GEOPOLÍTICA DEL PSICOANÁLISIS
Conferencia de Livio Boni. El renombrado especialista en psicología nacido en Roma y afincado en Francia comparte en exclusiva con Ñ una disertación sobre el inconsciente post-colonial, el tema eje de su obra.
Es muy común unir los dos órdenes del discurso “historia y geografía” del psicoanálisis como si se tratara de disciplinas complementarias, como si fueran una única “materia”... Sin embargo es posible ver las cosas de otro modo, y considerar la perspectiva histórica y la perspectiva geográfica como, si no alternativas la una respecto de la otra, al menos en tensión. Como si se tratara de dos polaridades discursivas que constituyen un campo de fuerzas y de tensiones internas. La primacía de la historia ha sido objeto de innumerables críticas y refutaciones en el pensamiento del siglo XX, y a menudo tales críticas han tomado la forma de una valorización del elemento geográfico, espacial, topográfico, cartográfico…
Todos estos términos no son equivalentes entre sí, pero tienen en común el hecho de señalar un cuestionamiento tentativo de la primacía filosófica de la historia, (justamente en el siglo XIX) o de reformularla fuertemente, tentativa de la que han participado corrientes de pensamiento muy diversas entre sí, desde Walter Benjamin hasta el surrealismo, desde el estructuralismo hasta el postmodernismo, incluyendo el marxismo contemporáneo, en el que por ejemplo un autor influyente como David Harvey ha formulado la noción, muy interesante, de “materialismo histórico geográfico” para sugerir justamente una revaluación del aspecto espacial –“spatial fix” del capital– y además la idea de que es preciso interesarse en los modos de espacialización del capital en el mundo contemporáneo, en contextos geopolíticos que parecen muy diversos, pero que son regidos por lógicas similares (por ejemplo la urbanización, la valorización inmobiliaria y la gentrificación son fenómenos globales, que interesan a los cinco continentes, atravesando diferencias históricas y culturales).
El psicoanálisis está sin duda fundamentalmente implicado en este vasto cuestionamiento y reforma de la filosofía de la historia centrada en la idea de la inteligibilidad de un proceso histórico más o menos totalizante y coherente. Aludo a este contexto general para indicar que, si debiera designar el intento más general y abstracto del inconsciente post-colonial diría que, antes que mostrar una historia diferente, o menor, del psicoanálisis, afuera o en las márgenes del mundo europeo, se trata ante todo de romper, aunque parcialmente, con la representación dominante de la historia del psicoanálisis mismo en tanto que, justamente, un proceso más o menos unívoco de occidentalización.
Es indudable que así se representa habitualmente su devenir histórico. Nacido en el corazón de la Mitteleuropa judeo alemana, el psicoanálisis se habría abrazado progresivamente al oeste. El advenimiento del estalinismo y del nazismo en el curso de los años treinta habrían dado después un impulso decisivo a este destino de occidentalización del freudismo que sin embargo ya había iniciado su proceso, en el que la diáspora de la intelligentsia judía de la Europa central hacia Gran Bretaña y Estados Unidos tiende a coincidir con cierto imaginario colonial, traicionado justamente por la identificación de Freud con Cristóbal Colón, la metáfora de la conquista de un continente desconocido, o de aquella, recurrente, de los “pioneros” del psicoanálisis, para designar la primera generación de analistas.
Sin excepciones en América Latina
Tampoco la amplia y profunda penetración del psicoanálisis en América Latina escapa a esta representación geopolítica occidentalista. Muchos son los lacanianos en la Argentina o en México, por ejemplo, que conciben el lacanismo como una forma de resistencia cultural al imperialismo americano… ¡Y por qué no! Salvo que, de este modo, se inscribe al psicoanálisis en una historia centrada en la occidentalización, en su americanización, aunque fuera para resistirlo, sin plantear la cuestión de su eventual “heterotopía”, ni de lo que pueda pasar, por ejemplo, cuando hace el tránsito del mundo europeo al mundo post-colonial.
Esta presentación querría ser una contribución a la tentativa de refutación de esta narración casi “espontánea”, buscando abrir una perspectiva hacia el Sur y hacia el Este, ¡en lugar de mirar siempre al Oeste! Ha sido realmente un poco en estos términos que me he representado las cosas, dándome como hilo rojo metodológico el volcarme hacia los casos, no numerosísimos pero significativos, en que el psicoanálisis ha tomado otras rutas, fuera del mundo europeo, hacia el Sur y el Este, justamente: India, Madagascar y Algeria…
Apostar por un tropismo geográfico meridional-oriental contra la gran narración del psicoanálisis como conquista del Oeste, esto sería en efecto un modo de presentar mi abordaje. Pero se podría decir las cosas de otra manera, tal vez más simple y concreta: interesarse por las incursiones y trasplantes críticos del psicoanálisis en el mundo colonial y su contribución a la cuestión de la descolonización.
