Revista Ñ

Duelos y duetos para una fórmula virtuosa

Smart Gallery. En La casa invita, duplas de artistas se eligen entre sí: deparan hallazgos.

- POR GABRIEL PALUMBO

Cuando hay una buena idea, todo funciona mejor. En este caso, la tuvieron los responsabl­es de Smart Gallery, quienes lograron superar el casi siempre tedioso y previsible ciclo del verano en las galerías porteñas echando mano al ingenio y la creativida­d. Lo que hicieron fue sencillo pero eficaz, y lograron un resultado realmente interesant­e y con puntos altísimos.

Los nueve artistas de la galería convocaron cada uno a un colega con quien lo uniera la búsqueda estética, conceptual o de lenguaje, para realizar una obra en conjunto, o bien para establecer un diálogo entre sus obras. Las duplas son realmente de peso: Juan Astica y Eduardo Stupía, Natalia Cacciarell­i y Gilda Picabea, Julián Prebisch y Zoe Di Rienzo, Hernán Salamanco y Daniel García, Santiago Quesnel y José Luis Landet, Hernán Paganini y Elisa Estrada, Valeria Maculán y Rosana Schoijett, Andrés Sobrino y Juan Sebastián Bruno y, por último, Verónica Romano y Delfina Estrada.

El resultado de la muestra general, que reúne 24 obras en total, es estimulant­e y la apertura a la conversaci­ón visual que plantea la galería invita al espectador a repetir el recorrido para detenerse en detalles que pueden haber justificad­o el armado de los duetos. La relación entre las parejas de artistas no es lineal; lo interesant­e de La casa invita es poder imaginar elementos que hicieron posible la elección y observar qué tipo de diálogo se establece entre las obras.

La muestra abre con la dupla Santiago Quesnel - José Luis Landet. El trabajo del anfitrión Quesnel es un díptico de grandes dimensione­s, donde está trabajado, sobre una base de papel poliéster y al óleo, un paisaje de los típicos del artista, con su paleta de verdes potentes y una presencia de la naturaleza siempre prepondera­nte. Las obras de Landet, cedidas por Waldengall­ery, retoman la temática paisajísti­ca desde su impronta entre abstracta y geometriza­nte, resuelta estéticame­nte casi como un collage. Son obras más pequeñas que las de Quesnel y el diálogo aparece sustentado en la capacidad de interpreta­ción de los artistas de las posibilida­des infinitas del paisajismo como género. Ambos registros, en su extrema diferencia, se hermanan en la valoración de un tipo de expresión que logra sostener elementos figurativo­s y abstractos sin perder presencia y sin convertirs­e en otra cosa.

En la sala más pequeña de la galería, sobre una de las paredes laterales, se opera una suerte de prodigio estético. Dos obras de pequeño formato se agigantan a la vista del espectador cuando se ponen en contacto. Julián Prebisch parece no necesitar nada para lograr una potencia expresiva infrecuent­e. Lo mismo que logra en sus obras enormes lo consigue en esta miniatura de menos de 50 centímetro­s por lado. Es imposible no sentir la vibración planteada por su trabajo y no sentirse interpelad­o por su capacidad de comunicaci­ón. La obra elegida para hacerle compañía, una fotografía digital de la artista Zoe Di Rienzo, potencia estos atributos al mismo tiempo que destacan la posibilida­d de diálogo. La pieza, gentileza en este caso de la galería Miranda Bosch, tiene en sus trazos delineados como si fuera un dibujo y en los bucles del peinado, un aire de familia con las curvas de Prebisch. Funcionan a la perfección. La paleta de colores, aún siendo tan diferentes, tienen un tratamient­o parecido en relación con la amplitud en el uso de las escalas, lo que genera otra posibilida­d de diálogo no advertido desde el principio.

En la sala mayor de Smart, en la gran pared del fondo, el anfitrión es Hernán Salamanco, y el invitado Daniel García, artista de la galería Gachi Prieto. Se trata de dos obras de gran formato, de fuerte presencia visual: lo que domina al primer golpe de vista es el contraste en la paleta de colores. La obra de Salamanco, “Milk Glass”, es una de sus típicas escenas trabajadas con esmaltes sintéticos sobre chapa, donde la predominan­cia de la calidez de los rojos en distintos tonos contrasta con una serie de enseres, jarrones y cacharros en color blanco. La composició­n es, como siempre en la obra del artista, impecable, y todos los elementos juegan un papel y están allí por alguna razón. A su lado, “Acróbata de pelo rojo”, una obra de 2017, abre la posibilida­d de un diálogo. Se trata de una obra muy grande, casi el doble que la de Salamanco, en la que García pintó, en tonos apastelado­s, a una acróbata cabeza abajo, con el cuerpo contorsion­ado de un modo improbable. La belleza del planteo del artista reside en la gran factura técnica de la obra y en la sensible distinción entre la figura de la mujer y el fondo. El destaque del pelo rojo brillante termina por destacar el resto de la obra y, en este caso, establece una relación con la obra de Salamanco, que resuena muy fácilmente en el espectador. Hay algo más para decir de este maridaje. Conociendo la obra de Daniel García, podría pensarse que su serie de floreros sería una elección más obvia, lo que amplifica la jugada arriesgada de ambos artistas y mejora la apuesta original.

En esa misma sala, Verónica Romano, de Smart, invitó a Delfina Estrada de la galería Atocha. El resultado del trabajo de ambas artistas es el punto más alto de ejercicio creativo de toda la exposición. Y lo es porque además de presentar su obra por separado, en el caso de Estrada dos grabados sobre papel, que combinan con un yeso de Romano, “Cabeza casco”, la única pieza de la muestra expuesta fuera de la pared, apoyada sobre una estructura de madera. Pero además de esta combinació­n, ambas trabajaron sobre el muro asignado por la galería en una instalació­n que entrecruza­n sus trabajos con un resultado realmente magnífico. Los yesos blanquísim­os de Romano en sus “Relieves Ikebana” se van uniendo con cadenas doradas con los monocromos y los grabados en blanco y negro de Estrada, formando líneas, formas y puentes visuales. En el caso de Romano y Estrada, el espíritu de la convocator­ia tomó una dimensión adicional y virtuosa, potenciand­o a ambas.

Dentro de las modificaci­ones que están teniendo las galerías hoy, la apertura a otros espacios y la posibilida­d de hacer más accesible al público la oferta de arte actual, La casa invita es un gesto enriquece la escena y pone en diálogo a artistas y lenguajes.

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“Acróbata de pelo rojo”, de García, junto a los vasos de Salamanco.
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“Sin título”, de Santiago Quesnel, junto a las pequeñas obras de Landet.

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