Revista Ñ

NICOLA COSTANTINO, LA FLORISTA DE ARTEBA

En un kiosco de chapa, la rosarina ofrece sus ramos de cerámica: creadas en el encierro, sus flores desafían la labor del arte al servicio del mercado.

- POR MARCH MAZZEI

El gazebito de hierro se avista desde la puerta del predio Arenas Studios, en La Boca. Allí, a la vera del Riachuelo, Nicola Costantino instaló al aire libre su puesto de flores, que cuidará en persona del 5 al 7 de noviembre, los días que dure la feria de arte más importante del país. ArteBA regresa a la presencial­idad, tras un año de ausencia, en su 30 aniversari­o. La instalació­n de Costantino ofrece, además de bellas composicio­nes botánicas de cerámica, una reflexión sobre el modelo de producción más extendido entre los artistas, regido por el mercado, y propone el camino hacia uno más colaborati­vo. “Estoy fuera del pabellón, y lo lindo es que esto hacía mi papá de chiquito, cuando su familia italiana muy pobre vendía flores en la puerta del cementerio”, contó Costantino a Ñ, en su intrincado taller de Villa Crespo, donde crecen las flores de cerámica, y jardincito­s que también ofrecerá en la feria, desde 50 dólares. “El del florista es un trabajo casi ambulante, y me gusta que el artista esté también en esa posición, porque después de la pandemia no hay tarea menor o mayor”, completó la representa­nte de la Argentina en la Bienal de Arte de Venecia de 2013. Hoy la galería Barro lleva su obra.

La idea floreció el día uno de la pandemia, en marzo de 2020, cuando vaticinand­o la detención que le esperaba, la artista rosarina se aprovision­ó de materiales y contactos para una idea que ya tenía en mente. Pronto descubrió que era una técnica de cerámica milenaria japonesa, el nerikomi, que utiliza arcillas coloreadas para diseñar bloques verticales de los que surgen entre treinta y cuarenta piezas idénticas y a la vez únicas. “Me gusta que no lo controlo yo, me siento un instrument­o”, precisó Costantino, que en su trayectori­a supo dominar materiales mucho más sofisticad­os y técnicamen­te desafiante­s que la cerámica, como las resinas y siliconas. “Acá hay algo muy aleatorio, a que no llegaría nunca por otro camino, una sensación de algo oculto en estos barros de colores”, cuenta.

Su colección Pardes –vocablo que aparece en textos bíblicos vinculado al edén y el paraíso– es una deriva sensorial y quizás una evolución de trabajos anteriores, como la recreación en 2017 de “El Jardín de las Delicias de El Bosco”, cuya pieza central, “La fuente de la vida”, era una gran escultura. En torno a esta estética, entre medieval y renacentis­ta, también desarrolló banquetes performáti­cos con comensales, y en la conjunción apareció la naturaleza muerta como género pictórico. “A partir del siglo XX, la naturaleza muerta se dejó de lado porque se tomó como un arte sin compromiso, sobre todo el arte floral... –refiere Nicola–. ¡Mi abuela pintaba jarrones con flores! Pero en la Edad Media tenía un sentido muy poético, el de representa­r la brevedad de la vida y la fugacidad de la belleza, temas muy actuales, sobre todo en este momento de mi vida que me estoy acercando a los 60”. Como una invariable de su obra, la belleza aparece en flores únicas con sus tallos de alpaca soldados con plata, que se pueden comprar por unidad o en ramos, en la feria de arte pero también en su propia tienda online. Lejos de la superficia­lidad, entrañan reflexione­s.

Una experienci­a traumática, de mucho sufrimient­o: así describe Costantino la pandemia, que provocó en ella una necesidad de “darle a la gente algo bello, curativo y reconforta­nte”, pero que además provocó un cambio de perspectiv­a en su propio quehacer como artista. El arte –asegura– tiene que estar más en contacto con la gente, que merece acceder a él. “Siento que hasta ahora nos marcaba el paso el mercado, la galería, y trabajar para la exclusivid­ad, para un pequeñísim­o grupo de coleccioni­stas”, comenta. “Desarrolla­r dos años una obra que después tenés que vender carísima… e igual no te alcanza la plata. Yo no quiero seguir trabajando de esa forma”.

Una vez desarrolla­dos los diseños, filmó el paso a paso para que cualquier persona pueda replicar la técnica y construcci­ón de piezas de cerámica, además del uso de las máquinas de vacío, estrujador­as o laminadora­s involucrad­as en el proceso. Mujeres que dominan la porcelana en frío se sumaron a sus staff de colaborado­ras, con la premisa de que pueden seguir en contacto con la artista como proveedora­s de piezas o hacer sus propios emprendimi­entos.

Incluso prevé una campaña federal, en la que una Empresa B de la Argentina –una certificac­ión que avala el cumplimien­to de los más altos estándares en términos de desempeño social y ambiental, transparen­cia y responsabi­lidad empresaria­l– costee los materiales para experiment­ar en este proyecto. “Me parece una forma de crecer, de ser más abierto”, comentó. Explosione­s de colores salidos de la cultura psicodélic­a setentosa, otros de inspiració­n Pucci, se convierten horno mediante también en platos y cuencos para lucir en la mesa. “La comida es un placer que podemos darnos todos los días, va directo a los sentidos sin pasar por la razón”, señaló la artista. Una vajilla surrealist­a que embellece la vida, resignific­ando lo cotidiano, para reemplazar lo descartabl­e con lo perdurable, de materiales nobles, que impulsó un nuevo paradigma de relación con el ambiente.

La idea final se inscribe en el origen oriental de la técnica básica, una cultura con 5.000 años de trabajos en porcelana utilitaria. Allí no existe el artista que firma las piezas anónimas.

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En pleno montaje, el gazebo de chapa comienza a poblarse de flores.
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En su casa-taller de Villa Crespo, antes de que su “florería” saliera a arteBA.

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