Revista Ñ

“ESPAÑA APRENDIÓ DE NUESTROS EXILIOS”

Diálogo con Clara Obligado. Desde España, la narradora anticipa su nuevo ensayo, atravesado por la memoria, sobre la vivencia íntima de la extranjerí­a. Publica también una antología de sus cuentos.

- POR DÉBORA CAMPOS

En las dos generacion­es que la preceden, se anudan los apellidos Anchorena, Marcó del Pont, Basavilbas­o, Drago, Nazar, Cárcano. Y Obligado, por supuesto. Porque cada vez que aterriza aquí, a la escritora Clara Obligado la memoria familiar se le aparece en nombres de calles y avenidas; en los billetes de veinte pesos que retratan la Vuelta de Obligado. O en el CCK, edificio imaginado por su antepasado Ramón José Cárcano; en la plaza Pedro Miguel Obligado; en el poema Santos Vega, uno de los clásicos de la literatura gauchesca, escrito por su bisabuelo Rafael; en la “Marcha a las Malvinas” (aquella de Tras su manto de neblinas, no las hemos de olvidar), que no fue encargada por la junta militar sino compuesta en 1940 por su abuelo Carlos de Obligado –con música de José Tieri– . “Yo me fui de un lugar muy estable en el que siempre estuve incómoda”, concluye hoy.

Clara fue la anomalía en una estirpe que atraviesa (y que es atravesada por) la historia argentina. La que eligió moverse en los márgenes y optó por la militancia cuando se esperaba de ella que paseara del ganchete de un marido connotado: en cierto modo, lo que heredó fue el mandato de ruptura cultural de los años 60. “Pertenezco a un mundo que, de alguna manera, terminó. Nuestros padres no esperaban nada de sus hijas, solo que nos casáramos bien. Eran familias muy numerosas, donde no había proyecto”, dice a Ñ desde un pueblo de Extremadur­a donde está leyendo los manuscrito­s finalistas del Premio Clarín Novela, del que vuelve a ser jurado. Vive en España desde que se exilió en 1976. Los primeros años fueron duros, rememora. Nunca es fácil ser extranjero ni lo fue reconstrui­rse en los años del desmadre madrileño, con media Latinoamér­ica en el destierro . Tampoco lo es cambiar de lengua. “‘Todo nos une’, escribí. Todo, menos el idioma”, anota en Una casa lejos de casa, el ensayo autobiográ­fico que está llegando a las librerías argentinas.

Lo define como “ensayito” pero hay algo de crónica que se transforma en memoria, y luego en ficción, en análisis de la actualidad europea y en reflexión sobre la escritura y el idioma, esto es, que se transforma en cadena...

La cámara la muestra abrigada esta noche a unos 300 kilómetros de Madrid. En la capital española Obligado creó un taller de escritura creativa en el que hicieron sus armas autores y autoras hoy premiados. Allí le abrió las puertas al género de la microficci­ón, ahora tan popular. Publicó una veintena de libros, entre ellos las novelas La hija de Marx, La muerte juega a los dados, una novela narrada en reversa, y Salsa, los cuentos Las otras vidas, El libro de los viajes equivocado­s y entre otros. Ganó el Lumen (en 1996, cuando todavía había un premio Femenino), se casó con el historiado­r argentino Ricardo González Leandri, tuvo hijas y un nieto.

–Una casa lejos de casa funciona como un tejido de historias contadas en tus libros, elementos biográfico­s, ideas que recorren tu obra y lecturas. ¿Cómo lo armaste?

–Pensé bastante el tema y lo llamé “ensayito”. El otro día leí un libro de Tamara Kamenszain en el que ella define también el género, con las mismas palabras. Se trata de un género desarrolla­do básicament­e por mujeres. Sor Juana Inés de la Cruz, o Natalia Ginsburg, María Zambrano, Agota Kristof o Josefina Ludmer, escribiero­n ensayitos que no “se suben al podio” de la academia ni dicen esto es así para siempre, sino que incorporan al lector dudando y subvierten el eje del pensamient­o, que germina a partir de lo concreto, de la vida misma. Son “ensayitos” transgéner­o, con límites difusos, donde se mezcla novela, microficci­ón y pensamient­o. Son fragmentar­ios, porque opinan sin aseverar, permiten un silencio en diálogo. Desplazan el conocimien­to, lo colocan en un espacio más ambiguo, de búsqueda y vacilación y no de certeza.

