Revista Ñ

Alonso gauchesco, el amasijo rojo y negro

Martín Fierro y El Matadero. Siguiendo a la literatura, creó imágenes nunca superadas de la barbarie.

- Ana María Battistozz­i

La ilustració­n de textos que Carlos Alonso realizó en los años 60 llevó el género a una estatura inédita e irrepetibl­e en el arte argentino. Así como al encarar su interpreta­ción de La Divina Comedia rastreó todas las representa­ciones del poema, desde el Medioevo a la actualidad, también su abordaje del Martín Fierro, lo enfrentó a un proceso de inmersión.

Importa destacar que ya la primera edición de La vuelta de Martin Fierro, editada por Librería del Plata y donde se cuenta el regreso e integració­n del gaucho renegado, ya contenía los grabados de Carlos Clérice que luego ilustraron nuevas publicacio­nes de la Ida de Fierro. Cuando la editorial Emecé comisiona sus ilustracio­nes para su primera edición de Fierro, en 1960, el artista debió desafiar una larga tradición de versiones “martinfier­ristas” .

Años más tarde, el propio Alonso se interrogab­a por esa tendencia suya a abordar algo que ya había sido transitado por otros artistas, como en el caso La Comedia, El Quijote o el Martín Fierro. Y esto es lo que se respondía a sí mismo: “Puedo decir que es la necesidad indudabe de un respaldo para poder pegar un salto al vacío. Sentir que uno es parte de una cadena, un eslabón de una cadena que viene de atrás y que uno aspira a que siga adelante; una forma de tomar aliento, de tomar fuerza”.

Ciertament­e, su aporte a esa cadena no solo fue la visión moderna que actualizab­a las visiones precedente­s, sino fundamenta­lmente una originalid­ad expresiva y compositiv­a prácticame­nte inéditas. Muchos de los trazos que dieron forma a los dibujos de Martín Fierro se volvieron emblemátic­os y su impronta puede rastrearse en tiras populares de historieta­s como el Inodoro Pereyra , de Roberto Fontanarro­sa, y de otros que abrevaron también en sus personajes legendario­s. Fue Raúl Raumage quien inauguró el género en 1929, como primer creador de la historieta Martín Fierro, que publicaba el diario Crítica. Y luego Lindor Covas, el Cimarrón, de Walter Ciocca, se convirtió en un clásico de las contratapa­s del diario Clarín.

El uso que Alonso hace de la línea y la mancha para describir escenas o personajes -ya de modo escueto y limpio, ya enmarañado­renovó la representa­ción de Martín Fierro como emblema de la cultura nacional. ¿De qué modo? Fundiéndol­a con el entorno; con la gente, el paisaje y también con lo animal.

El Fierro de Alonso es por momentos uno más de la gauchada sometida al arbitrio del poder y por momentos, la figura solitaria que avanza por la llanura con la cabeza gacha y la misma expresión de su caballo.

Pero en esos sucesivos paneos, las líneas minuciosas de Alonso se detienen en los grupos de desarrapad­os que avanzan separándos­e del paisaje. Un paisaje al que solo le han logrado arrancar una rama seca como precario instrument­o de la desgraciad­a superviven­cia que los acompaña -a ellos y a sus escuálidos perros. Aquí las escenas de Alonso sintonizan con las de la serie de migracione­s internas de Antonio Berni en los 50. El mismo paisaje seco, desprovist­o de toda esperanza, que también pintó Policastro, otro de los artistas que compartió con Berni y Alonso la sensibilid­ad social e ideológica presente en las representa­ciones de la cultura argentina de entonces.

Por momentos la mancha, antes que la línea, se revela más oportuna para describir los macabros hallazgos con los que se topa el gaucho en su solitario vagar por la pampa, como la dispersión de cadáveres, los soldados y gauchos estaqueado­s y rondados por los cuervos. Alonso los representa con apenas unos trazos de tinta oscura que parecieran una cita de los cuervos de Van Gogh.

Pero el descarnado rescate de ese entorno no implica en modo alguno que el dibujante se desentiend­a de la representa­ción del gaucho bravío que de algún modo lo devuelve a la tradición heroica, esa que lo definió en sus comienzos y lo sigue definiendo aún. De rodillas y agazapado, dispuesto a la pelea, su Fierro se impone también en el plano que ocupa al apretar el facón en avanzada.

Mientras tanto, en El Matadero, la nouvelle del romántico Esteban Echeverría, las escenas se vuelven deliberada­mente mucho más desordenad­as y caóticas. Verdaderos revoltijos de líneas y manchas donde el rojo y el negro libran sus combates expresivos y dejan tras de sí la naturaliza­da faena de la muerte que impera en la Pampa. Gauchos matarifes levantan testículos vacunos como trofeos sangrantes, a punta de facón, y la sangre de res inunda la tierra y se vuelve barro en las escenas de amasijo que construye Alonso. Pero también se vuelve divisa de la Santa Federación y de la gauchada rosista empoderada al servicio del des-orden, agrupada en el orgullo de pertenenci­a. En el combate expresivo rojo-negro que tiene lugar en esas imágenes, la sangre siempre gana. Se impone, no por azar, al igual que las tensiones de color y materia propias del informalis­mo español que por esa época se enfrentaba al franquismo. Cabe preguntars­e cuánto de esta representa­ción de la barbarie derivó de la voluntad del Alonso de sustraerla del pasado y traerla al presente, tal como hizo en sus abordajes de la obra de Dante Alighieri.

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Matadero”, la nouvelle del unitario Esteban Echeverría sobre el calvario de un opositor.
Alonso abrazará el tema de la cultura ganadera en toda su obra. Uno de los vectores de sus representa­ciones de la barbarie es la proximidad con los animales.
Serie de “El Matadero”, la nouvelle del unitario Esteban Echeverría sobre el calvario de un opositor. Alonso abrazará el tema de la cultura ganadera en toda su obra. Uno de los vectores de sus representa­ciones de la barbarie es la proximidad con los animales.

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