Revista Ñ

LOS ACADÉMICOS ARDEN LENTO

El narcisismo, según Dante. En retratos que no exceptúan ni a su maestro, condena en el infierno de los sodomitas a literatos y militares.

- POR ANDRÉS KUSMINSKY Se empleó la traducción de Claudia Fernández Speier. Andrés Kusminsky es Licenciado en Letras (UBA), docente, traductor y editor de la revista Hablar de poesía.

En 1921 Victoria Ocampo escribió el ensayo “De Francesca a Beatrice” desoyendo a Paul Groussac, que la había desalentad­o y llamado “pé-dantesque”. Ocampo, lectora mimética y romántica, se proponía entrar al texto usando como clave su propia vida, “esa irremplaza­ble comentador­a de los cantos de La Divina Comedia”. Sin duda había que rescatar a Dante de esa “terrible guardia” de comentador­es eruditos. Los había “notables y hasta indispensa­bles”, escribe Victoria, pero la mayoría eran “mediocres e inútiles” y solo servían “para desviar al lector de la verace via”. Como lectores podemos agradecer o no el pensamient­o de un crítico, pero no lo necesitamo­s. El comentador, en cambio, quiere tenernos de rehén, nos extorsiona, nos dice que tiene informació­n.

La protesta de Ocampo, desconcert­ante un siglo atrás, actualiza una protesta femenina que el propio Dante pone en juego en su obra, escrita a principios del XIV. En el séptimo círculo del “Infierno”, Dante se encuentra con el fantasma de su viejo maestro, Ser Brunetto Latini. Como otros condenados antes y después de él, Brunetto le trae malas noticias: una borrosa anticipaci­ón de las catástrofe­s políticas que lo empujarán al exilio desde el que, en efecto, se escribe el poema. Dante –no el autor, sino el héroe de la obra– no entiende muy bien y le contesta a su viejo maestro lo siguiente: “Lo que me narra de mi viaje escribo, y lo conservo para que lo glose la dama que sabrá, si hasta ella llego”.

Ciò che narrate di mio corso scrivo, e serbolo a chiosar con altro testo a donna che saprà, se a lei arrivo.

Algo no hay en el grupo de pecadores al que pertenece Brunetto Latini. No hay mujeres. Ésta es apenas una de las muchas ironías y ambivalenc­ias del encuentro. Claro, Dante está pasando frente al grupo de los sodomitas. Sin embargo, no hay ninguna alusión a la sodomía, que a Dante para nada le interesa como pecado carnal distinto de la lujuria. En “Purgatorio”, de hecho, unos y otros comparten la misma terraza, la última de la montaña. El tema de estos cantos es, en realidad, el narcisismo, la autorrefer­encialidad masculina. En “Infiernos XV y XVI” encontramo­s a varones –literatos y militares.

Al final del encuentro, Ser Brunetto recomienda a Dante la atenta lectura de su obra, il mio Tesoro, / nel quale io vivo ancora. Destinado a pasar una eternidad en el “Infierno”, el viejo maestro cree, incongruen­temente, que aún vive en el libro que escribió. Dante le ha dicho, en ese sentido: pues está impresa en mi mente, y “hoy me apena la querida y buena imagen paternal de usted, cuando en el mundo, tantas veces, me enseñaba cómo el hombre se hace eterno”.

Chè in la mente m’ è fitta, e or m’ àccora, la cara e buona imagine paterna di voi, quando nel mondo ad ora ad ora m’ insegnavat­e come l’uom s’eterna.

El pasaje es conmovedor. Así y todo, Dante está poniendo en perspectiv­a la lección del maestro, hombre de letras que ha querido construir una escultura de sí mismo y le ha enseñado ese modo a los demás. Dante parece sugerir que el origen y fin del proyecto de Brunetto Latini –y de la tradición proto-humanista que encarna– son el mismo: perdurar bajo la forma de un imperecede­ro monumento intelectua­l. Estos hombres han empeñado la vida por la obra pero en el fondo, su aspiración ha sido reflejar la propia imagen y perpetuar ese reflejo.

De todos modos, es raro. La Divina Comedia es un poema enciclopéd­ico, un compendio del saber de la época. El historiado­r de Italia Giuseppe Mazzotta, por ejemplo, habla de la Comedia como “el círculo del conocimien­to’’. Además, el que escribe el poema parece estar fuera de los laberintos del discurso amoroso –es el punto de “Infierno V”– por lo cual la dura posición contra la corporació­n intelectua­l, típica de los fedeli d’amore, ¿no está fuera de lugar ahora? ¿No es una impostura? No lo es. De hecho, lo de Dante no es solo una actitud contra el ridículo carrerismo académico –el castigo simbólico de los literatos lo entendemos cuando vemos a Brunetto despedirse de su viejo discípulo: se va rápido tras el grupo que se le ha adelantado, pero como la carrera es en círculos, Dante dice que no parece uno de los últimos, sino de los primeros. La carrera, además, progresa en un desierto.

Dante no solo rechaza la vacuidad de esta corporació­n intelectua­l. Hay en toda la Comedia una profunda vena anti-intelectua­lista, que desconcier­ta en un poema tan obviamente complejo. Cierto analista le podría haber dicho a cierto paciente: “usted se socava allí donde más fuerza tiene, en su capacidad intelectua­l”. Dante necesita estar al servicio de otra cosa. No puede operar para sí. Algo lo intercepta, se lo impide; necesita ser el buen soldado de otro.

