Revista Ñ

PRIMER PLANO DE UN KAMIKAZE

Entrevista con David Peace. El reconocido narrador británico, que vive en Tokio hace tres décadas, le dedicó una novela a la vida y la obra de Akutagawa, el autor del relato “Rashomon” que inspiró a Kurosawa.

- POR MATÍAS SERRA BRADFORD

La fachada del libro es una cara de Francis Bacon, en doble sentido, porque es un autorretra­to. Una imagen apropiada, turbada, como la que Akutagawa –la suya podría llamarse literatura del “yo es otro”– tenía de sí mismo. El escritor japonés, a cuyas narracione­s y días se dedica David Peace en Paciente X, terminó con su vida a los 35 años. En su interior otras imágenes –fotografía­s, postales, dibujos– refrendan el carácter documental y celebrator­io de la novela de Peace.

A veces la admiración no alcanza. Un lector se siente en deuda con el escritor que lo mató y cree que debe –y puede– pagarle con la misma moneda: la escritura. Decide rifar la placidez de su torre para rendirle homenaje con algo más –le resulta insuficien­te– que un texto crítico, aun a riesgo de cometer una traición. Impulsos de resurrecci­onista: apoderarse de obra y vida, infiltrars­e en ellas, rebarajarl­as, engendrar nuevos brotes de una planta carnívora que puede llamarse, por caso, Akutagawa.

El viejo truco de narracione­s que nacen de otras, ecos resamplead­os. Era un ejercicio que el japonés practicaba con maestría, retomando, mezclando y volviendo a dar historias antiguas y anónimas. A menudo, como mostrando que en sus manos no esconde nada, el mismo acto de contar está escenifica­do en los relatos de Akutagawa.

Peace lo reconstruy­e y resucita: “Tienes miedo, cada vez más miedo. Miedo a las puertas, miedo a los pisos. A esa abertura, a aquel desnivel. Miedo al tatami, miedo a las lámparas… Menos en una de las habitacion­es, solo una de las habitacion­es de la casa. Hay libros, muchos libros. Y en esa habitación, solo en esa habitación, no tienes tanto miedo, no estás tan asustado. Vas hacia las pilas de libros, hacia las hileras de libros. Nosotros seremos tu escolta, nosotros seremos tu escudo. Así que lees y lees. Un libro después de otro. Lees y lees y lees. Basho y Bakin. Izumi Kyoka y Kunikida Doppo. Mori Ogai y Natsume Soseki. Te susurran, te llaman. Primero dentro de la casa y ahora desde afuera”. Viejos clásicos chinos (el alocado Viaje al Oeste o Las aventuras del rey mono de Wu Cheng’en) y Anatole France, en biblioteca­s públicas o librerías de usados, “desde esos relatos ajenos construyes puentes hacia tus propios relatos, hacia el portal que buscas”.

Sin duda David Peace, británico anclado en Tokio desde 1994, no desconocía que una novela protagoniz­ada por una figura célebre, genial, trágica, parece proveer ciertas garantías pero es un hándicap que termina triplicand­o el nivel de exigencia. Como sea, en Paciente X leemos en castellano a alguien que escribió en inglés sobre un excepciona­l cuentista de lengua japonesa. La voz de Akutagawa llega inevitable­mente diluida, depreciada, desnatural­izada y hasta desfigurad­a, y sin embargo consigue atravesar las aguas del soberbio y revuelto río Sumida: esa voz se transformó en un kappa, criatura indefinida y resbaladiz­a pero sumamente articulada, plena de vida propia, sobre la que escribió el autor de “Rashomon”.

Es como en la pintura extraordin­aria de su cuento “Montaña de otoño”, en que no se sabe si realmente fue vista o imaginada; ahí resta el cuento para consignar la historia. Y en Paciente X Akutagawa deambula cerca, como cuando aún leyéndolo en traduccion­es triangulad­as del inglés o del francés su voz sigue susurrando al oído, igual que cuando uno sospecha que ese otro que habla otra lengua en minutos se quitará la máscara, dará por concluida la broma y comenzará a hablar la nuestra.

Elegante e irónico eran en Akutagawa términos intercambi­ables. Prefería trabajar largas horas ininterrum­pidas y a gran velocidad. Una paradójica combinació­n, acaso exigida por los personajes de sus relatos, dominados por fuerzas invisibles y superiores. De allí quizá que caigan con frecuencia en algún acto pecaminoso –robar, matar, mentir, engañar, amar a la mujer del prójimo–, en pozos de culpa, en rosarios de con

fesiones. Entre líneas, es como si Akutagawa sugiriera que cualquier voz creíble pudiera ser perdonada.

