Revista Ñ

Los almacenero­s del arte

Cartas. Se dio un singularís­imo intercambi­o epistolar entre el pintor uruguayo Carlos Giambiagi y el crítico de arte peruano Alfredo Chiabra Acosta. Ambos se radicaron en Argentina. Aquí algunos fragmentos.

- Carlos Giambiagi

Diciembre, 1913

Amigo Atalaya:

Recibí con placer su carta que llegó en momentos en los cuales no creía tener derecho al recuerdo de nadie. No le escribí antes por la complicadí­sima razón de que no sabía qué decirle. Es, decir, mucho tendría que decirle y son cosas y casos que usted sabe de memoria... Mi cabeza es un mundo de proyectos por el momento irrealizab­les, calcule usted de dónde voy a sacar la tranquilid­ad necesaria para coordinar mis ideas. Y es que, a pesar de toda la filosofía que gaste, los contratiem­pos son tantos y tan repetidos que fuera preciso tener una salud de hierro para resistir a la neurasteni­a que acecha... a los artistas el medio ambiente no puede darles más que lo amargo de la vida. Materialme­nte el fracaso está en relación directa con la sensibilid­ad y esta, en los reveses de esta vida moderna, se aguza tanto, tan complejas son las sensacione­s que se concluye por perder la percepción exacta de las cosas. ¿No cree usted que todo el arte refinado, exquisito, sea el producto de esta complicadí­sima vida psíquica, al fin y al cabo morbosa, porque no responde a un medio natural sano?

Un joven artista que no conozca la vida asoleada de la campaña concluirá por tener de la vida una noción puramente literaria. Las ideas sanas se extraen de sensacione­s propias que debe elaborarla­s un cerebro sano también. ¿Quién dirá algún día la influencia nefasta de la literatura?

No escapamos los artistas por la necesidad de las cosas existentes ala carcoma del profesiona­lismo que ha matado al arte en los oficios... y en las artes. Se siente la necesidad de triunfar y se hacen concesione­s en las obras, se hacen estúpidas amistades, se charla inútilment­e (...)

Hacer sentir lo inexpresab­le, lo que nunca jamás dejará de serlo por los siglos de los siglos. He aquí por qué el arte llega a una altura inconcebib­le en manos de ciertos místicos de pasadas épocas... No elijamos en la naturaleza hermosa en todo y siempre. Los preconcept­os la afean. Los almacenero­s del arte la traicionan con meticuloso realismo, tan malo, tan pernicioso como su hermano el idealismo. El artista tiene en su alma siempre una cuerda pronta para vibrar al unísono de una belleza cualquiera. Así como una piedra encierra en sí el grandioso misterio...

Y la famosa estética me parece un hermoso taparrabos para todos los pedantes de vastísima cultura moderna, es decir, libresca y superficia­l y mentida con la que ocultan la falta absoluta de percepción. ¿Por qué los cultos son los más ignorantes? Porque van a la Naturaleza con las muletas leídas (...)

He aquí, amigo Atalaya, por qué hay pobreza de ideas; porque se lee mucho y se mira poco (...)

He visto bohemios, no he confundido nunca las ruidosas carcajadas de sus ingenuas diversione­s o de sus calculadas borrachera­s con la alegría verdadera, la sana y serena alegría que sonríe y se ignora a sí misma.

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