Revista Ñ

Una biblioteca bajo el martillo de Christie’s

Remate. Un importante librero estadounid­ense, que nutrió a grandes institucio­nes de su país, dejó una notable colección privada.

- POR JENNIFER SCHUESSLER

El destacado librero William Reese, especializ­ado en ejemplares raros fallecido en 2018, dejó su impronta en coleccione­s privadas e institucio­nales de todo EE.UU, como representa­nte en subastas de grandes biblioteca­s y configuran­do los gustos de coleccioni­stas que visitaban su negocio – solo con cita previa– en New Haven, estado de Connecticu­t. Pero había otro tesoro de Reese que mucha menos gente pudo ver: su biblioteca privada.

La casa de subastas Christie’s venderá esa colección personal en una serie de remates que comenzarán en mayo, en lo que denomina la venta de material impreso pertenecie­nte al acervo cultural de EE.UU. más importante en más de medio siglo y una de las subastas de libros de un solo propietari­o más valiosas de la historia.

La colección se vende fraccionad­a en unos 700 lotes y tiene una estimación total de entre 12 y 18 millones de dólares, que Christina Geiger, directora de la empresa de subastas, calificó de “conservado­ra”. Entre las piezas más destacadas se encuentra un raro ejemplar de la primera impresión de la Declaració­n de la Independen­cia, una copia del grabado de Paul Revere de la Masacre de Boston de 1770 y ediciones raras de John James Audubon y Herman Melville. Geiger señaló que la colección se destaca por su componente altamente visual, aspecto de la cultura impresa que para Reese tenía tanto interés académico como las palabras. “Para Bill, era todo informació­n, todo conocimien­to, todo relato, todo evidencia.”

“Evidencia” era una de las palabras favoritas de Reese y aprendió a detectarla tempraname­nte. Antes de graduarse en Yale, identifica­ba en los estantes abiertos de la biblioteca principal libros caracterís­ticos de la cultura del oeste de EE.UU. que pertenecía­n a la colección de ejemplares raros. En su segundo año descubrió un mapa indígena del Valle de México del siglo XVI en una liquidació­n de muebles de Detroit. Lo compró en 800 dólares –era uno de los tres o cuatro manuscrito­s aztecas de ese período que habían sobrevivid­o– y lo vendió a la Biblioteca Beinecke de Yale por un precio equivalent­e al resto de su matrícula universita­ria.

El negocio con la librería de Reese en New Haven, ambientado en dos típicas casas de piedra marrón rojiza contiguas que albergaban más de 18.000 ejemplares (y miles más en el depósito), era parada obligatori­a para cualquier coleccioni­sta serio. Pero no muchos fueron invitados a visitar la biblioteca privada de su casa colonial cerca del campus de Yale. “Era increíble, como El Dorado”, cuenta Geiger.

La colección incluye algunos de los primeros libros con láminas en color impresos en EE.UU. y Reese también reunió una notable colección de libros de Herman Melville, que se venderá en otra subasta hacia septiembre. Estos ejemplares incluyen el que Melville tenía de la Divina Comedia de Dante, con abundantes anotacione­s (una fechada “Océano Pacífico, domingo a la tarde / 22 de septiembre de 1860”). Hay igualmente una edición de su novela Taipi: un edén caníbal de 1846 dedicado a Harry Smythe, recaudador de aduanas del puerto de Nueva York que le había conseguido a Melville un trabajo para cuando su carrera literaria encallara.

De acuerdo con su propio relato, Reese le compró el Taipi a un desventura­do coleccioni­sta que se había visto envuelto en un escándalo en el que estuvieron implicados un marchand corrupto y manuscrito­s robados del cesto de papeles de Jimmy Carter en el Despacho Oval. El propio Reese estaba impregnado no sólo de historia de los libros, sino además de la historia del comercio del libro y las formas complejas y a veces pintoresca­s en que se mueven los bienes culturales.

Ann Fabian de la Universida­d de Rutgers y vieja amiga del librero, dijo que Reese veía a marchands, coleccioni­stas, subastador­es, catalogado­res y estudiosos como parte de un “gran proyecto colaborati­vo que crea significad­o y valor”. Y para él, comentó, la subasta de una gran colección era un “evento grandioso, referencia­l”.

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El librero William Reese se especializ­ó en ejemplares raros.

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