, la primera en su tipo en América Latina. En suma, hay un clima de época y una confluencia progresiva entre saberes internacionales, preocupaciones locales y, sobre todo, políticas públicas de gran impacto material y simbólico.
–Según Naciones Unidas, la pirámide de población fue joven hasta 1914, madura de 1947 a 1960 y vieja en 1970. ¿Qué pasó en la Argentina? –La Organización de las Naciones Unidas caracteriza a un país como envejecido cuando la proporción de ancianos es igual o superior al 7% de la población total y define como anciano a las personas de 65 años y más (en ocasiones pueden usarse otros umbrales). Es claro que se trata de un umbral atado a la edad jubilatoria, ya que la preocupación central de la teoría del envejecimiento ha sido evaluar el peso de la población pasiva en relación a los trabajadores activos. En la Argentina, el envejecimiento fue temprano y con algunas particularidades. Temprano porque la mortalidad y la natalidad bajaron desde fines del siglo XIX, mucho antes que en otros países de Latinoamérica. La masiva inmigración de europeos que recibió el país, por su parte, retrasó inicialmente el envejecimiento (los inmigrantes eran jóvenes y contribuían a la natalidad) y luego lo aceleró, ya que el contingente europeo comenzó a envejecer al no recibir nuevos aportes tras la década de 1930.
–¿Por qué Simone de Beauvoir decía que “es imposible escribir una historia de la vejez”? –Las principales razones que invocaba la autora, una de las precursoras del estudio de la vejez, tenían que ver con la invisibilidad de los ancianos y ancianas en las fuentes y archivos, un problema central para cualquier historiador. Otra razón es el carácter transhistórico de la vejez, es decir, la existencia de reflexiones más o menos constantes sobre esa etapa de la vida que hacen difícil encontrar variaciones históricas. Por último, pero sin duda central, porque los viejos no han constituido hasta fechas recientes un sujeto histórico organizado y activo, como lo han sido otros grupos sociales, desde la burguesía y el proletariado hasta las mujeres en la actualidad, por citar algunos ejemplos.
–¿Qué es la construcción social de la inactividad?
–Por construcción social de la inactividad se entiende la creación de sistemas, como el jubilatorio, que permiten que las personas puedan dejar de trabajar, algo impensable en el pasado y también para millones de personas en el presente. Hay dos cosas fascinantes en esto. Por un lado, el hecho de que las reflexiones sobre la vejez y el derecho al descanso fueron claves para la creación de los sistemas jubilatorios. Por otro lado, el aumento de largo plazo de la esperanza de vida hará que esa conexión histórica entre vejez e inactividad se haga menos evidente. No sabemos cómo va a ser el futuro pero está claro que la relación vejez/inactividad laboral, tal como la conocemos, tendrá profundas mutaciones.
–A grandes rasgos, ¿cómo aparece representada la vejez en la literatura argentina contemporánea?
–No es fácil dar una respuesta contundente por el problema de la ambivalencia y porque las representaciones varían según los géneros literarios (el tango o la ficción, por mencionar dos ejemplos) y según diferencias sociales y de género de los representados. Pero la imagen de largo plazo sugiere el mantenimiento de estereotipos negativos de larga data, algo no sorprendente por cierto, dada la vigencia de prejuicios “viejistas” y sobre todo porque el siglo XX ha sido por definición el siglo de exaltación de la juventud.