Es cierto que el psicoanálisis no se encuentra directamente confrontado por una cuestión similar en su origen. Será necesario en efecto esperar que eche raíces primero en Francia y en Gran Bretaña, las grandes naciones del colonialismo moderno, para ver si en alguna medida será capaz de interceptar la cuestión colonial, y en cuáles términos. Dicho esto, no es mi intención repetir el contenido de mi ensayo, lo que sería tedioso tanto para mí como para los que ya lo han leído.
En cambio, querría intentar algunas variaciones sobre el tema y prolongar un poco lo ya elaborado.
Antes que nada observar que los tres autores principales que decidí investigar –el indio Girindrasekhar Boese, el francés Octave Mannoni y el franco-martiniqués Frantz Fanon– precursores del psicoanálisis post-colonial, han vivido, intelectual
mente y subjetivamente, en una condición de co-pertenencia, y a veces de división íntima, entre al menos dos mundos, el mundo del colonizador y el mundo colonizado.
Esto es evidente en Fanon, que lo convertirá en un tema explícito, sobre todo en Piel negra, máscaras blancas, pero también vale para Octave Mannoni, que había pasado, al momento en que empieza a escribir Psicología de la colonización, en la segunda posguerra, más de veinte años en el mundo colonial, entre Martinica, la Reunión y Madagascar, en calidad de profesor de filosofía, y había sido profundamente marcado por un cierto tipo de mentalidad colonial progresista, cuya huella es todavía muy fuerte en su primer libro, Psicología de la colonización, que lo recuerdo de paso, representa una verdadera transición, personal, intelectual y política, del mundo colonial al mundo post-colonial, pero que, a pesar de sus intuiciones geniales e innovadoras, todavía tiene el lastre de un cierto “etnografismo” (Fanon), de la literatura jesuítica, y hasta de una cierta tradición de la “psicología de los pueblos”, y, más generalmente, de una posición de surplomp y de observación objetivante de la “psicología malgache”.
Estar en situación
Junto a estas incrustaciones de la ciencia positivista colonial, sin embargo, el libro se distingue por su estar en situación… No solo porque la noción de “situación colonial” está explícitamente tematizada (y en parte debilitada por la lectura, justamente un poco etnográfica, del encuentro entre el complejo de inferioridad europeo y el complejo de dependencia malache), sino en tanto se desliza progresivamente hacia el problema de la psicología del colonizador. La descolonización se convierte en un problema común, incluso en un problema a tratar sobre todo por el lado del colonizador.
En efecto, Mannoni escribe al final de la introducción de su libro de 1950 (pero se trata de un párrafo agregado en la primera edición
inglesa de 1956):
“Pero, en realidad, cuando escribía este libro, el análisis psicológico estaba situado de otro modo: no se trataba tanto de profundizar la psicología de los sujetos observados, que en el fondo ya no era más tan oscura, sino más bien la del observador mismo. Con frecuencia tuve ocasión de constatar, por ejemplo, la penetración y la justeza con la que algunos viejos colonos me explicaban el comportamiento de los indígenas. Pero, cuando por alguna razón me mostraba sorprendido, me respondían inmediatamente que los indígenas eran impenetrables y así lo habrían sido siempre. De a poco me di cuenta que los colonos no aceptaban de buen grado la comprensión que tenían de los indígenas, y que, en realidad, lo más difícil no es tanto que los hombres se comprendan entre sí, por más profundas que sean las diferencias, sino que quieran comprenderse, entendiendo ‘querer’ en un cierto sentido, como si la dificultad de reconocerse en todos los hombres no fuera diferente de aquella de aceptarse enteramente a sí mismos. Es por esta razón que la auto-comprensión del observador terminaba por preocuparme, como si fuera una precondición necesaria a toda investigación posible en este campo”.
Pasaje bastante extraordinario, que sintetiza las grandes líneas de la concepción mannoniana de la situación colonial:
1) No se reduce a una dominación política, militar o económica. 2) ¿En qué consiste este tipo de “satisfacción psicológica extremadamente peligrosa”? 3) Cuidado con confundir el razonamiento mannoniano con una suerte de recuperación de la idea jungiana del Yo-sombra. 4) Al final, la situación colonial se le aparece a Mannoni como un enorme “malentendido”. 5) Esta tragicomedia de equívocos está destinada a resolverse traumáticamente