Revista Ñ

Ticio Escobar ataca el castillo del arte

Ensayos. El curador paraguayo explora el concepto de aura, critica el eurocentri­smo y brega por una especifici­dad latinoamer­icana.

- POR LEONARDO SABBATELLA

Hay un linaje de ensayistas que al leerlos se descubre a un explorador o un trapero, alguien en busca de lo desconocid­o. Esa es la primera impresión que deja Ticio Escobar con Aura Latente, un pensador que salió a caminar brújula en mano. Sin mapa ni destino aparente. Quizá sea un efecto colateral de su condición de autodidact­a. Aprende el destino por sí solo y durante el viaje.

Los cuatro ensayos reunidos se hacen una misma pregunta por el concepto de aura. Aunque Escobar es reticente a admitirlo o quizás se dio cuenta tarde, ciento cincuenta páginas tarde. Esa sería la mejor opción, alguien que no sabe lo que hace y por eso puede hacerlo. De hecho, el título del libro no se deja ver hasta cerca del final, como un niño escondido que hizo oídos sordos a los llamados de los padres para saber qué dicen de él.

Las coordenada­s de arte y política son la coartada teórica perfecta para evitar los lugares comunes sobre el aura, un concepto tan trillado como brillante y tan desgastado como misterioso. Ni siquiera Walter Benjamin, figura patrona del libro, se ha animado a definirlo con certeza.

Escobar ataca el castillo del arte validado que reivindica la universali­dad en términos colonialis­tas y eurocéntri­cos. En sus huestes conviven desde Jacques Rancière hasta Suely Rolnik; toma todo lo que encuentra en favor de una teoría del arte que articule la especifici­dad latinoamer­icana y la participac­ión cosmopolit­a.

Entre otras crueles virtudes, el capitalism­o luce la de apropiarse de todo aquello que lo cuestiona y devolverlo como más dominación. Quizás por eso Escobar señala que “no basta con denunciar, sino con anunciar otros mundos posibles”. El arte se politiza cuando produce una obra crítica “del régimen de la representa­ción establecid­a” para proponer modelos –maquetas, prototipos– de vidas alternativ­as.

A veces coloquial (“el arte puede dar una mano”), Escobar avanza sin prisa y sin dejar cabos sueltos. Después de haber atravesado veinte páginas suyas, páginas loteadas por conceptos, tanteos y precaucion­es, en los que pareciera levantar una viga tras otra de su edificio argumental, sorprende con breves relámpagos de ideas renovadas y, también, restaurada­s.

Escobar escribe por tramos. Las decenas de subtítulos e intertítul­os generan un detallado índice implícito: la hoja de ruta es más larga que el viaje. En el camino suelen aparecer las digresione­s que reclaman nuevos apartados y así genera un montaje de ideas y escenas teóricas. (Y un desmontaje: mucho de lo que hace es desglosar, desarmar, separar).

Su método de pasajes interconec­tados se sirve del buen ojo que tiene para las citas. Corta acá y allá para escribir con otras voces a la manera de un ventrílocu­o filosófico. Invoca a Brecht, a Blanchot, a Stuart Hall (con quien pareciera tener más en común de lo que confiesa). Escobar, que también es curador, organiza su trabajo como un recorrido por algunas de las más brillantes máscaras del último siglo.

En uno de los momentos más lúcidos, habla de las obras de arte que intentan “burlar el cerco del orden simbólico, asomarse al fuera de campo, intentar mirar el abismo; adentrarse en la intemperie más radical y, aun, perderse en ella”. Reconoce en esas obras un afán en parte “suicida”, como abejas que ni bien pican mueren al dejar su aguijón. Aunque el insecto que sobrevuela el libro es otro: la luciérnaga (de Didi-Huberman). Hoy, pareciera anunciar Escobar, lo máximo a lo que podría aspirar una obra es al “resplandor errático pero resplandor vivo, resplandor de deseo y de poesía encarnada” de los bichos de luz.

Sabe –como se sabe algo al observar el cielo o ver el pasto de un campo– que las cosas cambian de sentido en el movimiento de los años y las fronteras. Por eso, la pregunta central en el pensamient­o de Escobar es cómo se determina si una obra es o no artística. Quizá solo lo sean las que alcanzan a producir ese mismo acertijo.

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Tinta limón 232 págs.
Aura latente Ticio Escobar Tinta limón 232 págs.

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