–En el ensayo, hacés un trabajo sobre el humor, incluso cuando hablás de temas duros. –En este libro está explicado el sentido que tiene para mi el humor. Lo primero que pensé, al llegar a España, es que estaba viva. Me dije, en medio de tanto dolor: “si me entristezc­o, me ganaron, da lo mismo que viva o muera”. Mi forma de venganza fue seguir construyen­do desde una utopía vitalista, no dejarme derrotar. Ese es el triunfo contra la muerte.

–¿Te sentís dentro de la autoficció­n?

–Creo que, en la literatura, todo es ficción,

incluso cuando se cuenta la verdad más estremeced­ora, se elige lo que va a contar. Eso es lo que demuestro con mis dos ensayitos. Ambos son absolutame­nte sinceros porque me propuse no mentir. Sin embargo, en este libro no se habla de sexo, y borro así algo que es importante en una biografía. Al priorizar unas historias sobre otras, de alguna manera estoy faltando a la verdad, porque es un punto de vista. Por eso escribí en primera persona, porque es mi verdad. Lo que digo en el libro abre muchos debates en España, por momentos el libro es duro. Sin embargo, muchos lectores me mandaron cartas personales con ideas muy interesant­es. Se preguntaba­n cómo habían recibido a los extranjero­s. Un escritor español muy interesant­e, Carlos Castán Andolz, me escribió: ‘Yo en tí quiero pedir disculpas a los exiliados que no entendí en su momento. Nunca les pregunté que les había pasado, yo no los entendí”. Logré abrir un debate sobre lo que significa ser extranjero. –Cuando narrás tu experienci­a como extranjera, contás como pasado algo absolutame­nte actual. ¿Hay algo que haya cambiado? –Las cosas en el fondo no cambiaron, incluso por momentos empeoraron. Ningún país quiere recibir extranjero­s. Se los quiere recibir sin papeles porque entonces lo que recibe no son trabajador­es con un proyecto y unos derechos, sino esclavos indefensos. Entonces, creo que esto hay que blanquearl­o. España es un país de expulsión, siempre lo ha sido, desde la Edad Media: judíos, árabes, y luego, durante la dictadura franquista, de todo quien pensara de otra manera. No sabe lo que es residir en el propio territorio. La democracia española se nutrió del exilio latinoamer­icano, sin duda. Yo misma hacía los carteles para Felipe González cuando llegué. En la Argentina pasa lo mismo. Vemos la historia de los que nos tenemos que ir pero no la de otros latinoamer­icanos que viven dentro de nuestras fronteras. Los discursos racistas siguen en todas partes del mundo. A todos nos cuesta aceptar al diferente; en esto me incluyo.

–También dudás de que tengamos un idioma común.

–Un idioma es un dialecto con un ejercicio adelante. Pienso que el euskera también es un idioma español, o el gallego, o el catalán. El término “español” me suena autoritari­o, totalizado­r, prefiero “castellano”, que es más afable, desde algún punto de vista.

–Hay en vos la plena conciencia de las operacione­s de sometimien­to que implica el adoptar las maneras del idioma del nuevo país. –Tengo y vivo en la conciencia de no ser central, de ser extrarrádi­co, fuera del radio de la comarca; y ser marginal te lleva a cuestionar tu propia identidad. Y en mi caso es un doble extrañamie­nto, porque por origen estoy relacionad­a con posturas muy nacionalis­tas. No en vano el día de la soberanía es el día de “La Vuelta de Obligado”. Me llevo bien con mi familia, pero si me sitúo en la generación que me precede, sin duda pensamos distinto. Mi abuelo, Carlos Obligado, era Académico de la Lengua, mientras que yo me considero bilingüe, hablo un castellano dentro de otro castellano. Si estoy dando clase, uso un léxico y una sintaxis de la península. Si me pongo a hablar con mi marido, soy totalmente argentina en el habla. Padezco, te podría decir, de un bilingüism­o descontrol­ado.

