Adiós a Van Gogh
La calma profundiza. No convencerás a una hoja de la torre del roble
–cabal, firme, anochecida– para que se mueva con más violencia que la que proporciona el aire cuando, la oscuridad creciente, la charca rebosa y debemos conformarnos con la quietud.
Sin apresurarse, la luz del día nos retira sus formas hacia su sosiego central. Piedra tras piedra tu retórica es dispersada hasta que la tierra vuelve a ser la tierra, las hojas una abrupta demarcación contra el azul refrescante. Adiós, y por tu instructivo frenesí,
Gratitud. El mundo no se termina esta noche
Y el fruto que recogeremos mañana nos aguarda, cargando la rama revestida.
(Trad. E. L Revol)