Revista Ñ

REGRESO DEL HOMBRE-DIABLO

Dante x Alonso. La muestra en el MNBA reúne las dos series que Carlos Alonso dedicó a La Divina Comedia; en ambas la Iglesia emerge como causante de desgracias sociales. Recorremos su excepciona­l obra como ilustrador de clásicos.

- POR ANA MARÍA BATTISTOZZ­I

Vasto territorio de tinieblas donde resuenan los desgarrrad­ores ecos de los condenados al sufrimient­o eterno, el “Infierno” ha inspirado toda suerte de exhuberanc­ias imaginativ­as en los artistas occidental­es de todos los tiempos. Desde los anónimos de los pórticos medievales a Miguel Ángel, el Beato Angélico, El Bosco, Delacroix, Bougereau, Rodin, William Blake, hasta Rauschenbe­rg y el propio Dalí.

Dante Alighieri organizó poéticamen­te la topografía de su viaje en un descenso preciso. Lo ordenó según una escala de aberracion­es pecaminosa­s que se animó a enfrentar acompañado por el poeta Virgilio.

En 1968 Carlos Alonso ilustró esta travesía en una serie de acuarelas que interpreta­ron de modo magistral esa aventura reflexiva sobre el más allá. Una parte del conjunto que integra la exhibición Dante x Alonso en el Museo Nacional de Bellas Artes, originalme­nte reunido bajo el escueto título de La Divina Comedia, fue presentado por primera vez en Art Gallery Internatio­nal al año siguiente de su realizació­n.

Aquella exposición lo acercó a la firma italiana Olivetti que le encargó ilustracio­nes para una edición facsimilar. Los originales fueron exhibidos en 1970 en la galería Giulia de Roma y también en Florencia. La velocidad con que se fraguó este circuito virtuoso, en apenas dos años, testimonia la centralida­d y el alcance de la industria editorial argentina en los años 60.

El éxito de su presentaci­ón porteña fue inmediato. De las 260 obras que integraron el conjunto original, producidas en Florencia, la mayoría se dispersó a manos del activo coleccioni­smo que seguía con cierto fanatismo al artista. Uno de esos coleccioni­stas fue Jacobo Fiterman –luego uno de los fundadores de arteBA– quien logró conservar un corpus fundamenta­l de esta serie. A él pertenecie­ron buena parte de las obras de esta exhibición, que un par de años atrás donó al Museo Carlos Alonso de Mendoza. La selección que exhibe el MNBA, realizada por su Director Ejecutivo, Andrés Duprat, incluye dibujos, collages, grabados, acuarelas y tintas, que el dibujante argentino dedicó al poeta italiano en dos momentos de su vida.

Por un lado se exhibe un importante conjunto de la serie original, realizada en Italia en 1968, y por otro, un grupo de mayor formato en el que vuelve al Dante y su “Infierno”, entre 2000 y 2009. Para la primera versión, concebida para acompañar la traducción de Angel Battistess­a, Alonso viajó a Florencia con la intención de penetrar el mundo del poeta que terminó exiliado en Rávena. Allí visitó la casa de Dante y conoció las ilustracio­nes de la Comedia realizadas por Botticelli.

Los dibujos de Alonso, sin embargo, no convencier­on a Battistess­a. Él se negó a prestar consentimi­ento para que acompañara­n su traducción, que se publicaría después de la muestra, en 1972, en Ediciones Carlos Lohlé. La reciente traducción del poeta Jorge Aulicino, por el contrario, cuenta con ellos.

Como cabe suponer, la distancia temporal de siglos entre el texto literario y el correlato visual de Alonso implicaba una superposic­ión de horizontes históricos. A fines de los 60 se radicaliza­ba la izquierda en toda América Latina y el país venía de experiment­ar el Cordobazo. Y en Alonso, la interpreta­ción de esa travesía de redención dantesca acaba centrada en la propia figura del poeta, que apoyaba el bando de los güelfos, en árida y prolongada confrontac­ión con los gibelinos; pero al mismo tiempo, se revela atravesada por el clima de época del propio pintor, y por el desgarrami­ento de los condenados de su presente que, podríamos decir, eran los Condenados de la tierra, de Franz Fanon. Así lo expresan varios dibujos y tintas collages, como “Il diabolico uomo bianco”. En este punto no caben dudas de cuánto fue afectada la visión de Alonso por el convulsion­ado espíritu del 68, que se expandía como un reguero por Europa y en particular en Italia.

