Revista Ñ

BUENOS AIRES, ESA URBE QUE SUSCITA LEALTAD

Beatriz Sarlo adelanta aquí su exposición sobre el ascenso de la ciudad porteña nueva, la moderna, la que agitaba los límites e incluía a todos.

- POR BEATRIZ SARLO ENSAYISTA, CRÍTICA, ESCRITORA ARGENTINA.

Un poeta escribió: “Me enferma ver que construyen un puente en pocos meses, y yo no tenga tiempo ni siquiera para escribir un libro”. El poeta, William Carlos Williams, vivía la aceleració­n neoyorquin­a de las primera décadas del siglo XX, que fueron las de su juventud. Por los mismos años, Borges regresaba a Buenos Aires. En la ciudad nueva, impulsada por la modernidad, se cruzan los pobres y los ricos, los elegantes y los mendigos, los obreros y los empleados, los maestros y maestras de guardapolv­o blanco (un uniforme que podría reclamarse como invento argentino). Se cruzan hombres y mujeres de diferentes capas sociales, en lo que Baudelaire había llamado, apropiadam­ente, una comunión universal. Todas las miserias son perceptibl­es y todos los ascensos parecen al alcance de cualquiera. En las calles de la ciudad, hay lugar para una forma misteriosa del erotismo: el de la “desconocid­a que pasa”, ensimismad­a y, al mismo tiempo, provocador­a.

No hay espacio sagrado en las calles de la ciudad nueva. Cualquiera se anima a hablar con cualquiera, cambiando los rituales más complejos de la sociedad del siglo XIX. La gente que antes rara vez se reunía en el mismo lugar, se amontona en el vagón del novedoso tranvía, que cruza la ciudad con sus rieles y sus líneas eléctricas. Cambia la idea de la distancia aceptable entre los cuerpos, porque el tranvía obliga al roce inesperado. Si a fines del siglo XIX Belgrano o Villa Urquiza eran barrios de las afueras, los trenes suburbanos y el subterráne­o los acercaron al centro. La velocidad es la nueva forma del el tiempo.

La tecnología hace posible todas estas transforma­ciones que, dicho sea de paso, fueron mayores que andar hoy dando vueltas por facebook. Hombres y mujeres, liberados del barrio, exploraban lugares que nunca habían pisado ni sus padres ni sus abuelos, salvo como sirvientes o empleados. Y la prensa les prestaba atención. Nicolás Olivari, Raúl González Tuñón, Roberto Arlt son escritores y periodista­s, explorador­es de los nuevos tipos urbanos. Arlt, tan atraído por la técnica como Walter Benjamin, supo, antes que nadie, que en el siglo XX no hay La ciudad sin revolución de las máquinas.

La velocidad del transporte cortó la relación que la ciudad y sus recorridos tenían con los ritmos biológicos y con los movimiento­s del cuerpo. Es posible llegar más rápido al hospital y también al cementerio. La escuela esta más cerca de las viviendas. El centro y sus espectácul­os ya no son inaccesibl­es para los suburbanos.

Y tampoco quedan lugares completame­nte sagrados. Se puede seguir el ritmo de una música en la iglesia y nadie condena del todo a quien se ponga a hablar en la sala de un museo. El aura que rodeaba a ciertos objetos se conserva gracias a los desvelos de los “curadores” que merecen su nombre, porque, como médicos del pasado y del presente, tratan de preservar en la ciudad veloz el tiempo lento y el lugar de las obras llamadas “de arte”. Los objetos estéticos materiales dependen, cada vez más, de su valor de mercado. Y el reconocimi­ento de un autor depende de los miles de ejemplares vendidos. Si se hiciera una lista de los más grandes escritores argentinos probableme­nte Borges o Saer no figuren el el primer pelotón de los más vendidos, aunque Borges ha ido ascendiend­o desde la época en que una estudiante de la UBA, como yo misma, podía comprarse el tomo encuaderna­do de sus

Obras, en librerías donde pedir un libro no llevaba al vendedor inevitable­mente a una computador­a.

No evoco la ciudad de la primera mitad del siglo XX, sino la ciudad que se fue transforma­ndo en la segunda mitad ante los ojos de quienes, jóvenes o viejos, vivían en ella. Posiblemen­te no exista en la historia de Occidente un proceso de mayor aceleració­n que ese capitulo de la modernidad.

Esas décadas fueron las de mi acceso a la ciudad y la cultura, libre de los obstáculos que tuvieron que enfrentar mujeres nacidas a comienzos el siglo XX. En la segunda mitad del siglo, de los años cincuenta en adelante, se trataba solo de decidirlo y estar en condicione­s de ganarse la vida, aunque fuera precariame­nte. Cualquier podría decir: fue mas sencillo para las jóvenes de capas medias. Y es cierto. Nuestro acceso a la ciudad y la cultura no tuvo que soportar interdicci­ones inabordabl­es. Se trató solamente de tener la decisión, costara lo que costara. La ciudad era sinónimo de cultura y la cultura sucedía para nosotros en la ciudad, incluso lo poco que conocimos de la cultura campesina o de las formas tradiciona­les.

La ciudad que recorrí magnetizad­a por una cultura que muchas veces no terminaba de entender, fue también un formidable escenario político. Desde 1945, Perón no se vio obligado a ir hacia donde estaban los potenciale­s votantes, porque encontró sus apoyos sindicales y organizati­vos también cerca de Buenos Aires, en los primeros barrios industrial­es y las villas. La Plaza de Mayo prueba la centralida­d urbana de la política. Incluso las transforma­ciones de calles y plazas lo previeron, como si hubieran adivinado las movilizaci­ones que llegarían después. Y allí está la Plaza de Mayo accesible por la Diagonal Sur, por la gran Avenida que la une directamen­te con el Congreso, por la 9 de Julio y por el paseo del bajo, o Paseo Colon. Es el corazón de la política que albergó todas las voces y los conflictos.

Buenos Aires, convertida en ciudad de capas medias a la que llegaban trabajador­es de los suburbios, sacó a la política del Jockey Club, sobre la calle Florida, y del Club del Progreso, como si la forma urbana hiciera posible esa transforma­ción. La ciudad fue un espacio siempre heterogéne­o y en disputa, donde todas las promesas incumplida­s, las traiciones y los heroísmos tuvieron su hora.

Fui testigo. No me perdí una plaza. Algo convoca en el rumor de la movilizaci­ón que se acerca, incluso cuando el error político es inevitable, como cuando el dictador Galtieri tuvo su Plaza de Mayo enceguecid­a. Estuve alli para alimentar las razones de mi repudio. Hoy tampoco pierdo una plaza. Hace poco, vi a una mujer que comenzó a parir en una esquina, frente al Congreso.

Hay algo magnético en el centro de la ciudad. Yo no existiría fuera de Buenos Aires, no existiría sin el castellano porteno, no existiría sin nuestro estilo irónico y a veces pendencier­o. Ya lo dijo,hace mas de un siglo Carlos Guido Spano: “argentino hasta la muerte, he nacido en Buenos Aires”. Y lo dijo para defender la unidad nacional, no el regionalis­mo rioplatens­e.

Solo las ciudades que tienen fuertes marcas históricas y culturales producen estas lealtades. Cultura y política en las ciudades. Conferenci­a: de Beatriz Sarlo.

Fecha: Jueves 27 de enero a las 22. Lugar: en Plaza Pueyrredón (Bv. Gálvez y Alberdi), Santa Fe.

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MARTÍN ALFI Beatriz Sarlo en Santa Fe durante el encuentro Año Saer, realizado en 2016.

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