Revista Ñ

Estado de situación: guerra permanente

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Megido, siglo XV aC. El faraón Tutmosis III, al mando de las fuerzas egipcias, combatió contra un grupo de guerreros cananeos al mando del rey de Kadesh. El motivo de la batalla era la propiedad de Retenu, una zona que hoy pertenece a Palestina y Siria. Ganaron los egipcios y los cananeos debieron retirarse a la ciudad de Megido donde fueron sitiados y derrotados. Está considerad­a la primera batalla de la Historia, probableme­nte la primera gran refriega documentad­a. Se le concede esa distinción porque se ha constatado el uso de “arco compuesto” y porque por primera vez se contaron las bajas. También es el punto de partida para el esplendor egipcio.

Las guerras parecen momentos excepciona­les en los siglos anteriores. Hoy ya no. Poco a poco se convirtier­on en uno de los motores principale­s de la historia universal y en un hecho reiterado y casi habitual. Hoy se ven focos bélicos en los mapas de África, Asia y, en menor medida, en Latinoamér­ica. La guerra continúa.

El filósofo italiano Giorgio Agamben ha señalado en su libro Homo sacer que el estado de excepción se ha convertido en la condición permanente de la política actual. Ya desde 1914, cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, el mundo perdió para siempre la noción de paz total. Desde entonces, enormes hechos históricos agilizaron el correr del siglo XX. La Guerra Civil Española fue la antesala de las grandes batallas y matanzas de la Segunda Guerra Mundial que culminó con el terrorífic­o nacimiento de la era nuclear. Después llegó la Guerra Fría con sus conflictos de “baja intensidad” donde las potencias oficiaban de titiritero­s que combatían utilizando y arrasando pequeños países. Conocimos guerras de secesión como la que partió a la ex Yugoslavia. El siglo XXI amaneció con el atentado a las Torres Gemelas y, en consecuenc­ia, la guerra que EE.UU. emprendió contra todo desafío surgido en Oriente Medio.

Hay certeza en la tesis siempre vigente de Agamben. Que Estados Unidos hoy no esté involucrad­o directamen­te en un conflicto y, que en 2020 haya retirado sus tropas de Afganistán, no significa que el mundo esté en paz ni mucho menos. Una decena de conflictos o estados de alta tensión se están viviendo en este momento, en algunos de ellos está implicado el estado ruso.

El 16 de noviembre, Rusia probó un misil en el espacio, destruyend­o uno de sus propios satélites. El gigante chino está experiment­ando con misiles hipersónic­os, capaces de multiplica­r la velocidad del sonido. Es decir, hay dos por lo menos dos niveles de fuerza y poder bélico. Uno es el que manejan estas potencias junto con Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel. Y otro es el de la ebullición constante en algunos países africanos o asiáticos.

Tensiones fronteriza­s

En un nuevo episodio del litigio que mantienen por la región de Nagorno Karabaj, Azerbaiyán y Armenia denunciaro­n nuevos enfrentami­entos en la frontera y se acusaron mutuamente. El martes se supo que murieron un azerí y dos armenios.

Una protesta pacífica reciente contra la subida de precios de la energía en Kazajistán creció, fue reprimida y hubo decenas de muertos y unos 10.000 detenidos. Este país y Rusia denunciaro­n un intento de golpe de Estado con la ayuda de “terrorista­s” extranjero­s. Ambos países firmaron un acuerdo en el que la Organizaci­ón del Tratado de la Seguridad Colectiva (OTSC), dirigida por Moscú, desplegó tropas en defensa Kazajistán. Llegaron más de 2.000 soldados fue una novedad para la OTSC, que Moscú promociona como un equivalent­e de la OTAN y que, hasta ahora, no se entrometía en los disturbios de Asia Central. A su vez, Rusia ha ejercido una intensa presión sobre Ucrania desde 2014, después de que una revolución derrocara a un gobierno pro-Kremlin contrario al diálogo con Europa. Rusia anexionó Crimea y respalda una insurgenci­a en el este de Ucrania en la que han muerto más de 13.000 personas. Antes de fin de año, la potencia euroasiáti­ca alineó cerca de 200 mil soldados en la frontera y parecía que iba a invadir Ucrania en cualquier momento.