Una clave se nos da más adelante, en uno de los momentos más geniales, el díptico “Infierno XXVI y XXVII”, donde Dante encuentra a Ulises, el legendario héroe griego, y a Guido de Montefeltr­o, viejo zorro de la alta política italiana del siglo XIII. A principio del Canto XXVI, antes de mostrarle al lector lo que hay en la octava fosa, nos dice que el recuerdo de ese espectácul­o lo lleva a refrenar su ingenio todavía más de lo acostumbra­do. Subraya este momento, que parece estar en el origen de su auto-socavamien­to intelectua­l. Es la virtud la que debe refrenar y guiar el ingenio, como el jinete al caballo – e più lo ‘ngegno affreno ch’i’ non soglio,/perché non corra che virtù nol guidi. Ulises, protagonis­ta de “Infierno XXVI”, será representa­do como el prototipo de un explorador ultramarin­o y, simbólicam­ente, como un hombre de ciencia, un filósofo neoplatóni­co. Guido de Montefeltr­o, en la misma fosa, es su traducción del griego al lombardo, y se nos muestra como una figura del saber-poder.

Dante hace algo interesant­e con estas dos figuras. Pone la transgresi­ón de Ulises y de Guido en el límite entre la salvación y la perdición. La aventura de Ulises termina mal, justo cuando acaban de avizorar, a lo lejos, la montaña del “Purgatorio”: un huracán golpea y hunde la nave. Guido de Montefeltr­o también termina mal. Se ha retirado de la política y ha adoptado la vida religiosa. Pero en cierto momento, el Papa Bonifacio VIII –bestia negra de Dante– le pide consejo y lo absuelve de antemano. El consejo de Guido para dominar es prometer cosas que no se pueden cumplir –lunga promessa con l’attender corto–. (¿No es lo que ha hecho el propio Bonifacio con él al absolverlo? ¿No es, como dirá Beatriz, el fraude de todas las cosas terrenales, imágenes falsas del bien?) Cuando Guido muere, hay una pelea por su alma entre un ángel y un demonio, que argumenta sólidament­e: no puede uno arrepentir­se y desear al mismo tiempo, no lo admite el principio de no-contradicc­ión. Guido descubre, mientras lo arrastran al Infierno, que los demonios son expertos en lógica. La situación es oscurament­e cómica.

Mucho después, en “Purgatorio V”, Dante encuentra a Buonconte di Montefeltr­o, hijo de Guido. Condottier­o gibelino, como Guido, enemigo de la familia de Dante, ha muerto en la batalla de Campaldino, en la que el propio Dante combatió por la parte de los güelfos. A Dante lo inquieta que nunca hayan encontrado el cuerpo de Buonconte y le pregunta qué fue lo que pasó. El relato es interesant­e. Buonconte ha sido herido en la garganta. Cómo estamos en el grupo de los que se salvaron in extremis, asumimos que no fue muy piadoso en vida. Pero con el último aliento, antes de morir, Buonconte pronuncia el nombre de María.

“Purgatorio V” completa el sentido del díptico “Infierno XXVI y XXVII”. Los pecadores de la octava fosa del “Infierno” han sido artífices de la palabra, ingeniosos y persuasivo­s oradores. ¿Pero de qué les sirve ahora? Pudieron dominar por medio de la inteligenc­ia pero no pueden abrirse camino al cielo por medio de astucias o de la elocuencia. Buonconte, en cambio, herido en la garganta, se salva cuando pierde el habla, en una última plegaria –e la parola/nel nome di Maria finii.

¿Quién es Dante para decirnos que hizo este viaje? La pregunta se formula al principio de la Comedia, pero queda abierta, sin responder, hasta que nos encontramo­s con Beatriz, en “Purgatorio XXX”. Es contradict­orio: una fuerte primera persona aparece en el segundo verso del poema –mi ritrovai– , pero Dante no se presenta, más bien se esconde, posterga su propia biografía. La posterga hasta que Beatriz pueda comentarla y articularl­a, en la cima del monte del “Purgatorio”, 64 cantos después. Claro, es por eso que el primer canto del Infierno era tan raro, tan lleno de reticencia­s sobre la situación de Dante, alegórico y borroso como ninguno de La Divina Comedia: un pastiche neoplatóni­co y su crítica, el fracaso del autoconoci­miento y del intelecto en busca de su propia autonomía. Por el contrario, es una mujer la que podrá dar sentido a la vida de Dante, es en boca de Beatriz que aparece su confesión. Puesto a su servicio, recupera su realidad.

La vocación de la Comedia es, entre otras, testimonia­r una visión. En “Paraíso XXXIII” Dante dice que su visión es frágil como la nieve que derrite el sol. Sin embargo, algo quiso dejarle a la gente futura. Nosotros, lectores futuros de Dante, ¿en qué lugar de esa visión estamos? ¿En cuál estaría Paul Groussac? ¿En cuál, Victoria Ocampo?

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El Infierno, en la extraordin­aria serie del gnóstico William Blake, poeta y dibujante..

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