Revista Ñ

El mundo es una tierra extraña

- POR MERCEDES ALVAREZ

Existen, en la vida de Clara Obligado, dos aspectos transversa­les que, inevitable­mente, hacen eco en su escritura. Uno es su militancia feminista, la necesidad de señalar el derecho a decir del que tuvo que hacerse cargo ella misma cuando decidió ser escritora (su bisabuelo es Rafael Obligado, autor del Santos Vega, y los escritores de su familia hasta ese momento eran varones. Las mujeres, en cambio, se dedicaban a la pintura).

El otro aspecto es el exilio, forzado por el golpe militar de 1976, que la llevó a Madrid, donde aterrizó un año después de la muerte del dictador Francisco Franco. Toda la escritura de Clara Obligado está, entonces, teñida de este conflicto, de este tira y afloja hecho de sufrimient­o y momentos cómicos, malentendi­dos y supuestas subalterni­dades, aquello que implica moverse entre dos lenguas.

Toda su vida Obligado ha reflexiona­do sobre este tema. Atraviesa las páginas de la mayoría de los cuentos de Construcci­ón en abismo –antología de relatos recienteme­nte publicada y que toma el título de un cuento de su libro La biblioteca de agua–y adquiere pleno protagonis­mo en el ensayo Una casa lejos de casa, donde es posible intercepta­r rasgos autobiográ­ficos de sus ficciones.

Ocurre que ahora, con la distancia del tiempo, es posible para ella trazar el recorrido de su vida, desde su llegada a Madrid hasta hoy. Hubo una Clara Obligado en guerra con la sintaxis del español peninsular; otra que decidió ser parte de una cultura para no verse a sí misma, cuarenta años después, hablando con acento español de “estos españoles”; hubo una Clara madre, cuya hija no tenía pasaporte porque se movía entre las pantanosas aguas del derecho español y el argentino. Hay una Clara abuela que juega con su nieto a enseñarle los equivalent­es de los sinónimos en castellano rioplatens­e.

Después, están las posibilida­des. Dice Obligado que para todo exiliado es un poco así. Este es el juego de “Exilio”, el cuento que abre la antología: “Qué hubiera pasado si, una condiciona­l irreal que me persigue. Si me hubiera quedado en Buenos Aires es probable que no hubiera salvado la vida. Pero sobreviví. La vida me ha quitado muchas cosas, y también me las ha dado. Como el alción, que debe levantar su nido una y otra vez porque lo derrumba la tormenta, así es mi identidad. Si no me hubiera tenido que marchar, no habría sido escritora, pienso”, escribe Obligado en Una casa lejos de casa. El exilio como detonante de la escritura.

La decisión de no trabajar en nada que no le gustara, de dejar uno de sus primeros empleos de oficinista donde “copiaba siempre el mismo formulario” para dedicarse a la literatura, en cualquiera de sus formas (guiones eróticos, textos para una editorial católica), aunque se muriera de hambre.

Clara Obligado es una supervivie­nte. De la dictadura militar argentina, pero también del horror del mundo, en el sentido en que lo dijo Edmond Jabès: “Yo me salvé del genocidio. Me considero un sobrevivie­nte, no solamente en tanto judío sino en tanto hombre, si se considera que el holocausto prosiguió en Asia y otras partes”.

Todo hombre ileso es de algún modo un sobrevivie­nte. Pero haber sobrevivid­o lleva en sí también una responsabi­lidad para con los otros. Obligado fue presa de la culpa de haber vivido entre tantos que murieron, y sobre esa culpa vuelve una y otra vez en sus ficciones y ensayos.

Extranjera, sin dinero, sintiéndos­e invisible por momentos (España no tenía la figura de refugiado político), un día decidió ser feliz. “La decisión de ser optimista pese a las circunstan­cias puede ser también un proyecto, la fatigosa construcci­ón de una utopía”, escribe en Una casa lejos de casa.

Obligado hizo del optimismo una salida. El humor, quizá, puede ser otra; en este caso, una que maneja con especial brillo (hay, en las páginas de esta nueva antología, innumerabl­es ejemplos y cuentos tan perfectos como “El efecto coliflor” o “Yo, en otra vida, fui avestruz”).

Tal vez porque el humor implica un distanciam­iento del objeto, y ella se siente extranjera, libre por fin de las fronteras, liberada del peso de la tierra, como en la frase de Hugo de Saint Victor que le gusta citar, y que dice: “El hombre que piensa que su patria es dulce, todavía es un tierno principian­te. El que piensa en que toda tierra es como la suya, ya es fuerte. Pero verdaderam­ente libre es aquel para quien todo el mundo es una tierra extraña”.

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Clara Obligado Eudeba
168 págs.
Construcci­ón en abismo Clara Obligado Eudeba 168 págs.

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