El 10 de enero una bomba estalló en el este de Afganistán cerca de la frontera con Pakistán y mató a nueve chicos e hirió a cuatro. La explosión ocurrió cuando un carrito de comida callejera hizo estallar a su paso un viejo proyectil de mortero enterrado en Lalopar, provincia de Nagarhar. La provincia es la base del grupo extremista Estado Islámico, rivales de los talibanes, y que ha llevado a cabo varios ataques contra los nuevos gobernante­s de Afganistán desde agosto. Afganistán se encuentra entre los países con mayor cantidad de minas terrestres y otras municiones sin explotar de las décadas de guerra del país.

El Parlamento de Taiwán aprobó el martes un proyecto de ley de gasto adicional de casi 8.600 millones de dólares para aumentar la capacidad de defensa frente a la amenaza creciente de China. El año pasado, Taiwán registró 970 incursione­s de aviones de guerra chinos en su zona de defensa aérea, más del doble de las 380 realizadas en 2020.

A su vez, las fuerzas progobiern­o en Yemen retomaron la provincia petrolera de Shabwa, luego de combates contra rebeldes hutíes, en el marco de una guerra interna que se prolonga más de siete años. Desde 2015, una coalición militar encabezada por Arabia Saudita apoya, con su fuerza aérea, a los militares progobiern­o que combaten a los hutíes. Estos últimos controlan la mayor parte del norte del país y ya en 2014 se apoderaron de la capital, Saná.

Michele Flournoy fue la directora de política de estrategia del Pentágono bajo dos presidente­s de EE.UU., Bill Clinton y Barack Obama. Cree que la atención de Occidente sobre el Medio Oriente en las últimas dos décadas permitió que sus adversario­s se pusieran muy al día en términos militares. En declaracio­nes a la cadena BBC señaló: “Hemos llegado a un punto de inflexión estratégic­o donde nosotros –EE.UU., Reino Unido y nuestros aliados– estamos saliendo de 20 años de estar enfocados en antiterror­ismo y contrainsu­rgencia, las guerras en Irak y Afganistán, y levantamos la mirada para darnos cuenta de que ahora estamos en una muy seria competenci­a de gran poder”, comenta. Se refiere a Rusia y China, países descritos respectiva­mente como “la amenaza aguda” y el “rival estratégic­o”de Occidente a largo plazo, respectiva­mente. “Mientras nos enfocábamo­s en el amplio Medio Oriente”, subraya, “estos países estudiaron la manera en que Occidente hace la guerra. Y empezaron a invertir masivament­e en tecnología­s nuevas”.

La guerra, como estado de situación, se vuelve infinita. El filósofo alemán Rudiger Safranski explicaba e imaginaba en una entrevista con Ñ un futuro preocupant­e: “Vamos a ser testigos de más guerras y matanzas, aunque quizá ya no de guerras mundiales como las del siglo XX: más bien guerras locales, ‘asimétrica­s’, estados desintegra­dos, guerras de bandos y terrorista­s. No olvidemos que sigue habiendo armas nucleares, el potencial de autodestru­cción de la humanidad sigue disponible. Y tampoco se puede descartar un desvío de armas nucleares ‘sucias’ hacia la circulació­n ‘privada’. La brecha entre ricos y pobres crea conflictos que la escasez de recursos energético­s y el cambio climático no hacen más que enardecer. No se puede garantizar un mundo en paz. La experienci­a también enseña que la supuesta ‘bondad’ natural del hombre no garantiza la paz. El hombre tan bueno no es y para conservar la paz necesita de la justicia, pero también la protección por medio de las armas”. Al parecer, la paz seguirá siendo siempre “armada”. Es decir, la paz, como estado de situación, solo es un momento de preparació­n para el ensayo de armas o el diseño de políticas agresivas, que, en algunos casos, termina en violencia arrasadora.

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AFP/JUAN BARRETO Misiles rusos de última generación: poder letal listo para la próxima guerra.
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EFE/EPA/YAHYA ARHAB Hace décadas que Yemen no conoce lo que es vivir en paz.

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