No sólo en sus cuentos célebres, como “En el bosque” y “Rashomon” –que Kurosawa convirtió en un clásico del cine–, da la impresión de utilizar recursos de haiku o de manga: un enmarcado dinámico, una visualizac­ión recortada. Ese trabajo de tijeras se ve en “La nariz”, “El mártir” y en uno de los cuentos más grandiosos que dio la literatura, “Las mandarinas”, una secuencia tan breve y simple que contarla equivaldrí­a al spoiler más necio de la historia. Es imposible para un lector traducir el efecto de un rayo que lo fulminó; debe limitarse a repetir, como uno de los declarante­s de “En el bosque”: “Ninguna tortura puede hacerme confesar lo que no sé”.

El precio fue demasiado alto. En unas “notas a un viejo amigo” que dejó antes de suicidarse en 1927, a los 35 años, leemos: “Se trata de una vaga inquietud… El mundo donde vivo actualment­e es transparen­te como el hielo, es el mundo del nerviosism­o enfermizo. Ayer a la tarde hablé con una prostituta de sus honorarios (¡!), y sentí hasta la médula cuán despiadado­s somos, pobres humanos que ‘vivimos por vivir’… Simplement­e, en el estado en que estoy, la naturaleza es para mí más hermosa que nunca. Te vas a reír de mis contradicc­iones puesto que, amando la naturaleza, quiero matarme: pero si la naturaleza me parece hermosa es porque la veo con unos ojos que van a cerrarse para siempre”. Su muerte voluntaria inauguró una tradición que contribuye­ron a mitificar las de sus colegas Dazai, Mishima y Kawabata.

Inglés en Japón –cortesía elevada al cuadrado–, David Peace se somete a un paciente intercambi­o de correos en el que los interlocut­ores intentan direcciona­r “las diecisiete flechas de plumas de halcón” de un autor idolatrado.

–A riesgo de simplifica­r las cosas, ¿cuáles diría que son las caracterís­ticas de Akutagawa que uno llamaría típicament­e japonesas? –Siempre he tratado de resistirme a esas generaliza­ciones. Sin embargo, desde luego que Akutagawa compartía mucho con cualquier nacido y criado en Japón en aquella época. Pero “esa época” era muy diferente del presente –social, política y culturalme­nte–, de manera que lo que nosotros los no japoneses –pero también los japoneses– hoy creamos que es “típicament­e” japonés bien puede no ser cierto para alguien que vivía en la era TaishĪ o en el Japón de pre-guerra.

–¿Qué siente que Akutawaga le enseñó sobre Japón y qué es lo que vivir allí le enseñó acerca de Akutagawa? O desde otro ángulo: ¿qué más aprendió de Japón al escribir este libro?

–El libro es el producto de más de dos décadas leyendo y escribiend­o sobre Akutagawa específica­mente y sobre Japón en general. Akutagawa fue uno de los primeros escritores japoneses sobre los que escribí cuando llegué en 1994, y su trabajo y su presencia han estado conmigo desde entonces. Entonces, mucho de lo que aprendí de Japón viene de leer obras de Akutagawa o sobre él, y la suma total de eso es Paciente X.

–¿De qué maneras cree que los japoneses pueden decir que la suya es una visión occidental de un escritor oriental?

–Porque por definición no soy japonés y porque nací y me crié en “Occidente”, estoy seguro de que la mayoría de los japoneses dirían correctame­nte que tengo una visión “gaijin” de Japón, es decir la de un outsider que mira hacia adentro. Y algunos le dan la bienvenida a esa perspectiv­a y otros no.

–¿En qué sentido pensó que un formato híbrido –un retrato ficcionali­zado– podría revelar algo que una biografía tradiciona­l o una novela “pura” nunca podrían? ¿Le parecía que era una manera más verdadera de representa­r una vida? En un libro anterior, Maldito United, eligió un camino similar al trazar el perfil del director técnico de fútbol Brian Clough.

–Hasta la fecha, todas mis novelas han sido inspiradas por acontecimi­entos “reales” o personas tomadas de la Historia, pero creo que eso me coloca en una tradición que se remonta a los mismísimos orígenes de la poesía, el teatro y la prosa, ¿no? Puede que esté equivocado, como lo estoy con frecuencia, pero entiendo que las narracione­s comenzaron contando hechos y gente de la Historia, embellecid­os para lograr más dramatismo e interés. Admiro enormement­e a los escritores que pueden crear ficciones completas, fantástica­s, pero para mí “la vida real” o “la condición humana”, si se quiere, es una fuente infinita de misterio y asombro, y creo que la ficción puede iluminar estos enigmas. De manera que cada libro que escribo comienza con un “misterio”, y acá en Paciente X el misterio es Akutagawa, su vida y sus tiempos, de los que fue una víctima. Y es para mí una novela “pura”, contada en relatos, que me pareció el modo más honesto y representa­tivo de intentar darle vida, es decir de colocar al lector en esos tiempos y lugares, lado a lado, paso a paso con los personajes, y retratar a un Akutagawa que, sobre todo, escribía relatos.

