Revista Ñ

La hija desobedien­te del represor

Entrevista. La psicóloga Analía Kalinec recupera en su libro la toma de conciencia sobre su padre y el precio de ser expulsada de su familia por eso.

- POR FLORENCIA BORRILLI

Analía Kalinec creció en el seno de una familia de clase media donde las cosas eran como debían ser: su padre, Eduardo Kalinec, trabajaba fuera de casa largas horas y Ángela Marta Fava, la mamá, cuidaba de sus cuatro hijas. Tal vez, eso sí, el empleo del papá fuera algo singular: policía, torturador y genocida durante la última dictadura militar. “Pienso en qué es lo que hace que hoy él no se arrepienta, que hoy se enoje conmigo, que hoy me ataque y no pueda primar la condición de padre frente a esa ideología tan reacia y obtusa”, dice a Ñ cuando empieza a hablar sobre su libro Llevaré su nombre: la hija desobedien­te de un genocida (Marea).

La idea del libro, lo narra en esas páginas y en esta entrevista, apareció cuando ella se convirtió en madre: quería legar una historia familiar a sus hijos, de manera que comenzó a tomar apuntes: su primer beso con Luis, el embarazo, los estudios en la facultad de Psicología, las preguntas incómodas a sus padres... De ese diario nace un texto que retrata la transforma­ción de la intimidad de esa familia, un universo endogámico y privado, en una reflexión pública y de libertad. Dice por videollama­da a Ñ, que su intención es tocar los pensamient­os de otros como ella, interpelar a las personas con historias de vida parecidas y que puedan cuestionar los hechos. Para eso, fundó una asociación que recorre el mundo con un mandato: la desobedien­cia.

–¿Cómo es la relación con tu padre?

–Siento tristeza. Pienso en el por qué, qué es lo que hace que hoy él no se arrepienta, que hoy se enoje conmigo, que hoy me ataque y no pueda primar la condición de padre frente a esa ideología tan reacia y obtusa. Me ubica en el lado de la enemiga y eso sobrepasa la condición de padre. Eso me genera intriga. Esta cuestión que tienen ellos de culpar al otro, de quitarse responsabi­lidad, de demonizar. No solo cometen los crímenes, sino que niegan que los hayan cometido. Hay una negación del otro, de los desapareci­dos, de los nacidos en cautiverio.

–¿Qué sentiste cuando entendiste lo que había pasado?

–Al organizarn­os en Historias desobedien­tes siento responsabi­lidad. Es un movimiento que trasciende fronteras, que se internacio­naliza. Se conformaro­n grupos en Chile y en Brasil y en diciembre haremos un llamado a la desobedien­cia en Paraguay. A su vez, estamos en contacto con descendien­tes de nazis en Alemania y sabemos que hay otros en España. Todo este movimiento es apenas la punta de un iceberg de una población altísima. Los genocidas estuvieron en todo el mundo. El involucram­iento de las personas fue muy alto para llevar adelante estas prácticas. Historias desobedien­tes indaga en un campo de estudio que aún no ha sido recorrido. ¿Cuáles son las consecuenc­ias de estos crímenes al interior de las propias familias de represores y cómo podemos influir para que estas prácticas no se sigan reproducie­ndo?

–¿Qué es un llamado a la desobedien­cia? –Es llevar nuestras historias para que otros hijos y familiares se sientan interpelad­os, se acerquen y cuenten sus historias. En Chile convocamos un llamado a la desobedien­cia a los carabinero­s. Hay que poner en contexto familiar al represor o genocida.

–Tu padre te declaró hija indigna y te desheredó, ¿cómo elaboraste esa sentencia?

–Es una sensación de injusticia, aunque primero aparece la angustia cuando el abogado me cuenta por teléfono que me llegó una demanda de parte de mi papá y mis hermanas. Después salí a defenderme, por eso estoy estudiando Derecho, porque no me alcanza con lo que me diga el abogado, necesito más herramient­as. Lo vivo con angustia.

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Marea 336 págs. $ 1.390
Analía Kalinec fue demandada por su padre ante la justicia. Marea 336 págs. $ 1.390

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