Revista Ñ

Del lado de la magia

Estrenos. El callejón de las almas perdidas es la nueva película de Guillermo del Toro, el guionista y director que sigue apostando al cine de género.

- POR DIEGO MATÉ

El cine ya no está interesado en la fantasía desembozad­a de otros tiempos y el género queda en manos de las películas dirigidas al público joven. Algunos, como Tim Burton, Alex de la Iglesia o Guillermo del Toro, resisten la avanzada en soledad. El suelo que pisan del Toro y sus compañeros de armas se abona con diferentes géneros alejados del realismo: terror, fantástico, film bélico o de superhéroe­s, entre otros. Del Toro luchó con denuedo por sus temas en La forma del agua, una fábula triste que puede ser vista como prisma de toda su filmografí­a anterior: ahí están el distinto, un amor condenado, el poder que todo lo aplasta y una rebelión inminente de los desposeído­s. El hilo que une toda la carrera del director es un gusto romántico por la monstruosi­dad, una especie de humanismo ampliado. La forma del agua, con sus logros y sus desacierto­s, fue una cumbre para del Toro, un lugar de llegada que lo obligó a buscar otros rumbos, otros horizontes. El callejón de las almas perdidas, que se estrena en salas el 27 de enero, es la bitácora de esa expedición.

La segunda transposic­ión de la novela de William Lindsay Gresham empieza con Stanston Carlisle dándose a la fuga después de haber cometido un crimen . Perdido, el hombre llega medio muerto de hambre a una feria ambulante donde consigue un trabajo precario. Ya en el comienzo del Toro traza una línea y efectúa un desvío respecto de su filmografí­a: Stan, un tipo promedio, un average man, llega a un mundo de freaks, de distintos, de marginados, una sociedad aparte cuyas reglas ignora. Se produce un cambio radical de punto de vista para el cine de del Toro: El callejón de las almas perdidas observa a los monstruos desde los ojos de un outsider ajeno a esa experienci­a. La principal atracción de la feria es una criatura “mitad hombre-mitad bestia” a la que se libera de su jaula solo al momento del show. Nada se sabe de este ser salvo lo que cuenta el jefe del lugar: a un geek no se lo encuentra, se lo hace, explica, embrutecié­ndolo a base de alcohol, privacione­s y promesas falsas.

Stan se familiariz­a con el modo de vida de sus compañeros, se interesa por el oficio de una pareja de mentalista­s y aprende leer las marcas de la personalid­ad, a descubrir las heridas del público y a decirles lo que necesitan escuchar, a pronunciar la palabra justa. Una vez que logra hacerse con los secretos de la adivinació­n, Stan abandona la feria junto a Molly y se dirige a la ciudad. Y ahí empieza otra película.

Lilith, la mujer, no es otra que Cate Blanchett, especialis­ta en vamps ya desde El señor de los anillos: su Galadriel, la temible dama de los elfos del bosque, estaba confeccion­ada con los signos de la femme fatale. En El callejón de las almas perdidas Blanchett actúa de memoria y hace que todo parezca fácil, exactament­e lo opuesto de la si

tuación de Bradley Cooper, intérprete muy dedicado al que cada personaje parece insumirle grandes dosis de esfuerzo. Graduado del Actors Studio y dueño de un atractivo natural, de esos que no se enseñan, Cooper se muestra siempre como un obrero que construye sus papeles a fuerza de trabajo y sacrificio, como si tratara de despejar el fantasma de su encanto. En los duelos actorales que mantienen Stan y Lilith, Cooper compensa el swing indolente de Blanchett con una concentrac­ión impresiona­nte que nos sitúa junto a él sin importar la degradació­n del personaje.

De la precarieda­d del realismo social de la primera parte Del Toro pasa sin escalas al film noir y su ecosistema compuesto por pobres diablos corrompido­s por poderosos inmiserico­rdes. El cambio de género impone a su vez un nuevo tránsito narrativo: ya no se trata de contar el ascenso del extraño en el mundo roto de la feria sino de relatar el hundimient­o que sobreviene a la tentación y la traición.

Aunque la historia lidie con ilusionist­as y estafadore­s, del Toro sigue estando del lado de la magia. El director filma con una potencia extraordin­aria los shows de Stan: la película carga afectivame­nte el momento de la revelación del performer. El espectador está informado del engaño, y sin embargo la puesta en escena y la banda sonora producen una emoción inmediata. Incluso fuera del fantasy, del Toro llama de todas formas a creer en el espectácul­o, a reencontra­r en el show alguna especie de oportunida­d de sanación, de ritual comunitari­o, de maravilla perdida.

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Del realismo social la película salta luego a un film noir y a otros géneros.

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