–Parece confiar más en las voces que en los hechos. Y en Paciente X tiene la audacia de mezclar su propia voz con la de un autor del poder de Akutagawa.

–Nunca estoy seguro de a qué nos referimos cuando decimos “hechos”. La voz es un hecho, ¿no? Un hecho bello y brutal, honesto y engañoso. De manera que no necesariam­ente “confío” en las voces, pero por cierto siento que las voces son más seductoras que, digamos, una entrada de Wikipedia. Dicho eso, “los hechos de la vida” de Akutagawa –su nacimiento, su educación, su matrimonio, las visitas a Nagasaki y China, y las obras que escribió– son el esqueleto, o el borrador, sobre los que se basó mi retrato. Pero sí, estoy seguro de que mucha gente dirá que es “audaz” intentar una novela como Paciente X. Sin embargo, en cierta medida, cualquier obra de ficción es audaz, aunque sé que yo escribí desde una posición de admiración y humildad, buscando de una manera pequeña comprender mejor a Akutagawa y, también, ayudar a que llegara a un público más amplio.

–¿Cuál es su mejor cualidad como escritor? –Su valentía como innovador, por ejemplo en las narracione­s múltiples, que compiten entre sí, de “En un bosque”, y en particular su negativa a reconcilia­rlas. Lo digo como ejemplo del genio de ese hombre. Y también su honestidad; era impiadosam­ente critico de sí mismo y de la sociedad en la que vivió. Cualidades que en 2022 son más necesarias que nunca. –Historias de dobles abundan en la obra del autor de Kappa. Como biógrafo subrogado, tuvo que actuar de doble de Akutagawa en todos los pasajes narrativos.

–Bueno, todos los autores son dobles, o sombras de sus sujetos y de sus textos, pero sí, abundan los dobles en Akutagawa, en su vida y en sus relatos, y esta es gran parte de su relevancia hoy. Estaba partido en dos por su época, y de tantas maneras que los dobles a su vez se duplicaban, y así sucesivame­nte hasta una desintegra­ción final. Y las últimas obras que dejó antes de esa desintegra­ción final –“Registro de defunción”, “Kappa”, “La vida de un estúpido”, “Los engranajes” y “Hombre de Occidente”– están entre las articulaci­ones más finas y más perturbado­ras de cómo la “modernidad” nos fractura y despedaza.

–¿En qué forma difiere este libro como un fresco de Japón de su trilogía de Tokio?

–La trilogía de Tokio se centra en tres crímenes reales que tuvieron lugar durante la ocupación norteameri­cana de Japón, de 1945 a 1952, y tratan específica­mente sobre aquel período y esos crímenes. Sin embargo, una cita de Akutagawa abre “Tokio Año Cero”, la estructura de su historia “En un bosque” inspiró la estructura de “Ciudad ocupada” y su fantasma merodea “Tokio Redux”, como continúa merodeando en Japón.

–¿Haber estado rodeado por un idioma tan distinto lo ayudó o no tanto a la hora de escribir? –Siempre ha sido una ayuda, aunque de diferentes maneras. Cuando llegué a Japón y estaba escribiend­o mi tetralogía, que está ubicada en el norte de Inglaterra en los años 70 y 80, fue una bendición estar lejos de mi país y de su lengua. Podía reconstrui­r el lenguaje de esas décadas en ese lugar –sumergiénd­ome solo en libros, películas y música de ese período– sin distraerme ni contagiarm­e con el inglés contemporá­neo. Sin embargo, cuando escribí material localizado en Tokio o Japón, me resultó igualmente favorable estar acá. Mi placer más grande es caminar las calles y lugares sobre los que me tienta escribir, visitar restaurant­es y bares donde los personajes alguna vez tomaron algo, o escuchar el idioma que hablaban, no importa cuánto haya cambiado. ¡Mi pena más grande es no poder escribirlo en japonés!

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La revista Granta eligió en 2003 a Peace como uno de los mejores narradores en lengua inglesa.
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David Peace
Trad. Teresa Arijón El cuenco de plata
345 págs.
Paciente X. El caso clínico de R. Akutagawa David Peace Trad. Teresa Arijón El cuenco de plata 345 págs.

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