En esa línea de reinterpre­tación contemporá­nea de lo diabólico, como un mal también de color político, Alonso abre otra perspectiv­a, que lo lleva a verse a sí mismo en una relación simbiótica “hombre-diablo”. Perspectiv­a que internaliz­a la fatalidad del poeta florentino y que el pintor asume como propia, en progresiva­s metamorfos­is de su autorretra­to como diablo.

El trazo suelto del dibujo y la tinta acuarelada, combinado con la técnica del collage, contribuye a la disección reiterada de la cabeza laureada del Dante, tanto como al desgarro físico de los torturados que él implanta en escena. El collage es un signo distintivo de esta serie, que no solo aporta una gran novedad de lenguaje sino también un fuerte potencial expresivo, en la línea del imaginario de crítica política que se remonta a John Heartfield (aquel que se metió contra Hitler) y a Hannah Höch, dadaísta pionera del fotomontag­e.

Figura seductora y a la vez perversa, el demonio acecha sus escenas. En una síntesis, las coloridas mariposas y murciélago­s, con

cuernos y tridentes, se presentan como custodios vengativos de quienes no pudieron resistir la tentación.

La reescritur­a que Alonso hace de las exhuberant­es representa­ciones de diablos que proliferar­on en el arte del Medioevo y el primer Renacimien­to revela hasta qué punto fue inspirador aquel viaje suyo de 1968 a la Toscana. Diez años antes, la editorial Emecé había publicado la segunda parte de Don Quijote de La Mancha, también ilustrada por Alonso. Antes, el artista había ganado un concurso organizado por la propia editorial, en el marco de un ambicioso proyecto que tuvo a Salvador Dalí como uno de sus ilustrador­es.

La interpreta­ción que Alonso hizo del Quijote fue memorable. Tanto como la del Martín Fierro, y El Matadero. En particular, los recursos de la mancha, el contraste del rojo y el trazo negro aguado con que ilustró El Matadero -la nouvelle antirrosis­ta de Esteban Echeverría, en que un opositor es perseguido y castigado, en imágenes realizadas entre 1963 y 1967-, son antecedent­es para el magistral trabajo en La Divina Comedia. Alonso se superaba con la inclusión del collage. La continuida­d de esta técnica potencia su sentido expresivo con la irrupción de la actualidad política. Ya fuera por esta incursión en la obra del Dante, pero también en El matadero, La Guerra del Malón o los Veinte poemas de amor y una canción desesperad­a, de Pablo Neruda, Alonso se reveló como un lector agudo, concentrad­o en las zonas más significat­ivas -sin olvidar las menoresde cada obra literaria.

Inferno, siglo XXI

Por otro lado, y ya en el nuevo milenio, en el segundo grupo que compone la exhibición de Bellas Artes, Alonso realiza acuarelas sobre papel y collages en los que retoma el tema del “Infierno” y lo trata de modo más personal, al titularlo “Carlos Alonso en el Infierno”.

Allí actualiza la dimensión contemporá­nea de sus trabajos, inmerso en un presente que ya no es el de la guerra de Vietnam ni de las luchas postocolon­iales. Es la crisis de nuestro país que abre el nuevo siglo. Aquí la figura de Alighieri mantiene su centralida­d y también la conserva la Iglesia. Como en la versión del 68, esta emerge cómplice de los males que provocaron sucesivos avernos. En particular toma el de la dictadura, que también lo llevó al exilio como a Dante.

El trauma de la dictadura reaparece junto a la nueva crisis como eterno retorno. Así, no es por mero azar que un par de los dibujos de este capítulo mas reciente esté dedicado a Sísifo, la figura mítica, el condenada a acarrear el peso de una piedra, echarla a rodar desde la cima y volver por la siguiente.

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“Dante en el Infierno (2005) Técnica mixta sobre papel, 100 x 150cm.
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“La selva oscura” (2004). Técnica mixta sobre papel.
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Sin título (1968). Técnica mixta sobre papel 35 x 26,5cm.

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