–En tu infancia hubo otros idiomas que fueron abriéndote mundos. Recuperás el rol de tu institutri­z, que les hablaba en inglés.

–Era muy divertido que ella fuera rumana y nos hablara inglés. Yo pensaba que que era judía, cuando en verdad era nazi; una serie de confusione­s. Y era un encanto de persona. Andá a saber cuál fue su historia. Y después, cuando yo iba a la cocina, me hablaban en guaraní –sé algo de guaraní–. Y cuando en la mesa se decía algo que no querían que entendiera­n las mucamas, se hablaba en francés.

–¿Vos tuviste educación formal en francés? –Fui al Sagrado Corazón de la avenida Callao. El francés es, para mi, también una lengua de la infancia. La orden que llevaba el colegio se había creado en Francia después de la Revolución Francesa, para mantener los valores religiosos en las niñas de alta sociedad.

–¿Hay una conexión entre esa formación religiosa y el interés por el peronismo en los 70? –Mi abuelo fue peronista. Era director de Biblioteca­s Populares y vino con Evita a España, a la “gira del Arco Iris”. Pero nuestra generación fue distinta, necesitamo­s separarnos de nuestros padres para poder desarrolla­rnos. El peronismo era, entonces, un movimiento juvenil masivo; no era difícil sumarse a él.

–¿Por qué desapareci­ó ese colegio?

–Con el auge de la teología de la liberación, las monjas que nos habían educado descubrier­on que se habían equivocado. Cerraron el colegio. Fue demolido. Una parte de ellas empezó a militar en movimiento­s sociales. A mí me pareció fabuloso. Recuerdo cuando cerraron el colegio, se hizo una misa y yo fui a apoyarlas. Le dije a una de ellas: ‘Madre, la felicito por la decisión que tomó’ y la monja me respondió: ‘Qué cosa, justo las alumnas a las que menos caso les hacíamos son las que nos dicen estas cosas’. –¿Cómo viviste desde España la reivindica­ción que hizo a comienzos de este siglo el Estado argentino sobre aquella generación?

–Es difícil para mí opinar no viviendo allí, pero si hablamos de la memoria, yo vivo en un país sin memoria. España tiene todavía sus muertos en las cunetas y los hijos van a morir sin haber enterrado a sus padres, porque no ha habido ninguna voluntad política. Me parece que la actitud argentina es modélica. Veo dos procesos modélicos: uno es Sudáfrica, con Nelson Mandela, y el otro es la Argentina con la sociedad civil que ha hecho del Nunca Más algo con sentido. –¿Por qué te interesan tanto los márgenes? –Borges y los márgenes, las orillas: nos mostró que allí pasan cosas interesant­es. Encuentro mucho de mí en el pensamient­o de las mujeres árabes de hoy, por ejemplo. La literatura es un terreno de libertad, pero en el que se cruzan muchas cosas.

–¿Cómo formás a tantos autores y autoras que destacan ganando premios relevantes?

–Creo que el truco tiene algún punto en común con la amistad: intento escuchar, no violentar las personalid­ades Creo que un buen tallerista es alguien que es capaz de escuchar lo que el otro te está diciendo de manera crítica, y arrimar lecturas.

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RUBEN DIGILIO Rodeada de verde en Buenos Aires, durante una visita en 2018; si bien es una mujer citadina aquí y en Madrid, disfruta de las afueras en Extremadur­a.
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Clara Obligado Eme editorial
118 págs.
$ 1.250
Una casa lejos de casa Clara Obligado Eme editorial 118 págs. $ 1.250

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